FOTOS Y VÍDEO. Vuelta al País Vasco. 2ª etapa: Brutal Kiryienka

El del Movistar demarró a poco más de un kilómetro para el final y se apuntó la segunda etapa de la Vuelta al País Vasco. Andreas Klöden, nuevo líder

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Quedaban 1.600 metros para el final, para cruzar la línea de meta e ir directo a la escalera del autobús, subirla y empezar a quitarse todo de encima, el casco, el maillot, el culotte, los guantes, las zapatillas, los calcetines, también las gafas y el famoso pinganillo, todo lo que pese, todo lo que moleste, en busca de ligereza, de sentirse cómodo tras horas de sufrimiento, de dolor de piernas, de tensión, de ciclismo. Salían de una rotonda. Al fondo, Lekunberri. Fue entonces cuando un soldado vestido de azul, de verde, con la 'm' más famosa sobre su espalda, sobre su pecho, chico de Unzue, echó mano de sus terribles piernas, dos que machacan los pedales, que hacen volar a su bicicleta, ágil gracias a sus brutos gemelos, martillos que explosionan cuando contactan con el aparato de las dos ruedas. Era el principio del fin de la etapa, la segunda de País Vasco, fiel, como siempre, a la tradición de la emoción, amiga de aquello que algunos, muchos, llaman espectáculo.

Hace tres años, este chico del Este, que en junio cumplirá 30 años, vivió la cara amable y la cara triste del ciclismo. Ganó una etapa en el Giro y perdió otra en la Vuelta. En Italia, en la carrera de Contador, metió casi cinco minutos en Monte Pora a Di Luca. En España, un toledano de Talavera de la Reina le hizo perder su batalla contra todos, la de un hombre contra un equipo, el Caisse d'Epargne, hábil en aquella pelea. Camino de Segovia, se exhibió, se ganó el corazón de miles y miles de aficionados, se agrandó y dejó de lado su cabeza para disfrutar, sin mirar atrás, haciendo un esfuerzo para creer que David Arroyo no iba de paquete, que, en realidad, iba solo por la senda del triunfo. Pero no. La cruda realidad le deparó una derrota. Cayó de pie.

Solo iba hoy, esta vez sí, en su viaje a Lekunberri después de atacar sin levantarse del sillín, de despedirse de todos por fuerza, por potencia, por garra. Chico duro. De Bielorrusia. Una máquina en el cuerpo de un ciclista. Nadie pudo seguirle. Ni siquiera otro de su especie, el terrible Vinokourov, el kazajo que también, de vez en cuando, une fuerza e inteligencia, físico y cabeza. Ellos saben que la historia del ciclismo está cansada y aburrida de ver cómo, en muchas ocasiones, no ganan los más fuertes, sino los más listos. No sólo hace falta tener energía en las piernas. Si no se sabe utilizar, no sirve de nada. Solamente como razón de más para lamentarse.

Vasil Kiryienka se marchó y nadie pudo seguirle. Encendió la mecha de un motor que pocas veces falla, que sabe utilizar todas las marchas. Arrancó y ganó. Levantó los brazos y se acordó de cómo Paulinho le robó una etapa del Tour 2010, de cómo Arroyo y Unzue, ahora en su bando, le liaron y jugaron una partida en la que él era sólo un peón en la Vuelta 2008. Se acordó de sus inicios, cuando soñaba con ser ciclista, de su época en el Tinkoff, de su paso al Caisse d'Epargne. "Me gusta mucho correr en este equipo", dijo, borracho de alegría, contento y feliz, tras ganar en un día en el que Andreas Klöden acabó segundo.

Un segundo lugar que vale un liderato, un jersey amarillo. El puestómetro le desnuda a Joaquim Rodríguez, atento en Azpiroz, la última ascensión del día, a tres kilómetros del final, con 8,5% de pendiente media, las rampas que eligió Denis Menchov para dejar, allá por 2004, sin Vuelta al País Vasco a David Etxebarría, a Iban Mayo. Allí atacó Fabio Duarte, la perla colombiana de Matxin. Allí atacó Chris Horner, el veterano rebelde que disfruta corriendo por los paisajes de Euskadi. Se llevó a unos cuantos de los mejores, de los favoritos. Pronto se despertó 'Purito'. A su rueda, Samuel Sánchez, que no quiere perder ninguna opción, que vigila cada movimiento, cada chispa que salta en un pelotón lleno de estrellas, lleno de aspiraciones. Todos juntos llegaron a la cima. A partir de ahí, de ese instante, la segunda etapa de la Vuelta al País Vasco se convirtió en la etapa de Kiryienka, el bielorruso trabajador que se vistió, por un día, de ganador.




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