El escalador del Euskaltel-Euskadi encara las tres etapas de montaña de la Vuelta a España esperando ser protagonista y consciente de su rol dentro del Euskaltel-Euskadi y la baza de Samuel Sánchez después de retornar a la carrera que el año pasado le propinó una de sus mayores sacudidas, con la caída en la jornada del Angliru que le dejó sin ascender el mítico puerto asturiano y le obligó, confianza perdida, a poner rumbo a casa antes de lo previsto
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Tiene Galdakao, municipio vizcaíno en creciente desambiguación hacia las laderas bilbaínas, un paisaje desequilibrado. Torcido por los desniveles continuos que hacen de entremés con la Sierra/> de Ganguren. Pie de montañas colmadas de cuestas. Pendientes cortas, como los puertos más característicos del País Vasco, pero explosivos. Emulación de los mismos. Es, además, el pueblo de Galdakao, trampolín de la gran villa bilbaína a su vez, un desglose perfecto de su orografía. "Galda" en euskera significa cuesta. Penurias para caminar de un punto al otro del pueblo. Aventura. Mejor recorrerlo en bicicleta, como hace Igor Anton. Más despacio ahora. Echando mano del freno. Síntoma de longevidad inaudita en los jóvenes ojos del escalador del Euskaltel-Euskadi. Aprendió a ser ciclista en las cuestas de Galdakao. "Cuando era un chaval y corría en escuelas cogíamos la cuesta y nos poníamos a cien por hora, sin frenar", alpinista de desniveles con la dirección cambiada. Hacia el mar, en vez de a las nubes y el cielo con el que sueñan todos los montañeros sobre ruedas. "Había un stop y no lo hacíamos ni caso, todo para adelante", recuerda con inocencia. Sin frenos.
A todo correr, como su brillante impulso hacia el ciclismo profesional. Un niño hecho hombre, ciclista alpino, a base de bajar cuestas a toda velocidad. Como si de un sprinter se tratara poco necesitó para hacerse un hueco en la 'pole'. Apenas tres años le bastaron para acumular méritos y hacerse centro de los ojos y atenciones de Miguel Madariaga. Un escalador brillante y con atrevimiento de arrebato. Antes, mucho antes había desechado Igor Anton dar golpetazos de mano en un frontón. Dejó de lado la pelota vasca por las pendientes de Galdakao. Las sorteaba, afortunado, con su bicicleta 'Fuji', regalo de sus padres cuando, con nueve años empezó a hipotecarse en el la escuela de ciclismo de Galdakao, el pueblo de los topónimos evolutivos y las cuestas con stop obligatorio para todos menos para Anton. "Ahora no me atrevería" Certero lo apunta. Con algo de miedo, respeto por las cunetas, en la mirada. Lo justifica de buena manera. Se dice que un ciclista saca las canas en el pelotón a medida que frena más, que mide más el riesgo en las bajadas. "No es que sea mayor, pero ya llevo unos años como profesional y cada vez mido y calculo más en los descensos, porque antes era un inconsciente".
Lo dice la misma mirada de crío que años atrás se saltaba los Stop de Galdakao. "No lo pensabas tanto", justifica. Ahora sí. Después de tantas rozaduras por no ver señales de peligro como la de la curva segada y escondida del Alto del Cordal, en plena cima, balconada del Angliru en la Vuelta/> a España del pasado año. Justo antes de encarar el descenso, alocado y canino por probar el sabor de las duras rampas del mítico puerto asturiano, allí, en la Cueña/> les Cabres donde había posado sus esperanzas de deseo místico por cada cumbre legendaria del ciclismo. Se saltó una señal Igor Anton aquel día. La de la curva peligrosa. La multa, disparatada. A casa, a las cuestas, todas con dirección desmoralizante, antes de tiempo. Cuando Contador alzaba los brazos en el Angliru, a 'Fuji' le encontraban partidas las costillas y el hueso de la cadera. Algo cambió entonces en su mente. Se hizo mayor, responsable con el manillar de golpe y porrazo, y eso que no tocó la bicicleta pasados los largos tres meses de vacaciones obligadas. En ese tiempo de impás y delirio creció Igor Anton a la fuerza.
"Antes era un inconsciente"
"Desde entonces freno más, tengo más respeto a las bajadas y voy con más tensión". Miedo en el cuerpo, confiesa. "Eso se supera con el tiempo". Lo dice seguro de sí mismo, de las agujas de reloj que, con lozanía incólume en sus 26 años todavía atesora. Joven crecido. Experto ya. "No es que sea un veterano, pero van pasando los años y veo que antes era un inconsciente, ahora me lo pienso mucho más". Es que antes, dice "no tenía cabeza". Y aunque se recupera con el tiempo esa confianza en el pedaleo de uno mismo, el recelo se queda en el alma. Especial en la de Igor Anton, espíritu ascético de predilección por los grandes santuarios del ciclismo, como el Angliru al que el año pasado no llegó por no tener cabeza en la curva del Cordal. "Éste ha sido el año de mi recuperación de aquella caída y de volver a encontrarme bien en carrera. Me costó coger el ritmo del Tour y de hecho creo que no lo llegué a tener pero conseguí acabarlo, que es importante para coger experiencia". Y para recuperar la confianza perdida en el Cordal. "Lo iba superando", los fantasmas que sobrevolaban, dice "hasta que llegó el Tour de Francia y me caí tres veces y ahora, en la Vuelta/> otras dos. Una en Lieja, iba despacio pero no la libré. Me dejó alguna herida pero sin problemas". La otra fue en Aitana, arrollado por su compañero Samuel Sánchez: "Se le fue la rueda con tan mala suerte de que me llevó por delante".
Apenas visibles los rasguños, interiorizados todos. "Me dejó un poco trastocado porque me di un fuerte golpe en la cabeza y rompí el casco". Se le endureció la cabeza aún más. "Cuesta entrar en dinámica después de correr un Tour de Francia y el cuerpo no funciona bien del todo". Carbura Anton la máquina para las tres montañas andaluzas que darán paso a la sentencia de la Vuelta/> a España con el objetivo trazado. Claro. "Lo principal es trabajar por Samuel, vamos a luchar por ganar la Vuelta/> con él. Después, en la mente de todos está ganar al menos una etapa". Su meta ya la tiene colocada, cabeza amueblada y consciente, "en cualquiera de las tres montañosas". Pero 'Fuji', amante del misticismo de cada subida, rodea de predilección una con especial afecto. "La de Velefique, está cerca de Calar Alto en la Vuelta/> del 2006. "Me da buenas vibraciones, espero poder aprovecharlas". Síntoma. También se las reporta la Pandera./> De/> sus participaciones en la Vuelta/> a España, a pesar de creerse longevo solo suma cuatro, recuerda la tercera de las etapas más peligrosas donde se librará la batalla. "Me gustó mucho la subida cuando la hicimos hace tres años. Los últimos siete kilómetros son durísimos, me van bien y la verdad es que, aquella vez, la subida me dejó muy buen sabor de boca". Otra acorazonada. "Ahora solo falta tener buenas piernas", dice. Porque la cabeza y la consciencia viajan ya con su talentosa y joven veteranía. ainara@ciclismoafondo.es