Hemos escuchado hasta el hastío que la edad de oro del ciclismo español, esa que han protagonizado Contador, Valverde, Purito y Freire entre otros, está llegando a su fin y no hay quien tome el relevo. Un análisis superficial y que obvia la aparición en los últimos años en el campo profesional de ciclistas con gran proyección como Enric Mas (Quick Step), Marc Soler (Movistar), Rubén Fernández (Movistar), Carlos Verona (Orica), Jaime Rosón (Caja Rural-Seguros RGA) o Cristian Rodríguez (Wilier). Todos ellos menores de 26 años y con predilección por las vueltas por etapas, siguiendo la mejor tradición española.
Pero dentro de ese grupo de jóvenes talentos de nuestra cantera brilla de forma especial un gijonés de tan solo 21 años, diferente, con otras ambiciones alejadas de la costumbre escaladora de nuestro país y que apunta a convertirse en una nueva referencia en las grandes clásicas. Flandes, Roubaix y por qué no en los Mundiales. Hablamos de Iván García Cortina, que debutó en el World Tour de la mano del Bahrain-Merida hace dos semanas en Dubai y que ya se erigió como protagonista filtrándose en la fuga del día en la última jornada. “Tenía ganas de ver cuál era el ritmo de competición. Dubai no era demasiado exigente, pues es todo llano y sin grandes dificultades, pero tras estar el último día en la escapada dejándome ver me he quedado muy satisfecho”, nos contaba en una amena charla antes de partir hacia el sur para embarcarse en la Vuelta a Andalucía, que arranca mañana. “Me va a tocar sufrir -risas-. Vi el recorrido y es bastante duro, además esta semana ando un poco fastidiado del estómago, incluso me he visto obligado a descansar algún día”.
Iván comenzó esta estrecha relación con la bicicleta que le ha acabado llevado hasta el World Tour cuando apenas era un crío, en Llantones, una diminuta localidad situada a las afueras de Gijón. “Era prácticamente el único niño del pueblo y lo que más me gustaba era coger la bici y andar por ahí. Para arriba y para abajo. Me hacía mis rutas y para tener 10 o 11 años, y sin contar con el material adecuado, no estaban nada mal. Podía hacer 40 o 50 kilómetros”. Su afición fue encauzada por la Escuela de Ciclismo Las Mestas, que ha formado a algunos a los principales ciclistas asturianos de las últimas décadas. “Cuando empecé en el colegio me fije que había un coche de un equipo ciclista, y me sorprendió mucho porque yo no conocía ninguna escuela. No es como con el fútbol que sabes que existen, pensaba que los ciclistas aparecían directamente en la tele –risas-. Le pregunté a la profesora y ya me puso en contacto con Chus”. Él mismo hombre que desarrolló a Chechu Rubiera, Carlos Barredo, Luis Pasamontes o Dani Navarro y que hace ya unos años decía de Cortina que “queremos que sea el mejor ciclista que ha pasado por aquí. Es un deportista especial. Si gana, perfecto; y si pierde, no pasa nada. Todo el mundo le quiere, incluso los rivales”.
Fue en cadetes, tras sus primeras competiciones algo más serias, cuando Iván quedó prendado definitivamente de este deporte y desde entonces su nombre resuena como el de una de las grandes promesas del país. En su primer año como juvenil rompió todos los pronósticos proclamándose campeón de España y logrando seis victorias, y en su segunda temporada en la categoría arrasó con once triunfos. Unos resultados que le pusieron en la órbita del filial de Quick Step, AWT-GreenWay –posteriormente Klein Constantia-, que le ató tras su primera campaña como sub23 en la Fundación Euskadi.
Con tan solo 19 años, en 2015, firmaba su primer contrato como profesional, una precocidad inusual para lo que se estila en el ciclismo español, pero que no le supuso ningún problema a la hora de asumir el cambio. “Me encanta la calidad de vida que te da el deporte. No soy una persona a la que le guste mucho la fiesta. Puedo salir uno o dos días con mis amigos en pretemporada, pero enseguida me canso. En esas fechas prefiero descansar, aprovechar para subir al monte o hacer alguna carrera de ciclocross antes que llegar a las 8 de la mañana reventado”, nos argumenta con gran madurez para explicar que no es sacrificio renunciar a parte de la vida que le correspondería por edad para cumplir con su ilusión de llegar a la élite. Un camino en el que ha sido clave el hecho de haber podido competir fuera de nuestras fronteras. “En mi progresión ha sido crucial poder salir al extranjero. Las carreras se adaptan mucho mejor a mis condiciones. En el calendario sub 23 nacional, las pruebas son muy cortas y muy duras, se va siempre a tope, y yo me adapto mejor al tipo de recorridos que se plantean fuera. Un paso más constante y a ritmo, me viene mejor”.
En sus dos temporadas en el filial del Quick Step, que él mismo describe como “un equipo World Tour en pequeño”, sumó una victoria, acabó en más de 30 ocasiones en el top10 y sobre todo se distinguió por ser el único ciclista que logró concluir entre los diez primeros la edición para corredores sub23 del Tour de Flandes, París-Roubaix y Mundial. Una hazaña que le llevó a disputar en el tramo final del pasado curso varias carreras a prueba con el conjunto de Lefevere, en las que convivió con algunos de sus “ídolos” , Boonen y Terpstra. “No soy nada vergonzoso y ya desde el primer día estaba como uno más con ellos. De maravilla. Y a pesar de que no acabé de concretar un contrato para el 2017 con el Quick Step, me siento muy agradecido de que me dieran la oportunidad de vivir una experiencia así”. De entre los conjuntos del World Tour que se interesaron en él, el Bahrain-Merida, la escuadra de Nibali y Ion Izagirre, fue el primero en poner una oferta en firme sobre la mesa e Iván reconoce que “ni me lo pensé. Es un equipo con proyección y ganas de crecer, y en cuanto a ciclistas para el bloque de clásicas hay menos competencia, solo está Haussler como gran líder, así que tendré la oportunidad de disputar las carreras con las que siempre he soñado”. Su calendario tras la Vuelta a Andalucía revela su amor por el pavés y las clásicas del norte. “Omloop, Kuurne, E3, Tour de Flandes, Scheldeprijs y París-Roubaix. En principio ese será mi arranque de temporada, en las Clásicas de la Ardenas, Amstel, Flecha y Lieja, no estaré”.
El principal escollo que tendrá que salvar en su primer año en la máxima categoría del ciclismo profesional será el incremento de las distancias, de completar citas de máximo 180 km a pasar a batirse en jornadas de más de 260 km. “Gracias a estas últimas temporadas he conocido bien las clásicas de pavés, sé cómo se corre y he aprendido a colocarme. Veremos qué tal me va el aumento de kilometraje. Hasta ahora he sido un corredor que cuanta más distancia he tenido que afrontar, mejor me he encontrado con respecto a mis rivales”. Síntoma de buen clasicómano. “Para este primer año en el World Tour, estaría satisfecho con terminar todas las clásicas y poder aprender de ellas, que al fin y al cabo son carreras muy duras. Aunque cuanto más adelante termine mejor, a por ello voy a ir”, reconoce entre risas y dando muestras de una ambición y un carácter competitivo que anticipan un prometedor porvenir.
Él mejor que nadie conoce la dificultad de sobresalir en pruebas de un día con tanta historia, repercusión y aspirantes, pero ello no le quita la ilusión de imaginarse conquistando un monumento o el maillot arcoíris. “Las tres carreras que siempre he soñado con ganar son París-Roubaix, Tour de Flandes o el Mundial. Ese es mi sueño”. Y ojala llegue a hacerse realidad.