No le dolían a Dani Navarro la piel abierta de sus brazos y glúteos cuando entró en meta. Solo la mente acentuaba su gesto apesadumbrado. Se olvidaba del dolor, por los huesos que se dejó Chris Horner en Otxandio, tras concluir el leve descenso de Urkiola, camino de Garate. "Me da pena que, por mí se haya caído Horner, es lo que más rabia me da". Suplicio infernal. Conciencia cargada. "Cuando Luis León Sánchez ha atacado nos hemos ido a por él, para intentar neutralizarle y al cogerle ha saltado otro grupo al que también hemos dado caza. Ahí me he caído, con tan mala suerte que Horner se ha ido al suelo detrás de mí". Inevitable.
"Dentro de lo que cabe estoy bien". Decía con la garganta colmada de sensaciones. Ojos temblorosos que miraban al horizonte, a la carretera que le tatuó las heridas sangrantes con las que llegó a Güeñes. "Hoy voy a pasar una mala noche", predecía. No pidió ningún mimo. "Hoy no quiero masajes ni nada de eso, solo poder dormir bien, aunque sé que va a ser muy difícil". Casi imposible. Por el dolor físico, visible y justificable, y el de su mente, impensable, pero también inevitable. ainara@ciclismoafondo.es
