Fotos: Tim de Waele
Poco antes de las seis de la tarde, una locomotora aguardaba entre los raíles de Berna para su partida. Puntual y expectante se apostaba antes de arrancar su maquinaria con la inconsciencia parcial de su correcta carburación. No del todo engrasada había realizado las rigurosas pruebas del buen funcionamiento a lo largo de las vías ferroviarias suizas antes del viaje definitivo, programado desde hacía ya tiempo. Meses. Llevaba el motor que encandilaba a todo aquel que se acercó para verle rodar, cuán Titánic en pleno año 1912 se tratara, sello de garantía patria. Suizo. Cercano para más inri. De Berna. Las mismas calles de la capital suiza que le vieron crecer, construir el blindaje de sus piernas y propulsar la velocidad divinizada y exquisita, la que representa la respiración de Fabian Cancellara. La misma ciudad, Berna, que iba a servirle para dar su primer paseo triunfal, aseveración de su estruendosa marcha lanzadera en el ánimo de cruzar las fronteras. Con Mónaco y París. Puntos de partida y llegada de su próximo gran viaje, con escalas en Pirineos y Alpes. Estratosféricos. Por eso, la puesta en escena por las calles de Berna se antojaba crucial. Entusiasmó el ferrocarril helvético, sideral e inhumano. De carne y hueso por equivocación.
Solo así puede explicarse la exhibición que levantó pasión resucitada ante su glorificada aparición, estampa de calidad para lo que llega. Ése largo viaje con escalas por toda Francia. La última contrarreloj de la Vuelta a Suiza fue, como si de inauguración fastuosa de un nuevo y revolucionario medio de transporte se tratara, una puesta de largo de las mejores dotes, sobradamente lubricadas y por holgura puestas en evidencia. De los 39 kilómetros con los que contaba ese paseo de catador, probatorio pero a la vez clarificador de sus próximas intenciones, Cancellara solo necesito los diez primeros para apagar dudas y sentar la base de su triunfo. En ellos ya aventajaba en casi un minuto a Tadej Valjavec, el líder desamparado ante la bestial cadencia del suizo, tren en pleno rendimiento. Pasado ese punto, el resto de rivales tuvo claro que la lucha se encontraba en el segundo y el tercer puesto del cajón. Las vías de ferrocarril por el que viajaba Cancellara no admitían otra propulsora porque ninguno de ellos supo adaptarse a los parámetros velocípedos del corredor del Saxo Bank. Demoledor.
Marcaje a Kreuziger
Controlaba la posición. Recta e inamovible. La mirada. Siempre al frente, al horizonte donde ya avistaba a Peter Velits, el corredor que le había precedido en la rampa de salida y al que apenas le bastaron 12 kilómetros para doblarle. Sin vía posible para hacerle frente. En el segundo punto intermedio, Thomas Dekker, amable resurgimiento, retaba a la locomotora suiza con el mejor tiempo que corroboraba poco después en meta. Poco le duró la alegría de la entrada triunfante al del Silence-Lotto cuando Tony Martin, crédulo, le superaba en el final Utopía que ni siquiera él mismo confiaba para revalidar el triunfo de Crans Montana mientras Cancellara destruía a su paso la tierra por la que pisaba y que sirvió para cavar la tumba de Valjavec, derruido ante la potencia abrumadora a la que nadie se asomaba a seguir. Lo atestiguó Cancellara en el segundo de los puntos intermedios, con un minuto y nueve segundos de ventaja sobre Dekker. Delirio. Saboreó a Roman Kreuziger, avistado de lejos, a quien pocos metros el bastaron para enganchar su fuerza y frenar su ilusión. Pero el checo no se dio por vencido. En la última leve subida consiguió denotar su preeminencia.
Solo ahí mostró Cancellara una mínima debilidad dentro de su abultada supremacía pero en el llano final volvió a poner tierra de por medio para demarrar a Kreuziger y estimarse con la ventaja, por metros contada, con la que llegó al final. Frenó allí. Se prometió el lujo de tomarse un respiro, para probar su humanidad, sideral y astronómica, pero de carne y hueso al fin y al cabo. Se irguió sobre su propia locomotora para celebrarse a sí mismo. A su insultante poderío. Lágrimas de oro se desprendieron después de sus ojos. Las que certifican el sufrimiento en conjugación pasada. En la angustia de la ausencia en las clásicas que tanto le deleitan. Milán-San Remo, París-Roubaix, Lieja. En la estoica tortura del Giro de Italia, amarrado por sí mismo. Pasado todo, al fin y al cabo. Su locomotora vuelve a carburar como antaño provocó admiraciones a base de exhibiciones. Como la de Berna, donde Tony Martin, segundo en la general final, se quedó a más de dos minutos de distancia. Y como las que se esperan en su próxima larga travesía por Francia, llena de esperanzadoras escalas para Fabian Cancellara, la sideral locomotora presta ya para sus mejores cabalgadas. ainara@ciclismoafondo.es
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