“Vamos por aquí Aitor, que se acorta más y así estoy en casa un poco antes”, le dijo Jesús. Fue lo último que hablaron. Luego se pusieron en fila, uno detrás del otro. Para quitarse el viento a turnos. A relevos. Había mucha circulación en esa carretera, pero el arcén era ancho, de más de dos metros. En un kilómetro y medio saldrían de allí. No tuvieron tiempo. Un tráiler lo invadió. El conductor iba despistado. Golpeó primero a Jesús. Desde atrás. A 90 por hora. Le hizo impactar violentamente contra el guarda raíl. Las heridas fueron fatales. No sobrevivió.
Aitor tuvo más suerte. Recibió el impacto del camión con más fortuna. Como si Jesús hubiese querido protegerlo. Contusionó contra el arcén, saliendo posteriormente despedido hacia el centro de la calzada. Lo más horrible de todo es que nunca perdió la consciencia. Inerte, en el suelo, de puro dolor, sin poder moverse, se vio forzado a verlo todo. A martirizar su memoria para siempre.
El 25 de febrero de 2016 Jesús se fue. Aitor, en cambio, volvió a nacer. En el hospital, en la UCI, mientras le enumeraban un parte de lesiones inacabable, sólo preguntaba por su amigo. Por Jesús. Quería verlo. Saber cómo estaba. Para darse ánimos. Para salir cuanto antes de allí y preparar nuevos retos. Se estaban preparando para una prueba de larga distancia y eran tipos duros. Los médicos y su familia optaron por contarle que estaba en otro hospital, cuando en realidad estaban oficiando su funeral. Aitor desconfiaba. Algo pasaba. Finalmente, cuando su hermano, en común acuerdo con el personal médico y la psicóloga del Ayuntamiento de Valladolid le contó que Jesús había fallecido, Aitor se derrumbó. Sufrió una crisis de ansiedad tan fuerte que tuvieron que sedarle. Despertó dos días después, entre lágrimas. Abatido.
Por culpa de ese camionero, de su imprudencia, Aitor lleva un año reviviendo todo aquello. Sin olvidar un solo instante. Sin su amigo. Perseguido por un recuerdo que sabe describir al detalle, que, cada noche, inclemente, acude a buscarle. A pesar de ello, no se rinde. Lleva 365 intentando volver a vivir.
Ahora, ve las cosas de manera diferente. Se ha aliado con el reloj de la vida. Recalca aspectos que antes no sabía valorar. Como abrazar a sus allegados. Cada día. Tenerlos allí con él, alrededor de una mesa. O caminando juntos dando un paseo. Siente la necesidad de recordarles que les quiere. Con palabras. Sin dar nada por hecho. Y ponerle buena cara a cada mañana. Ahora sabe que cada día es un regalo. Y que hay que ser feliz con cada momento. Se lo debe a Jesús. Y a su familia. Sabe que, aunque siga de baja, aunque el cuerpo a veces le duela horrores, su corazón palpita fuerte. Gloria, la psicóloga, nunca le deja flaquear. Le anima a ver un rayo de luz en la oscuridad. Sus amigos tampoco le dejan pensar más de la cuenta.
Los rehabilitadores están muy contentos con él. A pesar de haberse roto 5 costillas, una de las cuales perforó su pulmón, de habérsele extirpado un bazo, de la fractura de cráneo, de las hemorragias internas, o de la apertura, casi total, de cinta pélvica, de todo eso, su cuerpo vuelve, poco a poco, a ser el mismo. Amparado por sus anchas espaldas, quizás las que evitaron que perdiera la vida, se vuelve a sentir ágil. Y lo mejor de todo. Quiere volver a hacer lo que más le gustaba. Dar pedales.
Sin embargo, ya no volverá a coger la bicicleta de carretera. No tiene miedo a hacerlo, pero su familia no merece pasar angustia cada vez que salga a la carretera. Se conforma con la “gorda”, la de montaña. Entre árboles no volverá a ver aparecer ningún camión. Y la naturaleza sosiega, le deja un ratito en soledad. Para pensar en su amigo. Para llorarlo. Aunque luego vuelva al mundo y le dedique una sonrisa de superación.
Y no clama venganza. Si tuviera al camionero delante, lo tendría claro. Le pediría que fuese consciente de lo que ha hecho, que reflexionase. Pero sobre todo le diría que abrace a sus seres queridos, porque él sí que puede hacerlo.
Aitor no quiere más nubes negras en su vida. Pero no olvida. Eso nunca. La justicia sigue amparando a los miserables. A los que, como el camionero, se quisieron dar a la fuga. Lamenta que no haya penas más severas contra los accidentes de tráfico en carretera. Por eso valora la iniciativa de Anna González, que firmó y apoyó, para que, de una vez por todas, se apliquen con dureza penas de cárcel mucho más severas contra las imprudencias en la carretera que causen atropellos a ciclistas.
Y si, el sábado que viene, no lo dudará. Estará con sus amigos del SOFOKOM, aquel grupo de chicos que Jesús reunió para entrenar juntos en bicicleta. Ahora todos salen con la misma equipación. Jesús nunca pudo verla. Juntos honrarán su memoria. Con lo que más le gustaba. Una salida ciclista entre amigos. Con todo aquel que se quiera unir. Pasarán por su pueblo. Por Urueña. Aitor conducirá el coche de apoyo. Con el asiento de copiloto libre, para que le acompañe Jesús. Para que siga contagiándole la sonrisa que ahora nunca quita de su boca. La que le hace ver todo en positivo. Apreciar cada momento. Como si fuera irrepetible.
Sólo así Aitor seguirá adelante en su camino hacia la victoria de la rutina. Del día a día. Aunque hace ya un año que se fuera su amigo. Su misión es quedarse con un poquito de él. Te lo pedimos todos. En el recuerdo de cada uno de los que le conocieron. Es sólo el olvido el que nos borra para siempre.
Por ti Jesús, que te fuiste. Por ti Aitor, que te quedaste. Por Óscar. Por Sergio. Por Diego. Por todos aquellos que no tuvieron tu suerte ante una maldita negligencia. Sonríe por ellos.