Romain Sicard, el talento discreto

El Blog de Rafa Simón

Romain Sicard, el talento discreto
Romain Sicard, el talento discreto

Linguaglossa tiene la mirada fría, montañosa. Por eso, aún en plena Catania, la costa Jónica, tan sólo se intuye, sin atreverse a dibujar su silueta. El mar apenas avista un pueblo que se eleva. Recogido. De los de antes. De casas bajas, tejidas en colores templados. A lo alto, observa el Etna. Poderoso.

Romain camina pausado. Disfrutando de un callejeo anónimo entre comerciantes que ofrecen productos al mejor precio, mientras un remolino de lugareños trata de regatearlos en un murmullo de gestos. Sortea turistas que retratan iglesias desgastadas.  Los ciclistas, una vez desprovistos de casco y gafas, pasan a ser, tan sólo eso, tipos delgados. Personas que pueden pasear tranquilamente sin ser apenas reconocidas.

Mientras, el Giro de Italia rueda a miles de kilómetros de allí, en Israel. Pero pronto, cosas de la globalización, la carrera pasará cerca. Él sólo ha elegido Linguaglossa para entrenar en soledad, buscando próximos objetivos.

Hace años, nunca hubiese imaginado ese paisaje. Tan sólo era un ciclista joven y prometedor, pero anónimo. En busca de una oportunidad. Ser profesional. La Fundación Euskadi, que buscaba nutrirse de corredores de la región vasco-francesa, dio con él en primer lugar. Estudiaron su progresión. Intuitiva, pero sin resultados contundentes en el campo aficionado. Miguel Madariaga, presidente de la Fundación, habló con Álvaro González de Galdeano, su mano derecha. Le invitaron a firmar un contrato para profesionales, en el equipo Orbea Continental, para la temporada 2009.

Ese año, fue meteórico. Y el final de temporada, tan inmejorable como agónico. Ganó en el mayor escaparate por etapas, el Tour del Porvenir, por tan sólo un segundo sobre Tejay van Garderen y, un par de meses después, en Suiza, tras zafarse de la persecución de Carlos Betancour e Igor Silin, el Campeonato del Mundo sub23 en línea.

En ese momento, en tan sólo dos meses, como si de repente alguien le hubiese alumbrado con un foco en medio de la oscuridad de un teatro, multitud de equipos de gran nivel se fijaron en él. Incluso, Bernard Hinault, haciéndole un flaco favor, le señaló como uno de los corredores de futuro de su país, huérfano de grandes héroes.

Romain se puso una coraza. Se refugió en la modestia, en que aún no había conseguido nada en profesionales. Y apostó por quien le dio la primera oportunidad. Madariaga le subió al Euskaltel Euskadi, el eslabón superior de la Fundación. Con ellos debutó en el ciclismo de más alto nivel protegido entre un grupo de amigos donde sólo había iguales. Ciclismo de pequeños ratos en francés con Pierre Cazaux. De nervios mal contenidos la víspera de su debut en el World Tour en el Down Under. “Mikel, has visto, Armstrong también estará”, le dijo a Mikel Nieve, su compañero de habitación. “Tú ten calma y céntrate en aprender inglés y en dormir algo”, bromeó el navarro aquella noche.

Después llegaron los momentos más dulces. La escapada camino del Gran Bornand en aquel Tour de Francia de 2013 donde Mikel Nieve se peleaba con los mejores. O la plataforma de salida del prólogo por equipos de la Vuelta de 2012 en su debut en una grande.

 Pero también fueron momentos duros. En 2011 tuvo la lesión más grave de su carrera. Quizás una mala colocación de las calas le produjo una alteración física. Su rodilla se desestabilizó. Fueron meses de dudas. De cábalas y osteópatas. De pasión mezclada con el miedo a no volver a competir. De trabajo mental para no sucumbir. De familia.

Dos años después, vivió otro momento duro. La desaparición del equipo que le había dado la oportunidad de crecer. Su progresión ya no era un secreto. Jean René Bernaudeau no tardó mucho en ficharle para el actual Direct Energie. A cambio, tuvo que ver como muchos auxiliares y compañeros, muchos de ellos jóvenes, se quedarían en la calle. No tendrían la oportunidad de vivir lo que experimentó él: nervios, objetivos, habitaciones de hotel en la víspera del Tour Down Under. Sueños.

Bernaudeau se lo puso fácil. Era un tipo como Madariaga. Rudo en su lenguaje, pero honesto con los suyos. “Romain, sólo te voy a pedir que cambies de maillot, pero la mentalidad será la misma que tenías hasta ahora. Desvívete por el compañero y tendrás también tu libertad de actuación. Aquí suma el colectivo.”, le recordó.

Romain, en cambio, temía por su progresión, por como relanzar su carrera. Pronto se contagió de la garra de Pierre Roland. Pierre le pidió que le apoyara en el asalto al Giro de Italia. Sería su primera grande tras la desaparición de Euskaltel. También se impregnó de la esencia del carisma de Thomas Voeckler. Tras ese tipo excéntrico y sus desgarbados gestos ante las cámaras de televisión descubrió un hombre comprometido. Que velaba por los intereses del grupo, mucho antes de los suyos. O la clase de Bryan Coquard.

Bernardeau no faltó a su palabra. Le dio galones en muchas carreras. Puso hombres a su disposición. Pero siempre, la felicitación más sincera llegaba cuando, como el equipo, anteponía los intereses de todos, antes que el suyo.

Romain mira hacia arriba de nuevo. Sin darse cuenta, detiene sus pasos. En medio de la gente. Atrapado por la magia del Etna. Coloca la mano sobre su frente mientras estira la mirada. El sol dibuja una estela fina. Intuye piernas como alambres. Pero de rodillas firmes. Pronto, el Giro de Italia pasará por allí. Las calles se llenarán de aficionados, de caza autógrafos. Romain, camina ausente a todo aquello. Camuflado de humildad. Sin casco ni gafas de sol, los ciclistas son personas anónimas. Con una historia. Con sueños. Nada más.

Rafa Simón

@rafatxus