“Hazlo”, escuchó. Bajó la mirada. Tiesa. Bañada en brillo oscuro. La adrenalina es algo tan difícil de controlar como adictiva. Dispara los sentidos. Libera. Para qué pensarse nada. Aunque ahora lo entienda todo. De golpe, supo que no valía la pena dudar. Para qué. La vida regala momentos. Pero también castiga con lamentos. Con acciones perdidas por no haberse dejado llevar.
Por primera vez se entendió con los nervios de Chris. El porqué de su stress. Desde la víspera de la carrera. Nada más bajarse del avión y percatarse de su mirada. Estancada en dudas.
La carretera, ancha y sin rugosidades, delimitada en su centro por líneas amarillas, desborda banderas americanas. Como si pintasen la cuneta. Por ambos lados. Ondean esbeltas. Igual que en las películas. Como si obligasen a corresponder con una heroicidad. El público no desentona. Los “come on” son silbados, intensos, al paso de los corredores. “Tengo que hacerlo bien”, le dijo Chris, días atrás, a Manuel, en la habitación. El veterano, con su confesión, se abría al novato, al que de verdad debía estar como un flan.
Manuel, en cambio, hizo de corredor experimentado, no tenía tiempo para nervios. La ocasión era demasiado bonita para que las dudas arañasen el momento. Y la consigna era clara: “No te quedes con la duda. Ataca.”, le dijeron.
Manuel ha vivido mucho tiempo lastrado. Demasiado. Su rodilla, en 2015, se bloqueó. Pasó casi la mitad de aquella temporada entre médicos. Mientras sus compañeros del Caja Rural amateur se labraban su futuro, él rondaba la idea de abandonarlo todo. No podía recuperarse de una dolencia que no sabían detectarle. Le hablaron de rotura del tendón rotuliano. De estar parado. O de tirar a medio gas. Semana si, semana no. Hasta que volviese a doler.
Su ímpetu, agravó la lesión. Una condromalacia. Algo así como un dolor difuso, pero intenso, en su rodilla izquierda. El Caja Rural amateur le prestó confianza. Como un aval bancario. Que fuera tranquilo. Pero Manuel, por dentro, sufría. No saber ni de que se tenía que curar, le desesperaba. En 2016, en marzo, cuando todo parecía solventado, tuvo que volver a parar. Pensó que era el final.
Sus metas, tornaron a ridículas. De querer ser ciclista profesional, a disfrutar haciendo senderismo, con un bastón. Con los sueños rotos. Con la rabia labrada en lágrimas que caían a escondidas. A fuerza de apoyarse en sus padres, en amigos, en su novia. Miseria a puerta cerrada. Afortunadamente, su equipo le puso en contacto con un osteópata de Madrid. Dio con el vértice de sus males. Buscaron donde nunca habían ido antes. El dolor provenía de la espalda, de un pinzamiento con un nervio. El mal desembocaba en la rodilla. En pocos meses, le enseñaron a luchar con una lesión que no sabía que tenía. A combatirla con respiraciones profundas, con estiramientos certeros. El último, justo antes de salir de casa, camino del aeropuerto.
Por eso, en dos meses, una vez que supo ante que tenía que luchar, dejó atrás la lesión de un año y medio. Se entregó a su equipo, el Caja Rural, que, dubitativo, quizás por miedo a pasarle a profesionales sin saber si estaba realmente hecho, lo cedió al Burgos a finales de año pasado.
Manuel lo agradeció cabizbajo. Era un gesto. Tanto del Caja Rural, su equipo, como del Burgos, su nuevo destino. Acudió como el joven que ha crecido. Que quiere demostrar a su padre que se ha hecho grande. Que pueden confiar en él. En cambio, se tropezó con la fiebre. Con las caídas. Con los nervios por querer hacerlo bien. Como los de Chris. Con, quizás, la mala decisión de no haber terminado el año en el equipo amateur, donde, desde que abandonó la lesión, no dejaba de subir al podio. Debía haber impresionado al equipo desde dentro, no desde fuera.
En 2017 regresó al Caja Rural amateur. Para volver a ganar. Y esperó paciente a otro mes de agosto, donde, los equipos grandes, acojen a los “estudiantes” que mejor lo hacen en amateur para tenerlos a prueba. Como “becarios”. Esta vez si era la llamada que quería. La de Juanma, el mánager del primer equipo del Caja Rural.
Manuel, sintió como, si, de repente, el jefe de la empresa donde siempre había querido estar, le llamase a planta. Para presentarle a compañeros con los que sólo podía cruzarse en entrenamientos y que, quizás, ya no contaba con trabajar junto a ellos. Gente joven, como él. Tipos callados, como Antonio Molina, pero buenos compañeros, en los que uno puede confiar. Tipos despreocupados, como Álex Aramburu, pero que desboradaban talento, frescura. Otros más serios, como Diego Rubio, de los que imponen, pero de los que se pueden aprender muchas cosas.
O Chris Butler. Un corredor experimentado, viajado, pero que, en la víspera de su primera gran misión, cuando le debía transmitir tranquilidad al novato, le confesó su miedo. Quería hacerlo bien en su país. Luchar por la general. Su misión era seria. Era el peso de la responsabilidad.
Por eso, cuando Manuel vio que Chris iba bien colocado en el grupo y que, Molina, ese tipo tan callado, pero tan aplicado, le estaba escoltando, se lanzó. Como un resorte acudió, con su mirada, casi de forma mecánica, a pedir permiso. A su rodilla. La que, desde hace tiempo, asiente a cada uno de sus esfuerzos. “¡Hazlo, maldita sea, bastante mal te he generado ya. Hazlo!”, pareció decirle.
Faltaban aún ocho kilómetros a meta. Estaba con los hombres de la general. El último puerto había quedado atrás. Podría haberse quedado en el grupo. El trabajo estaba hecho. No necesitaba demostrar nada más ese día pero, desde hace años, se ha jurado que no habrá tiempo para lamentos. Para conjeturas. Sólo manda el presente. Su equipo, el Caja Rural, le ha dado en el Tour de Utah la primera gran oportunidad para mostrase con los grandes. Sin más contratos que una prueba. Una beca por tiempo limitado.
Sólo le pidieron que fuese puntual. Que no perdiera el avión. A quince mil kilómetros de su casa, le pusieron un hotel. Un cocinero. Una bicicleta. Un grupo de auxiliares. Todo como jamás había soñado. Y pensar que, en 2014, tuvo que ir con un compañero suyo a 800 kilómetros de casa, en su propio coche, a correr una carrera junto a profesionales. Casi ni se pudo poner las zapatillas de hinchados que llevaba los pies por la conducción. Hoy debe corresponder a las facilidades. A una beca temporal. Una oportunidad.
Agrieta la frente. Pedalea fuerte. Las dudas, por detrás. Que se lo piensen los favoritos. El jaleo del público es ahora para él. Las banderas que tanto presionaban a Chris. Ondean para él. Joey Roskoff, el corredor del BMC, debe abrirse para que sea el Rally Cycling, con tres corredores, el que tome la responsabilidad de frenar el ataque de Manuel. Chris observa la acción desde la hilera de favoritos. Orgulloso de su compañero de equipo. Admira su arrojo. Igual que hizo en la segunda etapa. Arrancando en los momentos claves. Sin complejos. Sin dolor de rodilla. Sin pasado. Míralo. Es Manuel Sola. La “rebelión del becario”.
- Rafa Simón
- @Rafatxus
Crédito fotos: Diario Vasco y Caja Rural-Seguros RGA