Diego Rubio: ciclismo en presente

El Blog de Rafa Simón

Rafa Simón. Fotos: Bettini Photo / Photo Gomez Sports

Diego Rubio: ciclismo en presente
Diego Rubio: ciclismo en presente

“Estoy bien, no era para tanto”, responde, casi de manera mecánica, al cruzarse con un vecino. Le preguntan mucho. Navaluenga (Ávila) es un pueblo pequeño. Las noticias vuelan casi tanto como el aire, que aún silba frio cuando entra desde la Sierra de Gredos. Allí huele verde. A campo ajeno a urbe. Se respira agua armónica. Caudalosa. Agradecida a las últimas lluvias.

Diego pedalea tranquilo, pero con brío. Ausente a la preocupación de sus amigos, de sus vecinos. Hace días le embistió un coche. Se abrió demasiado a la izquierda, a la salida de una curva, invadiendo su trazada. Su amigo Nacho lo pudo esquivar. Encontró asilo en la cuneta. Él, en cambio, lo recibió de frente, como un muro.

El golpe, afortunadamente, sólo le afectó una vértebra, aunque le dejó muchos dolores, sesiones de fisio. Un parte atenuado en la expresión socorrida de “chapa y pintura”. Pero la mala suerte había llegado a plazos. Días antes, también había salido en las noticias. Porque quedó segundo en una etapa de la Volta a Cataluña.

Le ganó Schachmann. Un joven ciclista alemán con poca prisa por crecer. Juntos embocaron, codo con codo, una recta a la que tuvieron que llegar esprintando durante muchos kilómetros atrás. Porque el pelotón apretaba. Pero, en los últimos compases de la carrera, el alemán dejó de pasar a los relevos. Su equipo, el Quick-Step, andaba sobrado de victorias. Más de veinte. “Déjale hacer al español”, le debieron decir por el pinganillo. A Diego, en cambio, le trasladaron órdenes en una voz atascada en nervios, porque su equipo, el Burgos BH, estaba corriendo por primera vez una carrera de orden mundial. Las del World Tour. Y aún no habían estrenado el casillero de victorias. Había que ganar. Prisas contra pausa. Veinte contra cero. Diego esprintó desde muy lejos. Schachmann, favorecido por las circunstancias, esperó, llevándose la victoria.

Antes, escocía pensarlo. Ahora, sólo viene a la cabeza cuando se lo recuerdan. Diego no tiene tiempo para eso. Para recrearse en lamentos. No le avala un equipo rebosante de triunfos. Pertenece a una estructura modesta, debutante en una nueva categoría en la que hacer méritos. Y de eso, de hacer méritos, él entiende bastante.

Porque su carrera la comenzó en Portugal, en el Efapel. Con sólo 22 años pactó consigo mismo un compromiso a corto plazo. Se dio dos años para progresar. Para dejarse ver. Sin tiempo para formarse. Apostó a crecer rápido. Al término de ese plazo consiguió despertar el interés del Caja Rural, donde ya había corrido fugazmente como stagiare.

En el equipo navarro sembró trabajo. Talló su perfil como ciclista. Conoció la Vuelta a España. Pero, sobre todo, se ganó un respeto en el pelotón. Su fidelidad al trabajo en favor de otros le llevó a correr un Europeo que no se esperaba, pero donde se dejó la piel. Fue la antesala de un Mundial, el de Doha, que no disfrutó. Porque lo disputó en un país sin la esencia de ciclismo. Mudo. Sin público.

Además, durante los días de aclimatación previos, se rompió el hueso de una mano. Las buenas sensaciones desaparecieron. Se transformaron en incomodidad. Acudió a la línea de salida herido. Sabiendo que, en cuanto sintiera la tensión de la carrera, la peligrosa cercanía de otros manillares junto al suyo, no sería capaz de responder a su manera. Con raza. Acabaría siendo engullido por la sed de un desierto vacío. Sin esencia de ciclismo.

Pero si algo ha aprendido es que, lo de ayer, ya no cuenta. Porque no se cambia. El único resultado es la experiencia, sacar lo positivo. Fueron dudas que aprendió a resolver desde hace años, cuando embocaba sus entrenamientos hacia San Martín de Valdeiglesias para hacerse el encontradizo con Pablo Lastras.

Sin embargo, ahora es Diego quien mira a los ojos a los jóvenes del equipo. Algunos recién llegados del campo amateur. Sabe leerles el respeto a correr carreras de entidad. Les responde serio, quizás porque es la apariencia que genera. Quizás porque se toma muy a pecho su trabajo.

Diego corrió dos temporadas en el Caja Rural (2016 y 2017)

Diego corrió dos temporadas en el Caja Rural (2016 y 2017)

Puede que, si hoy se encontrara con Pablo, le dijera que no hay tiempo para lamentarse. Que para los golpes están los fisios. Que seguro que le sabrán trabajar esa vértebra que aún chirría. Pero que para dar pedales, sólo está él.

Y Diego tiene ante sí a una vieja conocida, la Vuelta a Castilla y León. Le castigó hace años. En su primer año con Efapel. Desafió al pelotón un día de ventisca y nieve. Le impulsó su juventud, sus ansias de gesta. Alargó su penuria hasta los últimos diez kilómetros de la etapa, pero le frenó la hipotermia. Primero, tuvo que pedir a su Director que se bajara del coche para abrigarle. Completamente aterido, era incapaz de estirar ni siquiera sus brazos, que temblaban sobre el manillar. Luego, cuando la carrera fue neutralizada, entró tiritando al coche. Incapaz de entrar en calor, impotente, desquiciado, llegó a echarse té caliente con miel sobre la cabeza, para sentir calor.

“¡Todo bien!”, señala, levantando el pulgar de una de sus manos, intuyendo los gestos, a lo lejos, de un agricultor de la zona. Cerca de la misma curva donde semanas antes le embistió un coche. Donde, incluso antes, aún habría pasado murmurando esa victoria que se le escapó en la Volta a Cataluña. Todo eso es pasado. No importa. Influye más el olor a calma. El sabor a sol entre valles. El tacto a foresta que abriga la Sierra de Gredos. La suave intriga que se filtra por su cuerpo pensando en la Vuelta a Castilla León. Esta vez, vendrá a verle a él. El resto es pasado.

Rafa Simón

@Rafatxus