El Tour de Flandes, Ronde Van Vlaanderen en flamenco, es el tercero de los “monumentos” del calendario ciclista internacional. Son 227 kilómetros con salida en Brujas y llegada en Oudenaarde, salpicados de numerosos tramos de pavés y de pequeñas cotas con desniveles, en algunos casos, brutales. Sus muros y carreteras han marcado la historia del ciclismo.
Un viaje agitado
La prueba empezaba el sábado 3 de abril en la Plaza del Mercado de Brujas, la capital de Flandes, una maravilla urbanística que está en pie desde el siglo XI. Pero para nosotros la carrera salía, al fin, de Barajas el viernes 2, a las nueve de la mañana. Los atentados de Bruselas pusieron en claro riesgo el viaje. Hasta la víspera, Juan Ignacio y Pancho jamás se plantearon desistir, no supimos cual sería el aeropuerto de destino. Al final fue Lieja que tiene un aeropuerto destinado a carga y cuya infraestructura para los pasajeros es mínima. Así nos ocurrió con el tiempo de vuelo, que fue muy superior al previsto y, con el alquiler del coche, que tuvimos que ir a buscarlo a la propia ciudad de Lieja, que está a más de 200 kilómetros de Brujas, se nos descuadró la agenda. Y aún teníamos que recoger los dorsales en Oudenaarde, las bicis en Ypres y montarlas en el portabicis que llevábamos en la maleta facturada tarea que, entre risas, no fue nada fácil. Comimos a las cinco y por fin, a las nueve de la noche llegábamos al hotel de Brujas. Una vez instalados nos fuimos a cenar y a las once y media a la cama, sin sesión de baño y masaje.
La luna de compañera
Teníamos previsto tomar la salida sobre las siete y media de la mañana por lo que había que tocar diana a la seis. Fueron pocas horas de sueño pero bien aprovechadas. Los ciclistas desayunaron como si no hubieran comido nunca. La verdad es que les esperaba una dura prueba. Pancho, hay que ver lo que vale este muchacho, tiene un amigo en Waterloo, Rufino, y a las siete de la mañana estaba, tal como había quedado, en la puerta del hotel. Su ayuda fue inestimable para el Director Técnico.
Los ciclistas, gracias a ese invento del GPS, se fueron en bici, después de instalar un pilotillo rojo en el sillín pues todavía no era de día, para la Plaza del Mercado. Con la ayuda de Rufino conseguimos llegar con el coche a la plaza. El ambiente era extraordinario: parecía la salida de los profesionales, sólo que multiplicados por mil, ya que 16.000 globeros estaban dispuestos a vivir la aventura. Música, banderas, motos oficiales, fotógrafos… Parecían Sagan y Cancellara por un día. Pancho tenía los nervios en las tripas y Juancho en la cámara del móvil. A las siete y media les despedimos. La salida oficial, en las afueras de Brujas, la organización se la tomó a nuestros campeones a las siete horas, cincuenta y seis minutos y cuarenta y ocho segundos.
Pedalada a pedalada
Los primeros ochenta kilómetros apenas tienen dificultades. Buenas carreteras, llanas, casi cuesta abajo. Los grupos que se formaban eran auténticos pelotones, en algunas ocasiones con más de trescientos ciclistas que rodaban a buen ritmo. La carretera era un autentico rosario de ciclistas. La metáfora de la serpiente multicolor era pintiparada para el caso. Cientos de espectadores se agolpaban en las cunetas animando a todos los participantes. El chico del Garmin y el gigante de la France de Jeux que, por cierto, Rufino no entendía como en pleno territorio flamenco vestía un maillot francés, se acoplaron al ritmo de la marcha y rodaban sin dificultades.
En el segundo avituallamiento, kilómetro 83, los nervios que habíamos detectado en la salida en Pancho estaban en plena ebullición. Algo le sentó mal en la cena o en el desayuno que no acababa de solucionar en las letrinas. Sin embargo, la voluntad de ganar a la gastroenteritis fue más fuerte que los propios temblores estomacales.
Se acaba el relax
A partir del kilómetro 120 comienzan las dificultades. Es el bucle que se desarrolla alrededor de Oudenaarde y son 100 kilómetros hasta la meta, donde se suceden tramos de pavés y cotas durísimas de forma continuada. Justo antes del tercer avituallamiento, en el kilómetro 120, está la cota de Molenberg, 475 metros de pavés con una pendiente máxima del 14% que Juancho supera con aparente facilidad mientras que a Pancho le cuesta un mundo mantener la rueda del Garmin. Por esa cota pasan a las 12 horas y 28 minutos. Sin contar las paradas en los dos avituallamientos, están rodando a más de 30 kilómetros por hora, media más que aceptable. La verdad es que el día soleado y sin viento hasta ahora facilita la marcha de los corredores.
En el kilómetro 161, antes de cuarto avituallamiento, está la cota de Eikenberg, 1.148 metros de pavés, con una pendiente máxima del 10%. Por su cima Juan Ignacio pasa con 30 segundos de adelanto sobre Pancho. Su forma de pedalear, fácil y frágil a la vez, con el cuerpo erguido y las manos en la cruz del manillar, transmite la sensación del mínimo esfuerzo. Sin embargo, Pancho, cuyos temblores gástricos por fin han desaparecido, da la impresión que en cada pedalada se le va la vida.
Se termina el reto
Tras el cuarto avituallamiento comienza la parte más dura del Tour de Flandes. Entre los kilómetros 171 y 191, se encuentran, entre otras, las famosas cotas de Koppenberg, Kaperij y Kanarieberg. Nuestros ciclistas, cada uno con su estilo, las superan dignamente. La de Koppenberg, 700 metros de pavés roto con una pendiente máxima del 22% nos ha parecido la más dura del Tour. En la última de ellas, la de Kanarieberg, 1.100 metros de buena carretera en una preciosa zona boscosa y con una pendiente máxima del 14%, justo antes del último avituallamiento, Juancho pasa con 50 segundos de ventaja sobre Pancho. Ya llevan más de ocho horas dando pedales.
Al llegar al último avituallamiento parece que quiere cambiar la tarde. Se ha levantado un aire fresco que nos obliga a todos a abrigarnos. La sensación de que la prueba está superada nos llena de ánimo. Quedan 30 kilómetros y tan solo la famosa cota de Paterberg se vislumbra como último gran escollo. Antes está la cota de Oude Kwaremont, 2.200 metros de pavés con una pendiente máxima del 11% , que Juancho pasa con su soltura característica con 1 minuto y cuatro segundos por delante de Pancho que corona dentro de una grupeta sacando todas las fuerzas que su amor propio le permiten. En Paterberg, una pared adoquinada de 300 metros con una pendiente de más del 20%, nuestros héroes tienen que echar pie a tierra para coronar. Con tanto ciclista alrededor es imposible pedalear y no hay más remedio que acabar andando. Luego, casi todo es cuesta abajo para terminar la aventura.
En los últimos kilómetros Pancho trata de dar caza a Juancho, gastando la última gasolina que le queda, pero el hombre del Garmin sabe administrar su ventaja igual que Sagan al día siguiente mantuvo a raya a Cancellara. Las cartas están echadas.
Nuestros héroes han acabado su tercer “monumento”. Juancho lo ha conseguido en 10 horas, 14 minutos y 29 segundos; Pancho en 10 horas, 16 minutos y 14 segundos. Hemos disfrutado de cada pedalada y hay que vivirlo para entenderlo.
El largo viaje ha merecido la pena.