Foto: Tim de Waele
Cuando un avión despega, directo al cielo, es imposible hacerlo frenar. Cohete con mecha fulgurante. Pura dinamita. Iguala su velocidad a la de los rayos incandescentes y despiadados. Su mecha es perenne. Brilla a la vez que impulsa con fuerza constante. No se apaga a pesar de que se aleje tanto de la vista donde se posan, juiciosos, los pies del resto de la especie humana. Cuerdos. Esos que avistan, impasibles, el vuelo alocado desde el suelo terrenal. No es esa la especie de Alessandro Petacchi, volador eterno. Sus 35 años, caducos, no le obligan a reducir la velocidad de sus planeos. Ale-Jet es la denominación de su avión. Alegoría real. Un 'boeing' con carrocería musculada, efímera. Cubierto de capa blanquiverde, la del LPR, tripulación de cabina y asistencia para facilitar la comodidad de su piloto, el eterno sprinter que sigue sabiendo conducir sus pedaladas por el firmamento. Al vuelo fulminante de las 'volatas' que todavía domina. Rey del cielo.
Cuestión de maestría. Conductor versado en vuelos acuciantes, sin apenas respiración entre los leves espacios libres que se vislumbran cada vez que una etapa llana llega a su fin. Así se lo planteó Alessandro Petacchi en Trieste. Por pericia. A su favor. Y contra Cavendish, rosado. Joven antagonista de altos vuelos. Avezado ya. A los mandos de un 'Airbus', el del Columbia, que preparó la llegada con mimo para el líder de la carrera. Otra exhibición de conjunto. Tripulación con fila cerrada. Lo consiguieron después de que Filippo Pozzato y Enrico Gasparotto dieran alcance a un utópico Philippe Gilbert que en los últimos kilómetros se lanzó, cuán kamikaze sin alas. Suicida. Mientras, Petacchi arrancaba su avión. Rugían motores. Y Cavendish, sordo, se agarraba a la rueda de su propio equipo. Referencia.
Ése punto que había saltado a su mano cedido por Leonardo Scarselli. El coredor de ISD paseó los nuevos colores del maillot diseñado por Mario Cipollini durante buena parte de la jornada, al mantenerse en cabeza y en solitario hasta la parte decisiva de la etapa, cuando el Garmin y el Columbia aceleró el paso para darle caza. Los ocho minutos de máxima ventaja con los que contó el italiano pronto se fueron al traste y, con ella saltó la revolución en el ya agrupado pelotón que entraba en el circuito final donde varios corredores, entre ellos David García ponían la emoción en las leves rampas de Montebello, donde el gallego sumó puntos para vestirse con el maillot verde de mejor escalador. El mismo camino llevó el intentó de Cancellara, de profesión sobresaltador. Esta vez fue vanal. No son las piernas del suizo las mismas que atesoraban yunques en los primeros meses de la pasada temporada. Recuperación encaminada. Dio visos de volver por sus fueros, pero ni por esas pudo impedir el despegue, rayo veloz, del vuelo de Ale-Jet.
Petacchi decidió probar con un vuelo de resistencia, intento lejano. Imprimió velocidad a sus alas para colarse entre Mark Cavendish y Michael Rogers, el último tripulante auxiliar del británico. Antes de que el australiano apartara su rueda, Petacchi ya había echado a volar y Cavendish no pudo si no agarrarse a su trasera. Impotente. Volando ya por el cielo, Petacchi, en su terreno, no reparó en echar la vista atrás. Su terminal de llegada estaba a la vista delantera, en el horizonte más cercano. A ella entró flagrante, culminando el vuelo de alto standing que pilotó gracias a su espectacular arrancada lejana. El firmamento se reafirma en su conquista, la del avión que sigue demostrando su equilibrio acrobático planeando sobre el cielo. El mismo que sigue en pertenencia de Alessandro Petacchi, a quién todavía no se le ha olvidado lo que es volar. ainara@ciclismoafondo.es
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