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No traía cara de muchos amigos Lance Armstrong cuando apareció por el hotel AC Palencia, lugar de reclutamiento del Astana durante las dos primeras etapas de la Vuelta a Castilla y León. Apenas se dejó ver. Acompañado por Viatcheslav Ekimov, al volante del coche del equipo, retornó hasta su alojamiento, desde el Hospital Clínico Universitario, donde los médicos de la carrera y los internos confirmaron lo que él ya sabía, la maldita fractura de clavícula que le tendrá en el dique seco al menos durante un mes. Pero Lance prefiere no darle ya más vueltas. "Necesito relajarme unos días", confesaba. Demasiado revuelo generado. Excesiva expectación. Cansado. No se asomó por la recepción del hotel, donde varios periodistas y afcionados aguardaban su presencia.
El americano se atrincherará en su casa de Texas para "examinar el problema y hacer los planes". Que pasan por diseñar una nueva vía de camino hasta el Giro de Italia. "En Estados Unidos volveré a hacerme más pruebas y decidiremos lo que hacer. Veremos lo que pasa". Incógnita. "Creo que dentro de una semana podré saber con mayor precisión si podré llegar al Giro". Confesaba un Armstrong magullado, de clavícula, codo y hombros. Marcas de las enrevesadas carreteras castellano-leonesas. "Tengo varias heridas por las rozaduras, en el codo y el brazo derechos, pero el mayor problema es la clavícula". Apenado.
Se recordaba a si mismo. "En mis diecisiete años como profesional nunca había tenido una rotura. Así es el ciclismo. Nadie se salva de las caídas, ocurren muy a menudo y es parte del trabajo". Gloria e infierno separados por un puñado de kilómetros. Fatídicos los que transitaban entre Paredes de Nava y Baltanas. Se consuela repitiéndose que "podía haber sido peor". Lo cierto es que se queda estancado en su preparación para el Giro de Italia. Con el hombro inmóvil. Desaparecerá por unos días del primer plano ciclista. Y deja a la Vuelta a Castilla y León huérfana de su participante mas ilustre.
