Habita en el Columbia un instinto innato. De ganar. Lo llevan de serie todos los corredores de Bob Stapleton, el propietario y culpable de las 72 victorias que la potente escuadra amarilla atesora en sus arcas. Es un equipo diseñado para eso. Para levantar los brazos. Gloria efímera, pasajera cuando una gran vuelta prosigue su curso y se olvida de los triunfadores del día anterior. En ellos perdura el recuerdo y el hambre voraz por repetir sus pequeñas gestas contadas en parcos metros, los del sprint. Terreno vedado. Propio. Coto de caza donde salen siempre victoriosos en el arte de la caza. Da igual el apellido del batidor. Todos tienen el mismo corte, la misma bala ganadora. Sea Cavendish, el ilustre, Kirchen, el reservado para los grandes asfaltos de repechos, Andrè Greipel o Greg Henderson, la segunda fila de la particular parrilla de salida del Columbia. Ganadores ambos también. No saben más que eso. Destrozar enemigos y vencer. Sea en formación ordenada, bello tren sigiloso pero desalentador como el del pasado Tour de Francia que ponía al ciclista de Man en bandeja los seis triunfos al sprint que sumó, o en medio del caos que la segunda etapa de la Vuelta a España escenificó en Venlo, donde Henderson recordó a los velocistas la entidad de sus piernas inspiradas por el descontrol reinante en el sprint. Caos milagroso.
Se encomendó a él el neozelandés del Columbia-HTC. Sabrosa anarquía. Sin gobierno, huérfano por la ausencia de su propio jefe. Pero aún sin él, el equipo más laureado del pelotón mantiene el olfato de la victoria. Siguen siendo la rueda a seguir. La mano que lleva por el buen camino. Lo aparentaba, por lógica velocípeda, Andrè Greipel, el sustituto de Cavendish en los cambios acelerados de marcha. Pero el Columbia juega todas sus bazas en las apuestas. Da igual el nombre que tengan. Todas, por pertenencia al equipo de Stapleton, llevan impreso el mismo sello, el del triunfo. Premio seguro en medio del descontrol, del caos del sprint donde Óscar Freire disfrutó, esta vez sí, de buena colocación y fue el primero de los candidatos en entrar en Venlo. Insuficiente ese registro porque en Holanda reina la vorágine en la mente de los desubicados sprinters. Ni Bennati, ni Boonen, ni Farrar consiguieron abrirse un hueco entre las zancadas de Henderson. Le pisaba la rueda a Borut Bozic, desconocido para todos excepto para su compañero del Vancasoleil que, metros más atrás, celebraba la victoria de manera anticipada. Así se quedó también Bozic. Anticipado. Adelantado por Henderson. Rey en medio de la anarquía.
Rosendo escapado
Llegó la batalla, como se planificaba de antemano, precedida de la calma por la llanura holandesa mezclada en tintes alemanes. Treinta kilómetros por el país teutón para regresar al cobijo de los miles de aficionados apostados en las cunetas. Por ellas pasaron de permiso Jesús Rosendo, el joven Lars Boom y Johnny Hoogerland, del Vancasoleil. Juntos desde el kilómetro tres establecieron la calma en el pelotón. Flotaba al ritmo del Garmin de Tyler Farrar, sprinter de inspiraciones encontradas en el Eneco Tour. Auspiciados detrás por el Quick Step de Tom Boonen, otro de los que quería el protagonismo robado por Gerald Ciolek en la primera llegada masiva de la Vuelta donde el alemán les robó protagonismo. Ninguna de las dos escuadras impidieron que el trío de fugados alcanzaran los diez minutos de ventaja máxima encendiendo las alarmas. Sosiego de nuevo encontrado cuando, a falta de treinta kilómetros, Hoogerland y Boom se rendían. Rosendo quedó solo en su batalla. Uno contra todos. Pelotón hambriento y llanuras infernales para el andaluz. Mantuvo el pulso hasta que fue neutralizado a menos de diez kilómetros para la conclusión, donde se desató la vorágine.
No consiguió intimidar el Columbia como lo hizo en la anterior jornada. Lejos quedaba también la imagen desafiante del Tour de Francia pero consiguieron aumentar sus posibilidades con una buena colocación, diluida en la curva que suponía el final de los obstáculos. En ella logró colarse el Vancasoleil de Bozic y el Milram de Ciolek, confiados ambos, unos por patrones de la tierra y otros por la victoria en la segunda etapa. Descosieron al Columbia su antifaz amenazante. Bozic lanzó por sí solo el sprint y Freire logró concentrarse en mantener la posición. No llegó más allá el cántabro. Honor tan solo, cuando Henderson desató la tempestad. Inspiración divina. La suya propia. Le sucedió como a Lambertus Jacobus Johannes Aafjes, el genial escritor holandés que fue a morir a Venlo tras dejar escritos "Un viaje a pie a Roma" y "La Odisea de Homero". Odisea fue también la demarcación de Henderson. Como Aafjes. Decían que su inspiración la desbocaba de sí mismo, al demarrar sus armas de fuego: el bolígrafo y el papel. A la contra que el resto, que acudían a las musas suplicando ideas a las que dar rienda suelta. Igual Henderson, nada más que piernas aceleradas. Útiles y efectivas. Divinas para imperar en medio del caos de Venlo donde Aajfes fue sepultado, donde Boonen, Freire y Bennati volvieron a perecer, en medio de la anarquía y sin atisbo de inspiración.
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