Foto: Tim de Waele
Más solidificado se quedó Frank Schleck. Cuando Yukiya Arashiro, Serguei Klimov, Niki Terpstra, Borut Bozic, Rubens Bertogliati y Albert Timmer, fugados desde el inicio, agonizaban en su intento y Óscar Freire derrochaba síntomas de recuperación, el mayor de los hermanos luxemburgueses se fue al suelo con el australiano Mattew Lloyd. Fueron el nudo en la garganta que cortó la respiración de la carrera. Paralizada. Como ellos. Lloyd apenas podía cambiar de postura en los primeros instantes y Frank Schleck precisó de suero para recuperar el aliento. Abandonaban en una ambulancia, postradas en una camilla las esperanzas de espectáculo y emoción, ancladas al collarín del corredor del Saxo Bank. Pero Freire no reparó en incidentes. Su estela fue el único viso de exhibición en la Amstel Gold Race. Sangre caliente la del cántabro. Pero la mirada no le alcanza la vista a las cimas como el Cauberg. En fase de congelación rusa.
Freire en cabeza
El tricampeón mundial no desistió en su intento de revolucionar la carrera y echó mano del pundonor para colocarse en cabeza con Valerio Agnoli Markus Burghardt y Niki Terpstra, desconfiado en los relevos ante el incesante trabajo del Caisse d' epargne, con Óscar Pereiro, Luis Pasamontes y Vasil Kiryenka. Unión para asomar a Valverde hasta el Cauberg. Pero el murciano, al igual que Samuel Sánchez no sobrepasaron el Keutenberg, última cota previa a la final y a diez kilómetros de la llegada, en posiciones cabeceras. Fue allí donde Kreuziger, descalabrado ante la excesiva demora de Vincenzo Nibali, se degustó a sí mismo. Frío. Al igual que Robert Gesink y Karsten Kroon, el orgullo holandés de la Amstel Gold Race. Flemáticos. Los había congelado Serguei Ivanov que, junto al del Saxo Bank saltó para anular a Kreuziger y formar el trío que se pantó con las minimas y quebrantables diferencias en los pies del Cauberg.</embed />
Los tres dispuestos a descorchar la sabrosa cerveza que cultivaron en los últimos kilómetros. Pero apenas pudieron intentarlo. Robert Gesink fue el primero en reparar en la congelación que sus piernas habían sufrido cuando fue a echar mano del abridor que, pretendía, le empujara hasta la meta. El cambio de ritmo de Serguei Ivanov le dejó claro que su enfriamiento era paralizador. Mortífero. Karsten Kroon no pudo más que seguir el paso de la bandera rusa, seña de identidad del Katusha, la que porta Ivanov. Congelador abusivo y experimentado. Convertido en imagen y semejanza del equipo de Omar Piscina que acumula ya 14 victorias en los primeros cuatro meses de temporada. Ivanov ni siquiera miró hacia atrás. A aquella Amstel Gold Race del 2002 en la que Michele Bartoli le superó por la mínima después de haber demarrado a sus compañeros de fuga, Michael Boogerd y Lance Armstrong. No. Esta cerveza iba a bebérsela él. Se levantó, camino del refrigerador donde los favoritos, estancados, expiaban. Desaparecidos. Arrancó a cuatrocientos metros para en final sin visos de un frenazo y solo giró la cabeza para certificar la congelación de Kroon, pegado a su rueda hasta la misma línea de meta, y del grupo perseguidor. Congelados en los diez segundos de los que Ivanov disfrutó degustando su más exquisita y helada cerveza. strong>ainara@ciclismoafondo.es</strong