Sonaron silbidos atronadores y justicieros en Bagneres de Luchon cuando las azafatas amarillentas tomaron el podium para recibir al líder. Nadie esperaba ver asomar por el lateral los ojos claros, el rostro blanquecino y la sonrisa trémula, inocente de Andy Schleck. No. El niño había sido derrotado. Por allá asomó la mirada voraz, ambiciosa e insaciable de pelo oscuro y la piel negra hispana de Alberto Contador. Subieron de tono los pitidos, ya ineludibles incluso cuando el menudo ciclista de Pìnto se esforzaba por disimular con una sonrisa de oreja a oreja lo objetable de su actitud, entonces calmada, apacible y feliz. Sonriente como suele acostumbrar. Y con excusas, motivos, un montón, para rellenar líneas y hacer correr charcos de tinta. Lagos de pólvoras cargados. "No le ví, no le vi", objetaba casi con los brazos en alto. Ladrón pillado. Como si de un delincuente se tratara busca evasivas trazaba su coartada ante la avería mecánica del pequeño Andy Schleck, el niño derrotado por una cadena salida de su sitio, salvaje, a la que no pudo domesticar en la parte final de Balés. Allí se le reveló la maldita catenaria al líder del Tour justo cuando lanzó su primer fugaz ataque que pilló a Contador dormido en la parte trasera. Justo allí, con terreno de ventaja no quiso sentarse el devorador Andy. Hambre de gloria. Sed de Tour. Justo allí quiso replegarse sobre sí mismo ante la costosa avanzada de Contador, trasero y con la única respuesta indolente de Vinokourov. Justo allí se reventó el canal de su cadena y se marchó, le atacó. Avería crucial Primero el acero destructor salido de su canal crujiente y vibrador. Mágico hasta entonces. Una dulzura servirle como maza de hacha al pequeño alborotador luxemburgués. '¡Clack!'. Una variación de cambios y la mirada corrosiva siempre en el frente, en el dolor de las piernas de Contador ante sus ataques. El impulso de haber conseguido un imposible: dejar atrás al rey, rezagado en sí mismo por el despiste y la alevosía. Le valió a Andy Schleck el suspiro de esperanza un segundo, lo que tardó Vinokourov en saltar a por él. Un puente para Contador. Cemento del bueno, sólido y raudo el del kazajo para que cruzara el río de la incertidumbre y el miedo Alberto en ese instante que todo lo cambió. Alberto y su garra, pistola cargada. Alberto y su ambición, balas preparadas. Alberto y su codicia por ser siempre el mejor. El único. Ser superior. Si todos esos proyectiles se juntan, todos los fuegos ardientes se mezclan el resultado es ardiente. Inaguantable. Descargó la primera fila de municiones en dar alcance a Andy Schleck, renqueante ya por entonces. Las piernas le empujaban a saltar aunque fuera andando, corriendo a pie. Como fuera. Pero la bicicleta le frenaba. La cadena se arrastraba. Martirio a los pies del cielo, 1800 metros de altura en los últimos suspiros del Balés. Un infierno para Andy, despedazado, como su cadena. La tocó una y otra vez. La colocó en su espacio natural. En su surco. Nada. Exasperante. Poco tardó Alberto en sobrepasarle por la izquierda mientras Andy retrocedía. Pedaleaba hacia atrás. "No le ví, no le ví", exclamaba Contador, un delincuente en meta, ya de líder, después de haberle expuesto sus excusas a su amigo, al mismo que había quitado el liderato por un ataque oportunista, "el que tenía pensado hacer". Descuida, piensa. Iba a atacar igual. En eso tenía razón. "Ahora está un poco triste", por explicar de alguna manera la sensación que recorría a mil brotes a punto de estallar por la garganta de Andy Schleck. No le esperó. "No le ví", repetía. Descenso arriesgado De nada le sirvió la coartada ante las centenas de personas que unieron su voz para recibir su primer jersey amarillo a base de silbidos. En la recogida volvió a cargar misiles en la preparación del descenso del Balés. Coronó con una decena de segundos con respecto a Andy Schleck. Quedaba el vacío, el suicidio. Jugársela al todo o nada. A la vida o la muerte. En ese riesgo Contador encontró al mejor suicida posible: Samuel Sánchez. Juntos, con la compañía del inseparable Menchov se tiraron por las curvas del Balés. A derechas, a izquierdas. Abierta. Cerrada y barrancos. Vacíos. Contador ni los vió. Perfecta trazada junto al asturiano. Hasta le dio tiempo y valentía para pasarle varios relevos y terminar de hundir a Andy Schleck. Retozado en su propio fango, en su peor pesadilla ocultas las lágrimas del luxembugués entre las gafas y el casco que todo lo decían con un gesto de rabia e impotencia. Arriesgó por coraje. "Un maillot amarillo lo merece", dijo. Asomó la cabeza al precipio en uno de esos giros al vacío y entonces dijo basta. No quiso jugarse más el cuello y se sentó a esperar cómo le caían segundos. 39 al final, como balas mortíferas que le hicieron tumbarse frente al paredón en el que bailoteaba antes de que el acero se enganchara con su Tour. Subversivo contestatario el luxemburgués atrapado al final en su propia red. Tuvo delante de él en el corredor de la muerte a un pistolero. Lo tuvo ya en Spa, allí le apuntó con el cañón pero le dejó marchar. Le dejó vivir. Esta vez no perdonó. La etapa, la victoria a la que nadie atendía mientras Andy sollozaba y Alberto sufría los silbidos contrarios a su ambición, fue para Thomas Voeckler. PINCHA AQUI PARA VER LAS FOTOS DEL TOUR DE FRANCIA
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Tour 2010. 15ºetapa: Balas encadenadas no perdonan
Alberto Contador aprovechó la avería mecánica de Andy Schleck, cuando al luxemburgués se le salió la cadena sin que el madrileño "fuera consciente de ello" para arrebatar el liderato al luxemburgués y vestirse de amarillo en Bagneres de Luchon donde ganó Thomas Voeckler