Fotos: Tim de Waele
Y es ahí, "a falta de siete u ocho kilómetros" cuando ya no se puede más, piernas hinchadas como globos. Se lo había dicho Contador a Samuel a las faldas del Lautaret, terreno llano que parecía transitorio, un tobogán hacia la corona del Tour de Francia y que fue malvado y traicionero. Es ahí cuando, infladas las piernas gritan porque ya no soportan el dolor y explotan, traidoras como pocas veces. Es ahí cuando Contador se tiene que sentar, obligado. Un caminar que se le hace eterno hasta Serre Chevalier. Es la tortura que supone la derrota. Cada pedalada hacia adelante es dolorosa, ardua. Conduce al infierno. Un glaciar, que es el fantástico Galibier cae sobre el madrileño y lo sepulta en los cuatro minutos que tarda en llegar a meta . Adiós. Todo se ha acabado, telón echado, luces apagadas y oscuridad absoluta. Es la soledad, ésa, la fantástica que otras veces le ha acompañado testigo de su supremacía y que ahora, desoladora golpea cuan martillazo mientras Evans, Basso Frank Schleck y Voeckler se marchan. Y él ahí, solitario se sienta y los ve marchar. Los deja, a ellos y al Tour "ya imposible de ganar", acepta el madrileño, porque nada puede hacer.
No fue un suspiro momentáneo, uno de esos momentos que dejan a los pulmones bloqueados y la respiración no fluye, el corazón no palpita y la sangre deja de corretear por las venas, ágiles. El agarrotamiento venía de antes. La rodilla y su incomodidad. La fatiga. En el Col de Agnello, antes de regresar a Francia Contador ya claudicaba en la parte trasera del pelotón. Mala cara. Cuando una cámara se le acercó cambió la visión hacia el vacío, como observando el paisaje. Era el poder del disimulo, sin gafas de sol le habían pillado, desprevenido y su mirada agotada se mostraba al mundo. Quiso esconderla pero no pudo. Todos la vieron y el Leopard salió de caza, hambrientos. Los Schleck mandaron a dos guepardos, Posthuma y Monfort para abrir camino mientras los jefes de la manada, agazapados se hacían señas en el grupo. Un silbido de Andy Schleck a su hermano lo indicó todo. Minutos después una zancada prodigiosa como ataque ante las miradas atónitas del resto de favoritos le dejaban solo en el Izoard. 60 kilómetros a meta. Suicidio.
Era el todo o la nada. La gloria más absoluta de aquel ciclismo épico que cualquiera menos los Schleck, perfiladores de la modernidad más absoluta podrían esbozar, o la miseria del atacante herido. Y resultó grandioso y legendario Andy Schleck y el Lewopard Trek, etapa para enmarcar. De libro. Engancharon Posthuma y Monfort con él hasta donde pudieron. Monfort le guió en el descenso, no sin algún susto por tomar las curvas abiertas y entre valles camino del Galibier, Andy ya solo se vestía de líder, virtual amarillo mientras detrás nadie se movía. 'Un uomo solo al comando, la sua maglia è biancoceleste', se podría reeditar los gritos empedernidos del cronista Mairo Ferretti en el Giro del 49 dedicados a Coppi. Antes, mucho antes había abierto camino en el Tour hacia el Galibier. Un siglo hace ya del paso de Emile Georget por el coloso que sepultó cien años después a Contador. Al llegar a meta, enfurecido fue donde Henri Desgrange, un loco periodista al que un día se le ocurrió crear la mejor carrera del mundo que es hoy el Tour de Francia y le espetó también entre gritos: "Cela vous en bouche un coin", expresión francesa que al traducir es un "te he dejado sin palabras".
Se lo echó en cara principalmente porque Georget consiguió subir hasta el Galibier sin poner pie a tierra en las más de dos horas y media que le costó subir el Galibier. Cien años después fue Andy Schleck, camino del mito, el ciclista que comienza a convertirse por fin en el campeón que su talento natural dibuja el que lo espeta. Sin palabras. "Oh Sappey, Oh Lafrey! Oh Col Bayard! Oh Tourmalet! Al lado del Galibier sois pálidos y vulgares bebistrajos". Lo escribía Desgrange en un editorial a finales de 1910. Ése invierno había cogido la maleta y se marchó a los Alpes a explorar, a abrir caminos para la carrera que un año antes había ya dirigido por primera vez a los Pirineos y quería seguir expandiendo. Pálido se quedó Contador, confeso ante el más absoluto dolor de un triunfo que se va, imposible ya de conquistar. Ni cuarto Tour ni doblete, como hiciera Pantani en el 98 desde el Galibier hasta París. El glaciar sepultó al madrileño cuando Evans, tensada la cuerda hasta el extremo se decidió a arrancar segundos a Andy Schleck, sin liderato por la resistencia sideral de Voeckler. Un día más de concesión para el francés en la gesta de Andy y el hundimiento de Contador.
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