Han sido muchos días intentando salir a entrenar un rato, el que el trabajo y el estrés de cada día nos deja, sólo con el fin de vivir y disfrutar de esta magnífica jornada, la Marcha “Ports del Maresme", donde observamos máquinas de esas que solo puedes ver en las revistas, en las grandes carreras o por la tele y también modelos antiguos o de grandes superficies, ¿por qué no?, pero todo el mundo con una sola idea: ser el mejor dentro de sus posibilidades, sin más, todos sabemos que no vamos a ganar. Nos damos cita, aficionados al ciclismo para compartir carretera y lucir con orgullo maillots de diversos clubs o de anteriores eventos de los que estamos orgullosos. Por un lado aquellos que van a cuchillo a rascar algún punto para escalar puestos en el ranking y por otro los que buscan simplemente anotar muescas en su flaca y poder contarlo a sus compañeros de grupeta, que somos la mayoría.
Una grupetta de lujo
En mi caso salía con uno de mis compañeros de grupo, pero todos los integrantes de mi club, el CaF Maresme, me prestaron su inestimable ayuda y aliento para preparar esta marcha, sólo para poder acabarla. La salida fue multitudinaria, más de 1.000 participantes, en cinco cajones y con 10 minutos de retraso. Disparo al aire y todo el mundo a la bajada de Arenys de Munt hacia el mar, en unos kilómetros de descenso a gran velocidad para ir definiendo posiciones y buscar la rueda buena… un discurrir hasta la NII que nos lleva directamente a Sant Pol de Mar donde ascendimos por Collsacreu, un puerto con repechos importantes, pero posibles y que aún, estando todavía fríos, atacamos sin pestañear, a buen ritmo. Algunos ya habían quedado rezagados reparando un pinchazo, apretando una potencia, revisando el cambio... pero el grueso del pelotón, subíamos serpenteando con una vistas maravillosas que a veces nos hicieron despistarnos de la carrera y más cuando nada te juegas, sólo el puesto 256 o el 389 por enumerar alguno.
Calor humano y meteorológico
Coronado fácilmente, llegó una pequeña bajada, que aprovechamos todos para relajar las piernas sin arriesgar, excepto aquellos que van observando la moto de los Mossos por delante, esos que van a tumba abierta, mirándose unos a otros intentando intuir que estrategia seguirá el de al lado y si podrá responder. El sol comienza a apretar 18, 20, 25 grados... y directos hacia Gualba: repechos moderados que ya van dejando algunos descolgados, pero llega “el pasaje del terror"; tramo medio asfaltado, medio tierra, para salir a Campins con repechos del 15% y más, que ya dejó algunos efectivos sin piernas y que a ciclistas pesados como yo, acompañaban crujidos en las piezas forzadas de la flaca. Es impresionante oír el sonido de los cambios y cadenas acompañado del silencio de la naturaleza, sólo el canto de los pájaros. Seguimos subiendo a Santa Fe, el horizonte se oteaba mirando hacia arriba ya que el Turo del L´Home vigilaba nuestro ascenso. Más subida constante del 7, del 8, del 9%... y abriendo más hueco entre los pros y los terráqueos. Se empezaba a respirar el cansancio del personal menos preparado y se podía ver algún grupito a la espera de integrantes, como excusa para descansar y aliviar esas rampas por falta de todo un poco. Por fin llegamos arriba, a un paraje natural de suma belleza y sin descanso, a lanzarse al vacío a toda máquina, hacia La Roca para subir Orrius, otro pequeño puerto de 4 kilómetros seguido de otra bendita bajada como tregua al esfuerzo. De nuevo otro rompepiernas más, de otros 4 kilómetros, Can Bordoi, que tampoco reviste la mayor dificultad, siempre que hubieras sabido controlar el gasto energético en el resto de la carrera y teniendo en cuenta los metros de subida ya acumulados.
Un espectador conocido
Llegados aquí ya solo quedaba encarar Collsacreu, mucho más templado por esta vertiente. Ya se notaba el cansancio general y las bicicletas parecían fabricadas en plomo, los kilómetros acumulados pasan factura y no se rodaba alegremente como al principio. Aquí encontré a Juan Carlos Alvaré, el fotógrafo de CAF que, cámara de fotos en ristre, inmortalizaba uno a uno a todos los participantes a cara de perro. Paré para saludar y ver como pasaban uno tras otro, bravos deportistas apurando los últimos kilómetros. Me despedí y acabé con un buen ritmo y en bajada, llegando a la meta con otros muchos ciclistas que esperaban a sus compañeros y celebraban haber acabado sin novedades. El reconocimiento del público se limitaba a algún aplauso esporádico y eso sí, mirar con esa cara de “como me gustaría estar ahí" o “quien debe ser ese... ".
Reponiéndonos mientras comíamos, discutimos como podríamos haber hecho mejor tiempo y que fallos tendríamos que pulir, ya pensando en la próxima marcha en la que participaremos...
Aunque la organización quizá no tenía muchos recursos probablemente debido a la crisis, nuestra ilusión hizo que pareciera una etapa del Tour.
MÁS DE 1.800 FOTOS DE TODOS LOS PARTICIPANTES