Jokin Etxabe, profesional al otro lado del Atlántico

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Rafa Simón

Jokin Etxabe, profesional al otro lado del Atlántico
Jokin Etxabe, profesional al otro lado del Atlántico

“Subes entre rocas que parece que te vigilan, como en un desfiladero…  ¡Parece que vayan a salir los indios de detrás de las lomas!”, bromea Jokin. Beñat lleva un rato visualizando lo que le cuenta su hermano. Nada que ver con lo que han vivido toda la vida juntos, en la verde Guipúzcoa, en Bergara. El cambio se le hará duro. Aunque sea lo mejor para él.

Cuando se ríen, lo hacen a la vez, el gesto es recíproco, se devuelven la misma expresión. Pura razón de genes. Jokin y Beñat nacieron exactamente iguales, como dos gotas de agua. Aunque con un matiz, una de ellas, siempre ha cuidado de la otra. La lógica de un hermano mayor.

Beñat pregunta siempre con más prudencia. Jokin, en cambio, se explica con energía. Es impetuoso, a veces algo impaciente, pero siempre con las ideas bien claras: Nunca pierde a su hermano de vista. Se desvive por él. Siempre juntos, con sus bicicletas. Desde pequeños. En su familia no es nada nuevo. Era cuestión de tiempo. Su tío Mikel corrió en el Kas, como profesional. Su otro tío, Miguel, lo hizo en el Iberdrola, como amateur. Por eso, aunque sus inicios deportivos estuvieron marcados por el atletismo, nadie en su familia tuvo dudas de que tarde o temprano, la bicicleta sería su gran pasión.

En una senda de progresión ascendente, Beñat y Jokin llegaron al Seguros Bilbao. Jokin, con la idea de despuntar, de engrosar la lista de ciclistas que han pasado a profesionales desde la escuadra vasca. Beñat, fiel a su hermano, desde un primer momento se ofreció a echarle una mano. A intentar reventar cada carrera para que Jokin pudiera rematar. Sin dudar.

En amateur Jokin no ha logrado ninguna victoria. El País Vasco ofrece muchos puertos, pero ninguno lo suficientemente largo para que, sin contar con apenas punta de sprint, pudiera conseguir la distancia justa para no tener que compartir los últimos metros con nadie. Siempre en el grupo cabecero, siempre entre los 10 primeros, pero sin triunfos.

“Jokin, acuérdate de los consejos del Tío Mikel: vencer no siempre consiste en ganar. También es no rendirse nunca, en trabajar constantemente”, le repetía. Beñat admira a su hermano, sabe consolarle, aunque a veces deba dejarle ir a su aire, para que se le pasen los cabreos. Tiempo libre para solventar dudas. Sin testigos. En el monte, en el Txindoki. Cualquiera vale. Allí es feliz. Sólo con la naturaleza, con su bici de montaña, o corriendo por el bosque. Con rutas marcadas por el olor a Eucalipto. Impregnándose de la humedad suave. La que refresca cuando los malos pensamientos agrietan.

“Jokin y la grupetta… ¿De dónde vas a sacar ahora los piques?”, le reta. Jokin asiente. Aunque todo llegará. Su cuadrilla de toda la vida son compañeros del mundo de la bicicleta. Unos ya no siguen. Otros le van marcando el camino, como su amigo Julen Irízar, recién aterrizado en Murias. O como Mikel Aristi y Eneko Lizarralde. Todos de Bergara. Producto de la Escuela de ciclismo de Lokatza entre generaciones que se suceden. La de kilómetros que se habrán regalado juntos. Intercambiando sueños, proyectos. Con los ojos como platos escuchando historias de los ya consagrados. Sobre todo cuando se juntan con los de la zona del Duranguesado.

Impregnándose de la perseverancia de Amets Txurruka, del repertorio de vivencias infinitas de Markel Irízar. De la trayectoria de Haimar Zubeldia. Clases magistrales con las que compartir kilómetros en paralelo.

Hoy, en cambio, se han regalado la mañana para ellos dos solos. El viento castiga sus rostros en privado. Suave pedalear acompasado con diálogos íntimos. De hermanos. Intercalados con el sonido de algún salto de cadena. Entre curveos fríos. Trazados en paralelo a un bosque inagotable que baña la cuneta en tonos verdes. Escoltados por ramales que, mecidos por el viento, arropan la conversación de dos hermanos que se quieren de verdad.

Beñat sabe que su hermano merecía esta oportunidad. Aunque no haya ganado ninguna carrera. La selección española amateur ya había premiado antes su regularidad. Le regaló un Tour del Porvenir, un hueco para echar una mano a Iván García Cortina, Alex Aramburu o a Cristian Rodríguez. Un escaparate sin cristales para ser observado sin que él lo supiera.

Pero Beñat quizás tenga una duda. Aunque nunca se la va a preguntar. Si le echa en falta. Saben que no pueden vivir el uno sin el otro, aunque no se lo puedan decir. No quedaría viril. Son palabras que absurdamente se tapan en vergüenza. En rutina. En la obviedad de gestos, de acciones que significan cariño, aunque hablen mudas.

Seguro que ahora Jokin echará de menos sus piques, inagotables desde niños. Sus bromas. Sus risas cada vez que César Solaun, el director del Seguros Bilbao, les confundía una y otra vez, repartiendo instrucciones al gemelo equivocado.

El destino ahora les separa. Jokin ha encontrado un hueco en profesionales. Lejos. Muy lejos. Hasta América ni más ni menos. Ahora tiene un director Americano, el del equipo donde mirará hacia abajo el Cannondale. El Aevolo Cycling team. Se llama Mike, Mike Creed. Y le cuida mucho. Hace porque se integre. Ahora no tiene a su hermano. Y se acabó el Euskera. Todos sus nuevos compañeros hablan en inglés.

Aunque Jokin está menos apurado de lo que pensaba. Las clases particulares en Bergara con un profesor nativo algo hicieron, porque cada vez les entiende mejor a todos. Y sino, está Luis Villalobos, el Mexicano. El que le llama “Güey”. El que le echa una mano cada vez que les toca hacer de cocineros. Sus compañeros adoran los nachos de Luis y la tortilla de patatas de Jokin. Una noche les tocó cocinar para todo el equipo. No dejaron ni las migas.

Les ha conocido a todos hace unas semanas, en su primera concentración con el equipo. En las Vegas. Su primer equipo a solas. Sin Beñat. Salidas en bicicleta en pleno desierto. Con Luis como compañero de entrenamientos. O con Zeke Mostov. A Jokin le impresiona mucho la trayectoria de su nuevo compañero, que el año pasado corrió en el equipo de desarrollo del BMC.

A partir de ahora tendrá que prescindir de su monte, del Txindoki. De su rincón de pensar. De su grupetta de toda la vida. Del verde que humedece Bergara todo el año. De las cenas con la cuadrilla. Le han hecho una camiseta y todo. De las historias sin final de Markel Irízar. De la trayectoria andante de Haimar Zubeldia. Ahora su presente está a muchos kilómetros de distancia del manillar de su hermano. Su primer calendario profesional pasará por otras carreteras. Otros horizontes.

Pero quizás un día vuelva para quedarse. Por la puerta grande. Con una plaza donde a muchos ciclistas como él les gustaría estar. En el Murias. Quién sabe. A veces uno tiene que irse para que se acuerden de él.

Beñat confía en Jokin. Y Jokin en Beñat. Este año su “gemelo pequeño” correrá en el Gomur. Por primera vez podrá correr para sí mismo. Sin la atadura de trabajar para un hermano. Aunque siempre lo hiciera con gusto. Quizás sea lo mejor después de todo. Dejarle volar hacia sus propias metas.

Y sí. Le volverá a echar de menos en cuanto se vuelva a ir. Como cuando se despidió en el Aeropuerto de Bilbao. Desde el primer minuto de su viaje camino a las Vegas. En cada noche de Training Camp. A pesar de las bromas de Luis, el mexicano. De los ratos en paralelo con Zeke. Un hermano es un hermano. Aunque nunca se lo dirá. Pero Beñat no es tonto. Los gestos de su hermano  hablan por si solos. Aunque enmudezcan en hechos. A ver que se va a pensar.

Rafa Simón

@rafatxus

 

  • La fuente de las fotos es:
  • Aevolo Cycling Team
  • Jon Suinaga
  • Remi Dallot