Cada 'sprint' es una aventura. Nadie sabe qué ocurrirá cuando el pelotón se lance, cuando el nerviosismo se apodere de las piernas de los más rápidos, cuando la pancarta final asome, cuando la victoria esté en juego. Aparecen los brazos abiertos, los codazos, los bandazos. Aparecen las caídas, las malditas caídas. El miedo, el terror, la sangre, los gritos de dolor, las bicicletas rotas, partidas, las ruedas volando. Ciclistas por el aire. Ciclistas por el suelo. El corazón de miles y miles de personas se paraliza, se encoge. Recorre el cuerpo de todos los presentes, de todos los espectadores, un sudor frío. El de la preocupación, el de la angustia, el de la intranquilidad. El mundo se para, la vista se queda clavada en la terrible acción. Pero, siempre, por delante, el ritmo de crucero sigue, aumenta, camina dirección a la meta, donde hay un triunfo esperando, donde está posada la gloria.
Los aficionados del ciclismo están cansados, aburridos, hartos, de presenciar caídas y caídas en los metros finales de cualquier carrera, grande o pequeña, importante o no. Da igual lo que esté en juego. Siempre los nervios se apoderan de los protagonistas. Los que pueden destrozar una etapa, una competición, una temporada, una vida. La mayoría de las veces, se levantan y cruzan andando, con su 'maillot' desecho, con su 'culotte' despedazado, roto, con su bici agarrada por la mano, la misma que tocó el asfalto segundos antes, minutos antes. Otras, las más desagradables, acaban con el corredor en el hospital, esperando a ser operado, soñando con que todo lo vivido sea una pesadilla. Hoy, en calles francesas, los chicos que corren la París-Niza, tuvieron que soportar uno de esos finales con caída. Peter Sagan, el joven de moda, se cayó y su pie, que se quedó atascado en el pedal, arrastró su herramienta de trabajo por los aires. Dio una vuelta de campana con ella. Se llevó por delante a varios corredores que pasaban por allí.
Mientras tanto, un australiano vivía la cara amable del deporte de las mil historias. Matthew Goss, 24 años, del HTC-HighRoad, levantó los brazos después de batir a Heinrich Haussler, del Garmin-Cervélo, y a Denis Galimzyanov, del Katusha. José Joaquín Rojas tampoco pudo con él. El murciano quedó cuarto, cerca de Goss, que es el nuevo líder de la carrera, que arrebata el amarillo a un peleón Thomas De Gendt, que aguantó en el grupo tras la ascensión de segunda categoría que había que superar para llegar a Nuits-Saint-Georges, el municipio donde acababa la tercera etapa de la París-Niza, pero que bajó del altar por las bonificaciones.
Pero antes de que Sagan se cayase, de que Goss triunfase, Thomas Voeckler, un peleón, un luchador, intentó la machada que no consiguió. Fue cazado a cinco kilómetros del final. Y mucho antes, más aún, varios aventureros salieron del pelotón para protagonizar la fuga del día. Ellos fueron Cédric Pineau, Cyril Gautier, Romain Hardy, Jussi Veikkanen y Blel Kadri, el que más aguantó, el que después también formó pareja con Voeckler. Todos fueron neutralizados. Lo que ocurrió a continuación, ya lo saben. Mala suerte y suerte. Caída y victoria. Peter Sagan y Matthew Goss.
París-Niza: La locura de los 'sprints'
Peter Sagan cayó y Matthew Goss ganó y arrebató el liderato a De Gendt