Miraba hacia atrás Philippe Gilbert en
el final del Muro de Huy. Extasiante pared para Samuel Sánchez,
tercero. Cegadora para Joaquim Rodríguez, segundo. Sentencia de
muerte para un debilitado Alberto Contador de nariz congestionada,
enfermizo y perdido, desenfocado de luces que lo irradiaban desde la
mañana y le tuvieron en primer plano de cámaras mientras el Saxo
Bank desmentía con hechos su supuesto bajo estado de forma haciendo
el trabajo sucio en la cabeza antes de llegar a la parte caliente de
la Flecha Valona. Por ahí asomó Contador, pero la fiebre le
achicharró. Undécimo. Pronto tornó en materiales las palabras el
madrileño cuando se descartaba para la victoria, desenganchado del
triunfo quedó a la base edificadora de sueños que es Huy. Quimeras
como las del genial ciclista del Omega Pharma, enredado en la locura
de conseguir los cinco monumentos ciclistas. La Milán-San Remo, el
Tour de Flandes, París-Roubaix, Lieja-Bastogne-Lieja y Giro de
Lombardía. Solo tiene una, la última del calendario ciclista. Los
sueños son caros.
Y miraba para atrás el bueno de Gilbert ahí, elevado de la tierra y lo humano, en plena fase de divinización al catolizar lo que es significa Huy para un belga, echaba la mirada atrás en pleno ataque como sintiéndose culpable de ser poderoso, superior. Rey de fuerza bruta. El único ataque sobre la beata pared de Huy fue el bueno, el vencedor. El suyo, claro. Imparable, como lo fue en la Amstel Gold Race. Igual en la Flecha Valona. Dos copias del mismo dominio señorial.
Ahora, a por la Lieja
Es Gilbert un hombre construido a base de utopías. De sueños locos. Subir al arco-iris como campeón mundial, el Tour de Flandes y, sobre todo, por encima de cualquier cosa, ganar la Lieja. La carrera de su casa. Gilbert se hizo ciclista subiendo y bajando la Redoute. Cuando llegaba abril, las bandera y el griterío inundaban de color su barrio, él era uno más de los fans que se ponían a gritar, ?a todo el que atacara, yo no tenía ídolos?, recuerda. Así se ha forjado, con esa filosofía. Atacar, atacar y atacar. Con ella lo gana casi todo menos los sueños. Todo lo que de verdad se propone se le resiste a Gilbert.
Igual le sucedía de crío cuando, días antes de Lieja, Jalabert se acercaba por allí para probarse en la Redoute. Se ponía a su rueda pero nunca pudo dejarle en la estacada al galo. Sueños. Quizá si probara ahora le batiría. Sobre todo si fueran ataques como el que sentenció la Flecha Valona una vez más, la segunda, de su mano. Sin querer, como le pasó el año pasado. Quería llegar tan bien a la Lieja, presentarse en casa en estado óptimo de forma, que Anita y Jeannot, sus padres, los que siguen habitando en la residencia a los pies de la tachuela convertida en santo y devoción de 'La Doyenne' le vean pletórico. El hijo que vuelve a casa cada año.
Así, trajeado y de corbata, de gala por haber vencido la Amstel Gold Race y la Falecha Valona se presentará Gilbert ante su mayor reto, el gran sueño de su vida. Bajar el triunfo de la Lieja a la estantería de la casa familiar de Verviers. Se enfrentará a un desafío más: ser el segundo ciclista que gane las tres clásicas de las Árdenas en el mismo año. Solo lo consiguió, en el 2004 Davide Rebellin, cuando se disputaba primero la Flecha Valona, después la Lieja y para terminar, la Amstel Gold Race. Sueños.
Ataque brutal en Huy
Sin fantasear se llevó Gilbert la Flecha Valona. Fácil. No tuvo más que esperar a que el pelotón diera caza a Jerome Pineau y Marcato, contener el aliento, sangre fría petrificada cuando el Rabobank de Robert Gesink se apartaba, cansado de no ver colaboración alguna en la persecución a la que se sumieron en los últimos tres kilómetros. Antes habían sido Gorka Verdugo, Alexandr Kolobnev, un espléndido Kiryienka, Lökvist. Pulso. Gilber tlo mantenía rígido. Sin nervios. El Kkatusha de Joaquim Rodríguez puso a trabajar a Danilo Di Luca. Examen ante su falta de fuerzas en País Vasco y Catalunya. Alarma encendida. La labor del italiano remató la neutralización junto a la entrada del Omega. Cara a cara.
Pero no le dio tiempo a Purito para ver el rostro de Gilbert. Ni a Samuel. Embestida brutal. Seca. Intentaron ambos, catalán y asturiano seguirle pero se les hizo corto el camino. Cuando trazaron la última curva, Gilbert ya estaba mirándoles desde lejos. Nadie podía seguirle. Lo hizo si querer, porque o era un sueño. Dormita ya la bestia belga, evoca ser el rey de la Redoute. Sueños.
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