Foto: Silla Gambardella / iopedalo
Entre llamadas de felicitaciones, mensajes de apoyo y agasajos por vía telefónica, a Giovanni Visconti se le coló una regañina. La de su novia Katy. Enojada porque no se había acordado de ella al entrar en meta, besando la medalla que le regaló su padre con el número 27, la cifra de la suerte del corredor del ISD. "¿Y yo? ¡Te has olvidado de mi!", le retó. "Tranquila Katy, quedan muchas etapas". No precisó de demasiadas, cogido el chárter al que se subió en Marmaris, emulándose a sí mismo, diez años atrás cuando pasó de la camper al sillín de un avión. Volando se plantó en Pamukkale, el pueblo blanco del suroeste turco, patrimonio mundial declarado por
Gestionó Visconti el recuerdo a su novia a base de inteligencia. De táctica. Supo ver de lejos esa dedicatoria pendiente que le esperaba mecida entre las aguas de Pamukkale, donde la insípida bebida funde transparencia con el bicarbonato y el calcio. El resultado, explosivo. Como Visconti, el corredor que creció deprisa a base de kilómetros acumulados en los pies, sobre bicicleta y camper y noches casi a raso. Cuando se juntan las partículas como sucede en Pamukkale, la piedra caliza otorga la sensación de posarse sobre una cascada helada. Los dejó congelados el líder del ISD a Van Garderen y Moncoutie en el vistoso final de la quinta etapa. Con ellos compartió pedaladas en busca de la dedicatoria pendiente. Gritando a Katy que quedaban todavía muchas etapas.
"Nunca es demasiado cuando se trata de cometer un fin, de conseguir algo que buscas", dice Visconti. No lo fue hasta que cruzó la línea de meta, sobrado de espacio después de dejar en la estacada a Van Garderen. Solo su compañero Oscar Gatto sabía el secreto. Había que ganar por Katy. Y, puestos, se regaló el maillot de líder, arrebatado a Rein Taaramae, despistado cuando Visconti formó armada con Gatto para marcharse en cabeza. Con él, el omnipresente Van Garderen, Moncoutie, vigía y ancla, Cristiano Salerno y Yukihiro Doi, la nueva sensación asiática que llega de la mano del Skil-Shimano. Aprovechó el letargo del pelotón y la mirada perdida de Taaramae. Porque nunca es demasiado. Buscaba un fin, el de Pamukkale. El de Katy. Cuatro minutos le colocó al pelotón después de enfadarse con la moto que le enseñaba al mundo la garra del joven avión italiano. El que creció antes que nadie. El que sabe más que ninguno.
Fue simple, pues imponerse. "Había que tirar de inteligencia". A Visconti le sobra. Y de compañeros, -"sin Gatto no hubiera podido ganar"-, reconoció después. Recordó, imperdonable, besar el anillo que le regaló Katy. Todo ofrendas que le recorren el cuerpo teñido de azul de líder y desposado a Taaramae. "Pero todavía queda mucho". Lo grita al cielo para que le oiga Katy. "No puedo garantizar que vaya a ganar esta carrera, no porque no quiera, si no porque puede pasar cualquier cosa y a Van Garderen le he visto muy fuerte", reconoce. Tímido Visconti, de palabra corta, justa. Mirada infravalorada por él mismo. "Vuestro globero preferido", firma en su web. El globero madurado con la velocidad. "La victoria va para mi novia y también para mi hijo, Thomas, que tiene cuatro meses. Ser padre siendo ciclista es difícil, pero para Katy es mucho más complicado. Saca adelante a la familia ella sola conmigo casi siempre fuera de casa. Se lo merece todo". No se olvidó Visconti esta vez de Katy
PASA A