No hay nada como la pista para calentar los músculos y dar el salto al rugoso asfalto en un sprint. Las piernas se mecen con la carretera en un romántico caminar que mece las pedaladas gráciles de aquellos que antes de dar pedales al descubierto probaron el riesgo de los velódromos. Lo sabe bien Mark Cavendish, el rey de los sprints aciago aún en el que está siendo su debut en
A cielo descubierto hizo sonar la campana en Málaga, en la contrarreloj que debía poner las cosas en su sitio. Lo hizo, porque Michael Rogers se ha aupado al liderato, echando por tierra la ilusión de Sergio Pardilla de confirmarse como ganador virtual a falta de la última etapa, la de mañana, entre las localidades escarpadas de Torrox y Antequera. No sonaron campanas para el manchego, badajos silenciados. Todos a excepción de uno, el de Alex Rasmussen, el chico de la pista. Diez kilómetros de sprint en solitario, sin golpes de manillar ni codazos, sin ruedas que seguir o a las que adosarse. Como dar mil vueltas a una pista pero sin techo. Así se lo tomó antes de salir y con esa máxima marcó los mejores tiempos.
Tanto que ni Gustav Larsson ni el propio Michael Rogers supieron desbancarle de los mejores tiempos que marcó desde que saltó a la carretera, esa desconocida para Rasmussen. Sprint a fuego. Ni estaba enclavado entre los últimos ciclistas en salir ni sabía como sortear al viento, otro invitado extraño para el chico del ciclismo casero. Agarró entonces la campana al entrar en meta, rápido y fulminante, como si restaran más vueltas a la pista imaginaria. Frenazo en seco para todos. Wiggins afinó para quedarse segundo. Lejano. También Tony Martin, prometedor tercero. A Rogers en cambio le bastó hacer cuarto, sin sonrisas ni exhibiciones, lejos de aquel contrarrelojista que ya ni siquiera se logra atisbar en un pasado no tan lejano. Oculto ya.
Peor se quedó Pardilla ante la campanada inesperada de Rasmussen. Sordo. Apenas asomó en los primeros puestos de la etapa pero aguardó el podium en la general, con un descenso eso sí, hasta el tercer cajón. El flujo del rojo que corría por sus espaldas, el del maillot de líder de
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