Fotos: Tim de Waele
En el Tour, en Francia la exhaustividad más rígida marca la ley. Sin concesiones. Severidad y disciplina como vía para construir la mejor carrera ciclista del mundo, un riesgo de vida diario que es el segundo espectáculo deportivo más seguido solo superado por los Juegos Olímpicos. Pero al Tour en la 17ª etapa le tocaba cruzar fronteras en Montgenevre, el pico que marca la división entre Francia e Italia. Entre el orden y la anarquía. Y ahí comenzaron a sucederse las curvas, la divinidad de las carreteras estrechas y los finales, como el de Pinerolo nerviosos. Una mecha, lo poco que necesita Contador para hacer explotar su llama, siempre encendida y provocar el desorden convertido en revuelta conquistadora de un Tour que él solo está convirtiendo en maravilloso a base de ataques como el de ayer. Arcén minúsculo, descenso estremecedor, una trampa para los demás. Un tobogán para él y su amigo Samuel Sánchez. Al ataque.
Hacerlo en medio del caos devastador que es Italia es toda una proeza. En Villar Perosa, por ejemplo, un vecino abrió las vallas que el Tour había colocado en el descenso camino de Pinerolo. Menos mal. Así es Italia, vorágine de desconcierto que, por alguna razón, funciona. Ésa valla abierta salvó a Hivert primero, supervivente de la fuga numerosa y después a Voeckler. Los dos entraron en el patio de la casa del vecino rebelde. De no haber sido por él, el maillot amarillo estaría marcado por el acero. Fue resultado de un acelerón, nervios candentes y un ansia que empuja, la del francés por mantener a toda costa el patronato de la 'grande boucle' mientras el arte y la belleza formada por unas piernas enjutas y morenas, rasgadas de tanto sol y carcomidas por tanto dolor que son las de Alberto Contador se lanzan al vacío.
Tiene hambre Contador, por eso abre los dientes, escupe fuego por la boca en el descenso de Pramartino. Es consecuencia la rabia de la adversidad que se le acumula. Ya no tiene espacio para tanto disgusto. A los pies del puerto italiano, allá donde, Contador lo sabía "estaban todos avisado", culpa suya, pues su ataque camino de Gap les hizo temblar y, a la vez encender la alarma para un movimiento cantado como era el del valiente chico de Pinto, una curva cerró a varios corredores. Algunos se fueron al suelo y Contador, que no se cayó, tuvo que echar pie a tierra. Parón obligado mientas los Schleck, Evans, Voeckler y Basso seguían pedaleando. El frenazo trae consigo el calentón, "un montón de corredores que se van abriendo a los que iba esquivando". Remontada. La condensación de lo que éste Tour es para Contador en una tachuela de segunda.
De ella se deriva el coraje y el orgullo sacado a pesar camino de Gap el martes y que volvió a aparecer en Pramartino. Francia o Italia, orden o caos, qué más da. Él sigue atacando. Sigue siendo el hombre que da espectáculo al Tour. Agarró a Samuel Sánchez y entre los baches que hicieron saltar la cadena al asturiano en dos ocasiones se lanzaron, suicidas. Mientras, Boasson Hagen captaba los primeros planos en su segundo triunfo de etapa en el Tour, el cuarto para Noruega con solo dos ciclistas vikingos en la ronda gala. Hagen soportó la valentía de Rubén Pérez en Sestriere, donde se marchó solo y la ofensiva de Chavanel para acabar plantándose en Pinerolo en solitario.
Así quiso llegar Contador pero no pudo. "Había mucho terreno llano desde que acaba el descenso, pensaba que la meta estaba más cerca", se lamentaba Samuel. Ese plano les sirvió a los Schleck y a Evans para atrapar a los amigos españoles aliados en el ataque. No a Voeckler ni a Basso, medio minuto perdido. Pero "ésto es solo un aperitivo", avisa Contador. Hoy, en el Galibier correrá con más hambre aún. Banquete.
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