Jonathan Lastra, el viaje del ciclista

El Blog de Rafa Simón

Rafa Simón

Jonathan Lastra, el viaje del ciclista
Jonathan Lastra, el viaje del ciclista

El Rio Oja silba suave entre piedras. Hoy viaja caudaloso. Se nutre en la Rioja alta, en la Sierra de la Demanda. Allí recoge el vigor del deshielo.  Más abajo, en Santo Domingo de la Calzada, riega los campos que en unos meses tendrán una de las mejores viñas de la zona. También acompaña carreteras sinuosas, estrechas, pero limpias de tráfico. Pintadas de verde florido y cemento gris.

Jonathan hoy no busca rendimiento, sino regalarse un paisaje diferente al suyo. Dejar la lluvia y orografía accidentada de la costa vizcaína por unos días para acompañar un pedaleo pausado por tierra de vinos.  De peregrinos que cruzan la zona buscando Santiago. Casalarreina, Anguciana, Haro. Pueblos dibujados en lomas tenues con olor a uva. Región de bodegueros. Aunque, desde hace años, sin apenas ciclistas profesionales.

Pedalea solo. Pensativo. Viajero. Hace apenas unos días disputó una de las pruebas más extrañas de su carrera. En Holanda. Las “Hammer series”. La última manga constó de una serie de persecuciones y esprints con la bici de contrarreloj. Algo inusual pero apetente en un ciclismo que innova, y eso le gusta. Apenas unos días después, rueda en un paisaje completamente distinto. Se lo debe al ciclismo.

Su viaje es reciente. Hace apenas tres años, en 2015, cuando corría en el filial del Caja Rural, tras despuntar en la última carrera del Torneo Euskaldun para aficionados, se acercó a él Floren Esquisabel, Presidente del primer equipo. Le habló con naturalidad. Le dijo que, en cuanto se cambiara, le diera sus datos, para prepararle el contrato de profesionales para el año siguiente, dejando a Jonathan saborear, sin apenas parafernalia, uno de los mejores momentos de su vida.

Le regaló el inicio de un viaje con subidas y bajadas. Con momentos buenos y de otros que tuvieron que ser remendados con optimismo.

Tres años en los que, anualmente, ha podido correr la “Itzulia”. La carrera en la que un pasillo humano, en cada repecho, personaliza, entre gritos de ánimo, a cada corredor. Desde el primero al último. El primer día supo que correría con la carne de gallina. En la primera edición, buscó la escapada. La gloria en casa. En la de este año, incluso se atrevió a dejar de rueda a Thomas de Gendt con una arrancada como las que, decadas atrás, regalaba Eddy Merckx. Él, sólo restó importancia a un talento que ya asoma.

A pesar de su juventud, ha conocido el ciclismo en todas sus vertientes. Con sus bondades y maldades. Algunas veces, aglutinadas en una sola competición. En otro viaje. El Tour de Croacia. Allí, tras serpentear por la suave costa de Zadar, destino vacacional del glamour del cine, se tuvo que enfrentar, el día siguiente, a uno de los esfuerzos más duros de su vida. El Monte Jure. Un coloso con una barriga de treinta interminables kilómetros donde, tras casi hora y media de ascensión, consiguió cruzar la línea de meta junto a los primeros clasificados. Aquel día, tras finalizar la etapa, entre mareos, tuvo que sentarse un rato. Y recurrir a lo más básico. Un respiro junto a un bocadillo y botellín de agua, para mantener la consciencia.

No todo acabó allí. El ciclismo podía ser más perverso. En la siguiente etapa, él y su compañero Fabrizio Ferrari sufrieron una caída que pudo ser trágica. Porque, en el ciclismo, cada viaje, puede ser el último. Afortunadamente, pudo seguir en carrera. Supo llevar al límite una de las expresiones más utilizadas de este deporte: “saber sufrir”.

Fue entonces cuando, el ciclismo, le dio otra recompensa: el abrigo de la unión entre corredores y cuerpo técnico. Josemi Hernández, su Director, el primero en cerciorarse de que sus pupilos estaban bien, se volcó con ellos, aferrado a su volante les mimó en su miseria. En su lucha por reintegrarse al pelotón y terminar la etapa con los mejores. Para recordarles que el ciclismo es una lucha, a veces, tan injusta como obligar a un cuerpo magullado, lleno de heridas, a que siga dando pedales.

Por eso, en cada viaje, Jonathan se mimetiza con el entorno. Con la dureza. Con el aficionado. En cada país. Con el agradecimiento que suponga que le dediquen un aplauso, un grito de ánimo, no sólo cuando pasa el primero por una pancarta de un premio de la montaña, amparado por la gloria momentánea de una escapada, sino también cuando, a veces, las fugas acaban terminando demasiado pronto y es cuando, entonces, el ciclismo termina castigando a los osados con el calvario de tener que sufrir lo indecible para poder mantenerse con el grupo más retrasado, el “autobús”. Aún a riesgo de perder la comba del último grupúsculo y  sucumbir a la pena más injusta del ciclismo: el Fuera de Control.

 Fue en Algarve, en su primer año de profesional, en la primera escapada que realizó como profesional cuando, tras 90 kilómetros llanos, el pelotón, que nunca les dejó cobrar demasiada ventaja, atrapó su intentona antes de encadenar la segunda parte de la etapa, que constaba de cuatro puertos en los que, a duras penas, pudo pedalear junto a los sprinters que ese día no disputaban la etapa. La dureza. La agonía le enseñó a aprender de los momentos malos, para valorar mucho más los buenos.

“¡Hasta luego, chico!” Un peregrino le saluda en un castellano mal aprendido al cruzarse con él. Santo Domingo es refugio de caminantes. Le hace pensar sobre su procedencia. Tras la mochila y el polvo de sus zapatos puede esconderse una historia. Él ya ha conocido muchas. Algunas injustas. Anónimas. En Argentina percibió como el brillo de la ciudad de San Juan, durante la disputa de su Vuelta, ciega la realidad del chabolismo de la periferia. Oculta familias que conviven con la miseria de pueblos embarrados en caminos sin asfaltar pero que, sonrientes, se acercan a las cuentas a animar a los ciclistas. En China, en cambio, vio que los edificios cada vez crecen más altos, intuyendo como el consumo toca a las puertas de un país que se edificó con otra mentalidad.

Pero el ciclismo es un cúmulo de viajes cortos. Vivencias fugaces mezcladas entre jadeos de una hilera de corredores que pelean por cruzar una línea de llegada en primer lugar. Es tan sólo cuando disfruta de un tiempo de descanso cuando, de verdad, puede disparar una foto. Detenerse a ver un paisaje. Observar.

En cambio, la vida sigue. Con apenas 25 años, el ciclismo tiene aún muchos viajes reservados para él. Escapadas que algún día puedan conducir a la gloria de la victoria en terrenos escarpados. En cualquier parte del mundo. O quizás más cerca de lo que piensa. Porque, aunque no le obsesione, puede que el destino más anhelado resida en su propia casa, en Bilbao. La Vuelta a España visitará su localidad este año. Los paisajes con los que ha crecido volverán a vestirse con el clamor de los aficionados. Quizás sea el momento de que, el viaje de Jonathan, otra vez, sea en casa.

 Rafa Simón

@rafatxus

Fotos:

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