Fotos: Joseba Etxaburu
Hay ocasiones, las pocas, en las que el tiempo se pasa volando. Minutos de disfrute. De gozo. Es entonces cuando el reloj corre más deprisa, cuando todo parece fugaz, indeleble ante la vida que pasa, impotente por delante de los ojos. Hay otras en cambio, en las que cada segundo cicatriza el alma. Cada milésima se sufre al límite. Se exprime entonces el tiempo, pesa sobre los hombres, incluso de los más jóvenes, como Beñat Intxausti, que ven la vida pasar, Las ocasiones contadas que se fugan, como el aire inquieto que no frena, que mece el rostro a su antojo, que empuja, hacian delante o atrás las figuras que osan retar a la ventisca . Imposible detenerlo tampoco en las cámaras del joven intrépido del Fuji-Servetto. Ni siquiera cuando con más empeño agarró el manillar, boca jadeante para dar caza a Linus Gerdemann, compañero de escapada hasta entonces, bamboleado por la suave brisa murciana, imperturbable colega del pequeño pelotón que se formó en la primera parte de la escarpada frontera camino de Murcia, de la solera y el calor, del desencadenamiento huracanado de Intxausti.
La leve cantidad de oxígeno que endurece las ruedas, apenas posible de contabilizarla, bastó para que,como huracán, se lo llevara volando. A él y al triunfo que le esperaba para confirmar el relevo generacional que su figura en el pelotón supone. Ése, el triunfo de etapa, se lo llevó Simon Gerrans, el hombrecillo que nunca está estando. Dulce paradoja de un buen actor. De élite. Entre sus actuaciones completa una dorada trilogía de triunfos en el Giro, en el Tour y, ahora en
Escapada numerosa
Aquello le valió un contrato en el Cervélo, al que le regaló una de las cuatro victorias del equipo capitaneado por Carlos Sastre en el Giro. Y otra más, la décima de
Intentó pegarse el bravo ciclista de Zegama a la rueda del alemán. Nada. Viento huracanado en contra comenzaba a desatarse para potenciar la garra de Beñat Intxausti, raudo peleón. Se abalanzó a restar el medio minuto que Gerdemann había dentelleado a los escapados poco después de los intentos hastíos de David de
Al volante de la máquina con motor del Fuji-Servetto, Sabino Angoitia, segundo director, peleaba consigo mismo a gritos. El último posicionado entre todos los coches de la escapada. Cerca de un minuto, interminable, tardó en llegar hasta la posición en la que estaba Beñat Intxausti. "Quería tirar la bici por el barranco de la rabia que tenía. Solo veía pasar corredores", escaparse la gloria, ese placer de segundos huidizos mientras perecía en el minuto eterno donde se le escapó el triunfo. "Y que Sabino no llegaba", masculló. Sacudido se quedó, tras varios bailoteos en el descenso, en la misma curva tramposa donde Carlos Sastre salvó las costillas gracias a la mano de un espectador en
Pendientes de Vinokourov
También del Fuji-Servetto, el equipo que, sin aparecer en el libro de ruta de la carrera, se ha convertido, de largo, en el más peleón y lidera la clasificación de la montaña con David de
No tenía que subirse al escenario para convertirse en actor por unos segundos, tramposo en cuanto a sensaciones exteriorizadas. Se limitó a esperar, como el resto, al ataque de Vinokourov. Los tres pretendientes al triunfo encararon la recta haciéndole de menos. Mirando atrás. A la posición del kazajo. Los tres esperaban su arrancada. Llegó, cuestión de minutos. Diligente y tempranera. Los años de castigo le han dejado sin la pericia del cálculo mental del buen segundo, el idóneo para atacar. Se aprovechó de ello el canguro Gerrans. A saltos se inmiscuyó a la rueda de Vinokourov para remarcharle en línea de meta. Segundo de deleite. No para Intxausti, mecido por el viento de las cámaras desatadas en el descenso de
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