Han sido tantas las derrotas, tan grande el dolor, tamaño el sufrimiento que la bicicleta se impulsa, casi sola por la fuerza de la naturaleza de tanto empeño pasado escasamente reconocido. Es Cadel Evans quien la mi pulsa, divina fuerza apoyada en el "creer siempre en uno mismo". Siempre, incluso cuando, meta de la décima etapa del Tour, entraba desangelado, maillot amarillo desangelado Evans, inconsolable incluso por sus compañeros. Sus piernas se quedaron clavadas dos días después de haberse vestido de líder en Morzine Avoriaz. Varapalo. Pero Evans, ateo confeso, profesa amor por la cultura tibetana. Un proberbio chino le reza que si se cae siete veces debe alzarse ocho. Él, como canguro se sobrepone y saltó sobre mil adversidades ante su mejor brinco, el triunfo en el Tour de Francia.
En el ciclismo hay diferentes formas de ganar. Por la vía rápida lo sabe hacer mejor que nadie Mark Cavendish. Pone a su tren a trabajar y en cuestión de segundos, una arrancada espectacular y un sprint al galope se colma de triunfos, glotón. Suya será la recta avenida de los Campos Elíseos a la que los supervivientes del Tour rendirán homenaje. Otras, en cambio se cuecen más lentas. Cavendish, el que no sabe cómo se hace eso se sienta en la trasera del podium junto a su compañero Tony Martin frente al televisor. Dos chicos más viendo la etapa. Uno, el inglés espera, impaciente a que le den el maillot verde de la regularidad para marcharse al hotel, poner las piernas en alto y esperar a que la locomotora del HTC le lleve en volandas hasta París. Es el único que hoy se jugará algo. El alemán, en cambio observa nervioso. Su parte ya esta hecha, impotente es testigo del pedalear de Cadel Evans y sabe Martin que la rabia del australiano, tanto dolor y derrota sufridos puede arrebatarle la victoria en la crono pero no. Se la queda él tras una crono espectacular y favorecida por el piso mojado sobre el que rodó Cancellara, el gran favorito, horas antes.
Coexisten también diversas formas de ganar el Tour de Francia. La de Cadel Evans no es la que más pasión despierta pero sí la más rentable. Ha sido el que menos errores ha cometido durante las tres semanas de carrera, constantes y agarradas al primero y con un cariz valiente a la hora de atacar empecinado en los Alpes para soltar a los Schleck. Se guardó rabia por toda derrota pasada y la sacó en la contrarreloj. A Evans la vida le ha tumbado en cuantiosas ocasiones pero con una bastaba, solo una para levantarse y terminar venciendo. Ésta, el gran salto del canguro. La contrarreloj que empezaba con 57 segundos de retraso respecto a Andy Schleck acabó machacando al luxemburgués, más de minuto y medio les separarán en los Campos Elíseos, ahogado y entumecido, hundido sobre una bicicleta que no parecía avanzar con su huesudo cuerpo al mando en los 42 agónicos kilómetros. Los de la consagración de Evans. Por fin.
Por fin después de una vida de desilusiones, de viajes para encontrarse a sí mismo. De cambios. Evans viene de lejos, de Australia. Nació al norte pero recorrió toda la isla, incluso convivió con una comunidad aborígen. Con ocho años recibió su primer golpe, una coz de caballo que le dejó en coma y le partió un hueso en el cráneo. De aquella también se levantó como de cada derrota en el Tour. Se topó con la última versión ganadora de Armstong y ha soportado el lustro de triunfos españoles, desde Pereiro hasta Contador pasando por Carlos Sastre en el 2008 su mayor derrota y la mejor oportunidad de ganar el Tour. Parecía perdido ya, agotado y viejo hasta ahora, que llora emocionado pero contenido. Con el tiempo se ha sabido calmar a sí mismo Evans, placar el dolor de la derrota como la emoción por la victoria. Siente y padece, pero comedido. A fuego lento respira como vence este Tour el australiano, lágrimas de canguro. Salto al amarillo.
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