Tour de Flandes: Stijn Devolder, la lección del buen flamenco

El del Quick Step se anotó por segunda vez consecutiva el Tour de Flandes gracias a una arrancada en el muro de Kapelmuur

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Tour de Flandes: Stijn Devolder, la lección del buen flamenco
Tour de Flandes: Stijn Devolder, la lección del buen flamenco

Foto: Tim de Waele

Ya lo dice Marc Sergeant, flamenco de nacimiento, con las raíces clavadas en la más recóndita tradición belga, que un flamenco, como lo es él, "deja toda su fuerza en un día". No piensa en los 364 jornadas restantes del largo año. No desvía sus proverbios al resto de kilómetros que le quedan por recorrer desde el azaroso y repleto mes de abril hasta el agonizar y lento oscurecer de la temporada, allá por el todavía lejano mes de octubre. Tampoco existen axiomas para el maestro Sergeant que quepan en mente, raciocinios de las clásicas que siguen al Tour de Flandes, porque es en ella, y solo en ella donde el buen flamenco despliega todo su potencial y esplendor. El ex corredor apunta además otra lección en la carrera del buen patriota belga. Es éste y no el resto quién tiene "una voluntad fuera de lo normal, que es un ciclista generoso". Universidad de la cultura ciclista. Una forma de vida. De sentimiento. Los mismos que desata el Tour de Flandes en todo buen belga. En un flamenco sobresaliente. Como Stijn Devolder. Matriculado de honor en la facultad del buen flamenco. De raza y corazón. Doble, como sus dos triunfos en 'De Ronde'. Pleno.

 

Es Stijn Devolder un hombre impasible a los cambios. Inexpresivo casi. Imperturbable. Apenas le afectan las variaciones, las novedades de última hora. No le supuso un inconveniente la sorpresa del Koppenberg en 2008, cuando volvió a introducirse tras su ausencia en la anterior edición debido a su remodelación. Él, al contrario, es impertérrito. No cambia. Beato y fervoroso a su carrera. Sea con el recorrido que sea. Y con el clima que al cielo belga se le antoje. Él, como buen flamenco, deshoja sus piernas en cada uno de los dieciséis muros con los que cuentan los 261 infernales kilómetros del Tour de Flandes, sin dar cabida a la reflexión o la dosificación de fuerzas para las próximas grandes clásicas. Eterno. Pletórico e impávido ante el cielo que lo sostiene. Haga frío o calor. En 2008 las lluvias le empujaron hasta la línea de meta. Fácil para un ciclista gélido como él. Esta vez, las nubes no le escoltaron en su caminar hasta Ninove. Cosas del cambio climático. Ahora los adoquines de Flandes no tienen barro ni en el mes de abril. Ya no llueve. Se calienta la tierra. A Devolder no le importa. El sentimiento flamenco es más profundo que los cambios del planeta. Es inerte a todo lo demás. Bestia imperturbable.

 

Brillaba el sol a lo largo del Kapelmuur cuando el centenar de aficionados abrían paso entre los adoquines a Sylvain Chavanel y Manuel Quinziato, fugados después de que el pelotón controlado por el Saxo Bank y el Columbia neutralizara los primeros intentos de Wim De Vocht, del Vacansoleil y Aleksandr Kuschynski. Solo hasta ese momento los corredores de Bjarne Riis y Bob Stapleton se hicieron presentes. Después se los tragaron las nubles. Invisibles durante el resto del recorrido. Como ellos. Cuando Chavanel se lanzó a la cabeza junto a Quinziato, el Quick Step comenzaba a poner en liza la disciplina del buen flamenco, encarnado a todas luces por un francés. Pronto, el pelotón se hizo añicos para dejar en cabeza a un reducido número de corredores, con Pozzato y Boonen marcándose mutuamente. De ello se aprovechó Devolder, que organizó la persecución junto a Serguei Ivanov, segunda espada del Katusha y sacrificado de honor para su líder. Con ellos, Tosatto demarraba las opciones que no pasaran por el lado de la escuadra de Patrick Lefevere. Aleccionamiento belga. Sobresaliente.

 

Ataque de Devolder

Plantados en el Kapelmuur, Devolder ya se había hecho con la rueda de Sylvain Chavanel después de un poderoso ataque que dejó a todos los perseguidores desfigurados. Con el ex campeón belga se marchó Van Hecke, infiltrado en la pelea de altos mandos. Juntos dieron caza a Quinziato y Chavanel y en el penúltimo de los muros, Devolder tiró de casta flamenca para lanzar en descomunal ataque, fruto de la enseñanza legendaria belga. Proverbial. A cada pedalada sumaba más segundos de ventaja que le hicieron pasar por el Bosberg, el último de los muros de Flandes, como si de un paseo triunfal se tratara. Perecía Quinziato suplicando a Chavanel compasión, por francés que era de nacimiento, para que pasara a sus relevos. Le tentó con una posible victoria en Flandes. Provocativa. Pero Chavanel ya tiene superada la facultad del buen belga. Flamenco, por supuesto. Él también dejó todas sus fuerzas en un solo día. Y fue generoso. Encarnó la figura que le han enseñado hace apenas unos meses, desde que forma parte del Quick Step de Wilfred Peters.

 
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El técnico fue el encargado de aportar el último aliento necesario a Devolder en los últimos kilómetros de la carrera. Sin viento, ni lluvia ni frío, se encomendó a sus piernas, poderosos muros, como los de Flandes, impenetrables. No miró al cielo ni un instante de los más de doscientos cincuenta kilómetros que suma el monumento ciclista. Solo alzó la mirada cuando ya arrimaba su rueda a la línea de meta. No lo hizo por él, flamenco de serie al que la lluvia o el calor inhumano no le afectan. Fue para Frederiek Nolf, su joven amigo y compañero de entrenamientos que fue encontrado muerto en su habitación de hotel cuando se encontraba disputando el Tour de Qatar. A él le brindó sus primeros pensamientos, sabiéndose ya ganador del Tour de Flandes por segundo año consecutivo. Igual que lo hizo Boonen en 2005 y 2006. Otro belga de raíz. Aleccionados en el buen saber flamenco. ainara@ciclismoafondo.es



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