De la ascensión al Aubisque, la que el Tour celebró en el 2007 parece apenas que el tiempo no has pasado. Vuelan los segundos. Para casi todos. Porque a otros se les hacen eternos. Lápidas que castigan con cada milésima. Así le ha sucedido a Michael Rasmussen, un muerto viviente del ciclismo, sumido en una tumba, pero con el aire suficiente como para aguantar. Aquella tarde del 25 de Julio en la que el danés "tocaba el cielo", como él mismo explica, a cuatro días para terminar el Tour de Francia y con más de tres minutos sobre Alberto Contador, segundo hasta entonces, se detuvo el reloj de Rasmussen. Las manecillas dejaron de girar por un plazo de dos años. Eternos los de su sanción, por no haber especificado los detalles de su paradero y burlar dos controles anti-dopaje.
Rasmussen, vivo después de meditar acabar con todo de raíz, con el suicidio, armó su mente con una coraza que nadie ha podido derribar. Dos años después, con su castigo cumplido, el danés regresó a la competición aplastando a sus rivales en la mexicana Vuelta a Puebla, donde al segundo clasificado le sacó 10 minutos de ventaja y terminó el año de su regreso en la Vuelta a Chihuahua. Ahora, el danés espera otra vuelta, la suya, al gran nivel que dejó en el Tour del 2007. Con él hablamos, sobre su pasado, aquella fatídica noche en la que fue expulsado del Tour y de su futuro.