Cuando un pelotón enfurecido caza a los fugados en pleno final, cuando resta menos de un kilómetro, los ciclistas se convierten en morlacos desatados. El camino hasta la meta se convierte en la Estafeta. Toros bravos. En ese corto espacio, pues las carreteras de esas etapas insidiosas suelen ser así, estrechas, se convierten en el hábitat de dos especies diferentes. Los sprinters y los hombres de la general. Unos, los primeros, pelean la posición, pues perder un metro puede suponer caer derrotado. Y mientras, los otros, los candidatos al rojo, renuncian a su lugar en la cabeza de carrera donde tan plácidamente sus respectivos equipos los han llevado hasta la parte final, porque no hacerlo puede suponer que algún otro rival pique unos segundos en la general que son oro.
Vídeo de la caída de Alberto Contador en el último kilómetro de la 7º etapa de la Vuelta a España
Meterse ahí dentro es una locura. Pero no hacerlo puede suponer quedarse cortado. A vida o muerte ¿Qué hacer?. Los ciclistas eligen arriesgar. Bien vale por una Vuelta. Eso sucede en el final de Sanabria. Cuando Luis León Sánchez y Simon Clarke son neutralizados los sprinters reclaman su sitio. Toros desbocados. Viva San Fermín. Pero por ahí están todos. Porque en un final con ligero desnivel, hay más candidatos. El resultado puede acabar en tragedia. Traducido al argot ciclista como caída. Es lo que le sucede a Alberto Contador. En plena curva, a menos de 400 metros del final, el lituano del ag2r Bagdonas y el belga del Lotto Soudal Tosh Van der Sande se rozan. De la inercia, Van der Sande se inclina hacia adentro, donde está Contador, que no tiene espacio ni para esquivarlo ni para variar la trayectoria de su bicicleta sin que la bici se vaya al suelo. Y él con ella.
“Iba súper bien colocado pero ha entrado uno por dentro al que no le gusta usar el freno y me he ido al suelo”. El golpe fue salvaje. Su bicicleta quedó inservible. Agarró la de su compañero y amigo Jesús Hernández y pedaleó los 400 metros que le faltaron, con el maillot echo jirones en la zona de su hombro izquierdo. “Tengo todo ese lado reventado y el gemelo también. Me duele en caliente, que no es buena señal”, se lamentaba. Malo.
Mientras él atendía a la prensa, Van der Sande y Bagdonas, los responsables de la caída se hacían la peineta en la línea de meta. A Contador era lo que menos le importaba. Rostro desencajado. Es la tercera vez que se va al suelo este año en las dos grandes Vueltas que ha tomado la salida. Dos veces en los dos primeros días del Tour que le empujaron al abandono y ésta, en la séptima etapa de la Vuelta donde encima acumula casi dos minutos de retraso con Valverde, Quintana y Froome. Y todo a las puertas de la llegada a la Camperona, el primer final en alto de entidad de la Vuelta, al que le seguirá el Naranco y los Lagos de Covadonga el fin de semana.
“Se están poniendo las cosas bastante complicadas”, declara a la prensa que lo espera. Cuando retoma el paso en busca del autobús del Tinkoff, Contador agarra fuerte el bidón que su masajista Thomas le acaba de dar y lo lanza con fuerza al suelo. La rabia.