“¿No es así, Davide?”, le preguntan. Desde hace muchos años, es así. Son muchas las miradas que le buscan para asesorarse. El siempre responde con una sonrisa abrumada en timidez. Lo hace con una mirada aún suave, pero arrugada por mil y una gestas. Ni puede ni quiere renunciar a sus galones. Es sólo su modestia, tan infinita como honesta, la que le hace asentir sin tratar de impresionar con sus conocimientos, con sus vivencias. Aunque luego, sus consejos, por breves que sean, vayan siempre a misa.
Mañana, nueva carrera. Nuevo hotel. Nuevas ilusiones. Como cada temporada. Desde el año 1992. Si le preguntan por sus inicios, apenas hace esfuerzo por recordarlos. Como un chispazo. Ese año el miraba a su alrededor como hoy lo hacen sus compañeros. Algunos abrumados por tenerle a su lado, otros, deseosos de que les cuente cosas. Así es como ocurre en cada carrera. Solos, o en grupo. Antes de darse la salida o incluso en las pequeñas pausas que pueda otorgar el pelotón durante una carrera. “Davide, ¿tú como lo haces, cuál es tu secreto?”, le preguntan muchos corredores. De cualquier equipo. En realidad no lo hay. Es tan visible como su ilusión por seguir corriendo, que todavía abunda. Amor por su trabajo. Divertirse con su profesión. Cuidar la alimentación. No hay más secretos.
En su equipo, el Kuwait-Cartucho.es, bromean con eso. Siempre le recuerdan su “excesivo amor por el trabajo”. A principios de año, en plena pre-temporada, tras casi seis horas de entrenamiento. En la puerta del hotel de concentración, sus compañeros comentaban la dureza del día. En ese momento, alguien se percató de que Davide no estaba. Uno señaló a lo lejos, bajo una colina. Davide seguía entrenando. Subiendo y bajando una loma, como si apenas llevase unos kilómetros en las piernas. Pasión por el ciclismo.
Por eso, aunque ahora su calendario se diluya en una mayor discreción, aunque deba discurrir paralelo a las grandes clásicas, las que ama, nunca pierde la motivación. Pero, si le rascan en sus pensamientos, en su suave silencio, el que nunca abandona, acaba por susurrar que, quizás, la nostalgia le pueda visitar alguna vez, imposible negarlo. Le encantaría poder terminar su trayectoria en aquellas carreras donde su nombre se escribió para siempre en la historia del ciclismo. Fue el primero en ganar el tríptico de las Ardenas el mismo año, en 2004:” Amstel, Flecha y Lieja”. En 7 días.
La Amstel fue una sorpresa. Confirmó la buena forma que llevaba ese año, aunque no lo esperaba. Pero, lo mejor, fue la tranquilidad que le aportó. La suficiente como para disputar las dos siguientes con calma, con colocación, sin excesivo gasto energético ni mental. La “Flecha” le disparó a la diana de la auto-afirmación. Pero la “Lieja”…Fue diferente. Significó dar sentido a un sueño. Ganar la carrera que siempre deseó.
Ahora, todo eso son recuerdos. Grandes triunfos aglutinados en pocas palabras. Como si los grandes momentos se guardaran en un cajón donde sólo la insistencia por escucharle le obligan a hacer uso de la llave de su memoria. Los mejores equipos lo querían en sus filas. Con el Geroslteiner supo lo que era la organización. Los grandes medios del ciclismo. Aunque él se queda con los buenos momentos del Liquigas. Con un grupo de amigos que bromeaba en el mismo idioma.
Risas y triunfos que le sacaban de su timidez. Esa con la que sonreía a Chiapucci o Bugno. Una sonrisa que decía que les admiraba, aunque no se atreviese a decírselo. Junto a ellos debutó en un verano del 92, tras disputar las Olimpiadas en las que su malogrado compañero de selección, Fabio Casartelli, se colgaría el oro, en el Gran Premio de Camaiore. Terminó octavo en una carrera tremendamente dura. Quizás nadie reparó en él. Sólo era un chico que empezaba.
Su trayectoria ha significado compartir pelotón con varias décadas de ciclismo: Pantani, Bugno, Bartoli, Belli…Tantas formas diferentes de correr. Casi todos enemigos en la carretera, pero amigos de una buena tertulia fuera de ella. Sin embargo, de todos ellos, el que más le enseñó fue Franco Chioccioli, ganador del Giro en 1990. Le dio el mejor consejo: “Mantente siempre en cabeza de carrera. Desde el inicio. Evitarás caídas. Emboscadas. Tensión. Tu cuerpo resistirá más años”. Por eso, siempre que algún corredor quiere hablar con él, debe ascender a la cabeza del pelotón. No importa en qué equipo esté Davide. Grande o pequeño. Aunque ahora corra en un modesto equipo de categoría Continental, el mundo del World Tour le respeta. Estará donde él quiera. Como un patriarca.
Pero, paralela a la tensión del ciclismo, a los múltiples viajes, su vida, al igual que el rictus de su cara, de su mirada, está marcada la pausa. El eje de su día a día. Como las aspas de un molino que giran tan lentas, como firmes. A las reflexiones en torno a un café con su gran amigo, Cristian Salvato, uno de Campo San Bonifacio, el otro de San Martino, los dos nacidos en pleno corazón del Véneto. Al margen de sus victorias, de su liderato en el Giro de Italia, prevalece el recuerdo más íntimo de ambos en sus inicios como profesionales, en sus sueños compartidos.
También está Francesca, su mujer. La mano izquierda de su ansia cuando los momentos no fueron buenos. Cuando las victorias se cambiaban por los puestos de honor. Cuando las caídas dolían.
Con ella, su vida siempre ha transcurrido tranquila. Alejada de la noche. De los restaurantes. De las discotecas. Del ruido. Vida monacal y meditada que prolonga cada año su trayectoria ciclista. Su cuidado. Una vida donde el lujo es el silencio. Placeres mundanos como un paseo por Sospel, a escasos kilómetros de Mónaco, donde reside actualmente. Ese lugar le motiva. Quizás, cuando se retire, organizará salidas cicloturistas por la zona, con todo aquel que quiera compartir unos kilómetros con él, como ya hace en Italia.
“¿No es así, Davide?”, escucha de nuevo. La insistencia en obtener su respuesta le obliga a desprenderse brevemente de sus recuerdos para observar a sus compañeros. Muchos son neo-profesionales. Siente como, de nuevo, es el centro de todas las miradas, como escrutan cada uno de sus gestos como él lo hacía hace más de 20 años. Una eternidad que ha pasado volando.
Davide simplemente asiente. Luego se despide de sus compañeros. Quiere acostarse pronto. Aunque, antes, tendrá un rato para anotar a mano, en su cuaderno, las cosas que le van pasando. La vida le habla cada día. Le hace reflexionar. En ese cuaderno están todos los consejos. Los que da y los que recibe. Las palabras de elogio que nunca le cambiaron. El cariño de los fans. Sus miedos cuando debutó en Camaiore. Sus sensaciones cuando ganó 3 clásicas en una semana. El brillo en sus ojos cuando fue líder del Giro de Italia. O la prudente resignación cuando dejó de correrlas para, como hoy, cambiar una preparación específica previa a una nueva “Lieja” para participar en una prueba de menos prestigio. En su cuaderno cabe todo. Su nostalgia. Su pedaleo, que es histórico. Su ilusión, que siempre es reciente.
A pesar del paso de los años, nada cambiará. Siempre repetirá la palabra “motivación” en su cuartilla. Hasta que, cuando sus ojos dejen de brillar, como en el 92, como antes de ayer, decida colgar la bicicleta. Todo ello tendrá cabida en el libro que escribirá. Cuando se retire. Aunque, al menos, eso no será mañana. “¿No es así, Davide?".
Rafa Simón
@rafatxus
Crédito fotos:
Iván Gómez- Kuwait-Cartucho.es
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