Fotos: Tim de Waele
Es mano gloriosa la de Alejandro Valverde. Bendita. De esas que acaban con la sequía del vacío desafortunado y con la postración mental venida a más por los desafíos retadores en el campo verbal. Solo ahí le ganan. En la verborrea. En lo que a piernas, y manos, se refiere, el murciano sale siempre invicto. Poder usufructuario de deleite notorio continuo. Con un simple toque de palma convierte en oro todo aquello que palpa. Semidios. Porque lo etéreo es intangible a su alcance. Añoranza de un límite que no es capaz de alcanzar. Que no depende de su propia historia. ?Ahora mismo no está en mi mano correr el Tour de Francia?, acertaba a decir entre suspiros que entristecían el chirriante amarillo defendido con creces desde que lo tejió en el Mont Ventoux. Endeleble se mostraba entonces al hablar, descubierto ante la limitación impuesta por esa fuerza externa a la que su mano no puede todavía vencer. Desconsolado en filó el camino al podium de la Dauphiné Liberé, edificado con revestimiento propio, sello de la zarpa murciana que en la carretera, ahí sí, dominó con mano tenaz la cimentación de su último prodigio, otro más. Segundo toque portentoso a la carrera que debería catapultarle hacia la ronda gala. Pero ese impulso no pueden darlo sus extremidades, con corcel sujetas, imposibilitadas de construir el propulsor definitivo. No. Ése ya no está en su mano.
Sí acariciaba en cambio el sabor de Grenoble. Sólo él podía adivinarlo entre el estresante calor de Faverges, la ciudad ovalada entre cáscaras de la Alta Saboya gala. Marcaba Valverde el remate para la adquisición de su última toma en St. Bernard du Touvet, donde los dientes de Cadel Evans, ansiosos como nunca se aguzaban para amputar a Valverde su mano bendita. Hasta en seis ocasiones llegaron las cuentas del amarillo en los intentos del australianos, de repentina explosividad en cantidades inauditas. Insólito el líder del Silence-Lotto al buscar seccionar a Valverde en dos. Fue, como en el ascenso a Longchamp, or tocudez y creencia en sí mismo. En la ilusa posibilidad de desbancar a un aguerrido líder, solo pero concienzudo, con la inestimada y fortuita, pero no por ello menos servicial cooperación de una mano de obra más, capataz ésta. La de Alberto Contador, puente de unión entre el desesperado Evans en sus cambios constantes de ritmo, y la perseverancia de Valverde. No atacó tampoco en la última jornada el líder del Astana. Se tendió ante la ilusión del murciano y su costado bendito para taponar los dieciséis segundos de abismo que flagelaban a Evans. Hizo el madrileño, en fase de entonación, las veces de gregario para el murciano antes de que Pereiro, Ivan Gutiérrez y Zandio, escapados en la fuga numerosa hicieran añicos sus opciones para proteger la mano milagrosa de Valverde.
Clement, por justicia
La misma que con su fuerza se extendió sobre el propio Contador, superado el último escollo desnivelado a falta de 27 kilómetros para el final y cuando Evans se quedó sin terreno para propiciar el corte de gracia. Allí, en la misma cima de St Bernard du Touvet extendió su acreedora Alejandro Valverde. Símbolo de agradecimiento silencioso. Contador no se inmutó. Ni un ápice de movimiento ante el toque sortudo del ganador de la Dauphiné Liberé. Repetido. Se consagró Valverde a sí mismo por segundo año consecutivo, siguiendo la dulce estela de Miguel Indurain. Triunfador también a pares, como él. Al igual que Lance Armstrong en 2002 y 2003. Ahora Valverde revalida esa marca galáctica con la solvencia de su avezado buen hacer. "Ha sido difícil ganar esta carrera. Los dos últimos días he tenido muchos ataques muy fuertes. Evans estaba muy fuerte y su equipo se ha puesto a trabajar a tope desde el inicio del puerto, de haber tenido un mal día, lo hubiera pasado mal". Especulaba Valverde con lo impensable. "Mi equipo ha estado fenomenal y tengo que darle las gracias por su ayuda". Proseguía su propia réplica: "He sabido responder". Ecuánime.
La etapa la ganó Stef Clement por justicia. Sobrevivió sin mirar atrás cuando la fuga de 18 corredores se despedazaba en la ascensión, mirador de la culminante Grenoble. Hasta allí se asomó acompañado de Timothy Duggan, invitado esquivo al relevo como método de supervivencia. A ellos se les adosó Sebastién Joly para infundir pasión a la llegada donde el propio francés fue el primero en desatarse. La constancia de Clement en la caza, paciente pero reguladora terminó por eliminar a Joly y el honesto veredicto del sprint otorgó el rango ganador al corredor del Rabobank, extasiado con el estreno de su casillero en la élite. Poco después llegaba Valverde, con su mano, en puño ahora, cerrado. Victoria. Otra más. Luego colmaba de agradecimientos. "A mi equipo, por la labor que han hecho para mí y a Caisse d'epargne, el patrocinador, porque me está ofreciendo todo su apoyo". Lo siente patente. Palpable en esa mano que casi todo lo posee, pero que no alcanza a discernir su presencia en Mónaco el próximo cuatro de julio. ainara@ciclismoafondo.es
</embed />
PINCHA AQUI PARA VER LAS IMÁGENES DE LA DAUPHINÉ LIBERÉ
PASA A LA SIGUIENTE PÁGINA PARA VER LAS CLASIFICACIONES DE LA ETAPA