Ángel Madrazo, el Gorrión más combativo

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Rafa Simón

Ángel Madrazo, el Gorrión más combativo
Ángel Madrazo, el Gorrión más combativo

Saluda de nuevo. Es lo mínimo que puede hacer a través de la ventana. Para corresponder con el griterío que rodea  al autobús. Es difícil no caer enamorado de Gabón. Pasar por alto sus carreteras rugosas. Centrarse sólo en su gente. Mujeres envueltas en ropa de color. Hombres entusiastas. Hoy Libreville, la capital del país, se abalanza sobre su carrera, la Tropicale Amissa Bongo. Sonríe al sol entre palmeras y bruma. Se empuja a un mar celeste. Como el de las películas.

Poco a poco, se va olvidando de la tos seca. Esa que les sale a los ciclistas tras el esfuerzo de cada etapa. Aún permanece impresionado por el ciclismo africano que acaba de descubrir.  Corredores con equipaciones  que parecen tejidas hace décadas, pero que visten con orgullo. Selecciones de las que dejará de hablarse en cuanto el calendario europeo eche a funcionar.

Ángel está contento. Fueron a Gabón para que su sprinter, Brenton Jones, consiguiera alguna etapa. Y fueron dos. Además, se lleva la amistad de los corredores del Sporting de Lisboa, con los que han compartido autobús durante toda la carrera.

Vuelve a mirar al mar. Testigo de la lucha de un suimanga pardo, tan diminuto, por huir de unas aves costeras mucho más grandes que él a las que se resiste a devolver el alimento alcanzado. El suave oleaje parece mecerse sobre la arena. Tan diferente al Cantábrico. A su costa, la de Santander. Tan brava contra las rocas. Intensa. Como él. Fue lo que le llamó la atención a Eusebio Unzue, que lo reclutó para el Caisse d´Epargne cuando apenas contaba con 20 años. Se lo llevó a Pamplona rápido, a la primera concentración del equipo, para que se integrara.

Ángel, de pronto, pasó de ser una gran promesa, a un niño rodeado de sus grandes ídolos. De todos aprendió algo. Se intentó contagiar del trabajo en silencio de Xabier Zandio o “Txente” García Acosta, de la estrategia de Pablo Lastras, para ayudar a los de las victorias, como Ivan Gutiérrez o Alejandro Valverde.

Fueron cinco años donde tuvo que aprender de las debilidades que genera ser  impulsivo. Quería atacar a toda costa. Ser protagonista hasta en las etapas llanas, menos adaptadas a su perfil de escalador. La experiencia más amarga fue una Milán- San Remo, donde, su ADN guerrillero, le volvió a delatar antes de tiempo.

Pero, en todo ese periodo, disfruto de algo muy importante. La valoración de los grandes líderes. La recompensa a un trabajo bien hecho. La más bonita fue en la etapa reina de una Tirreno Adriático. Joaquim Rodríguez buscó a Ángel dentro del pelotón: “Te vas a escapar cuando yo te diga”, le dijo. A su señal, Ángel no miró para atrás. Raudo, apretó los dientes. Hasta donde llegara. Ese día, en medio de una gran pájara, perdió 15 minutos con el primer clasificado. Sin embargo, el premio le esperaba al subir al autobús. Joaquim, en vez de bajar en uno de los coches del equipo hasta el hotel, decidió esperarle. Allí, sentado en uno de los asientos, le dio un abrazo: “has estado muy valiente, muy bien hecho”, le regaló. Ángel sonrió con timidez. Haría lo que fuese por él.

También se acuerda mucho de Alejandro Valverde. De aquella Lieja-Bastoña-Lieja en la que, primero, esperó a que al murciano le cambiasen la bicicleta que acababa de romper. Luego, tiró de él para volver a meterle en el grupo. Tras ello, el “Bala” volvió a tener otra avería. Ángel no lo dudó. Le cedió su bicicleta. Su premio, un SMS del campeón murciano esa misma noche: “Gracias, Gorrión, te has portado”, leyó.

Le llaman gorrión porque a su padre le llamaban el “Águila de Cazoña”, en honor a Bahamontes y al barrio santanderino donde nació, por sus dotes de escalador. Cuando se lo contó a sus amigos, se sentenció. “Si tu padre es el Águila, entonces tu serás el Gorrión", le bautizaron entre risas. Aún se lo vocifera su cuadrilla del “Madrazo Team” a cada carrera a la que van a verle.

Su periplo por las estructuras de Unzue terminó en el Tour de Gran Bretaña. Todos le firmaron el maillot de la montaña que consiguió, aunque, lo que le anudó el alma de verdad fueron las lágrimas del “guaje”, el chófer del equipo. Sintió como le transmitía el cariño de sus compañeros. Era el último viaje juntos.

Ángel se juró no lamentarse nunca. Sacar lo positivo y aplicarlo siempre. Se lo recuerda su brazo derecho, donde lleva tatuado el nombre de su hijo, Lucas. Siempre que algo va mal, lo mira. El consuelo también lo tiene cerca, en María, su mujer. A ella no le gusta el ciclismo, pero sí que su marido sea feliz. Aunque haya que cantarle “las cuarenta” de vez en cuanto.

Ella estuvo ahí cuando sufrió la lesión más dolorosa de su carrera. También hace dos años, en Francia, ya en las filas del Caja Rural, su mujer fue determinante. Ángel habló con ella un día por teléfono: “no sé qué pinto en esta carrera”, le dijo, tras la disputa de una de las etapas de la Estrella de Bessegés. Tenía razones para ello. En la edición de 2014 perdió su anillo de bodas allí. Para colmo, tras una gastroenteritis, tuvo que abandonar. El año siguiente, durante un abanico, un corredor perdió un bidón, lo que provocó una caída en la que se vio involucrado. En 2016 pidió a su director por aquel entonces, Eugenio Goikoetxea, no ir. Sin embargo, una baja de un compañero a última hora, le obligó a cambiar el destino de su viaje. De Mallorca, a Francia. “Que no sé qué hago aquí”, repitió. Su mujer le hizo entrar en razón. “Si estás, estás”, sentenció. El día siguiente cogió la escapada, y se llevó la etapa. Fue un bálsamo. No sólo para él, sino para el equipo.

Era el primer triunfo de la temporada tras la mala noticia del positivo de uno de los fichajes del equipo, Alberto Gallego, aunque nada tuviera que ver con la estructura navarra, ya que la sanción fue previa a su fichaje. Pero dolió igual.

Aunque, si le preguntan, no es la más importante. La más bonita fue la primera. En Ordizia. Más cerca de su gente. Porque fue su primer día de gloria. Siempre ha pensado que todo ciclista necesita al menos uno durante su carrera. Para justificar todo el esfuerzo. El de toda una vida.

Hoy, en cambio, el autobús en el que está sentado, esperando a que consiga llevarles al hotel entre toda la marabunta, no lleva a ningún compañero del Caja Rural. Tampoco se oye al “Guaje” por el micrófono haciendo bromas. Se aturuyan conversaciones cruzadas en un francés mascado en varios acentos. Realmente, el único que no lo “mancilla”, es Yannick, el único corredor francés del equipo presente en la carrera.

Ángel recaló en la experiencia de Delko en 2017. Quizás era necesario un cambio de aires. Echarse por montera un ambiente realmente internacional. Descubrir el calendario francés donde se premia la combatividad, como la suya, donde no hay un control tan guionizado como en las carreras del World Tour. Nunca le han pedido ganar, sino, ser el mismo. Dejarse ver. Hasta donde llegue.

Y el ambiente no es nada malo. Aunque se trabaje en francés siempre están las bromas con Delio Fernández o el “clan de auxiliares” formado por Jon, Gabi o Egoitz. Y también tiene un rato para los más jóvenes. En Caja Rural, cuando llegó, los menos experimentados le pedían consejo, como Antonio Molina o Jonathan Lastra. Hoy, aunque sea en otro idioma, sabe acercarse a De Rossi, o a John Rodríguez, el colombiano. Aún le cuesta adaptarse a Europa. Eso le recuerda que su cambio, al fin y al cabo, no fue tan drástico. Tan sólo es el país vecino. En Delko es feliz. Como toda esa gente ahí fuera. Esa carrera es diferente. Huele a mar. No es como el suyo, pero volverá. Aunque Gabón sea tierra de suimangas pardos, no de gorriones. Son aves pequeñitas, pero igualmente combativas. Como él.

Rafa Simón

@rafatxus