Cuando se acercó a él, Jesús Hernández se dio cuenta de que al murciano los ojos le brillaban tibiamente. Quizás por un cansancio que, en un día como aquel, todavía no había tenido tiempo de florecer. Aun así, a pesar de sentirse la enésima persona portadora del mismo mensaje, se atrevió a darle las gracias por lo que acababa de realizar. “Tenemos que vernos en Murcia, si es que vienes otra vez", le respondió Alejandro. Su respuesta le sorprendió. Resultaba curioso que se acordara de todo aquello. De que un día le contara que estudió allí. De que había salido con su grupeta hace años. Sobre todo hoy. Con tantas emociones. Alejandro era así. Impredecible.
A Jesús, el paso de la noche también empieza a hacerle mella. No ha hecho ni un sólo kilómetro en bici, pero quizás lleve más de 20 horas despierto. Desde las cinco de la mañana, hora en la que se citó con el resto de auxiliares para preparar toda la logística. Un Mundial es complicado, y este lo fue más aún.
Días atrás, el avión que debía llevar a la Selección a Innsbruck sufrió un retraso. Jesús y otros compañeros, que ya habían acudido por carretera a Austria a principios de semana, tuvieron que gestionar la situación improvisadamente. En el hotel todo debía estar preparado para su llegada. Cuando recibieron a los corredores, sus caras delataban cansancio. Jesús, como el resto, supieron hacerse cargo: “Chicos, hoy toca masaje largo, hay que recuperarles como sea", acordaron.
Él se encargó de Jesús Herrada. Como cada fisio, no sólo se dedicó al masaje, también al apartado psicológico. Escuchar al corredor, empatizar con él, con el enfado que traía por el retraso del avión y, sobre todo, ayudarle a liberarse del stress es una tarea fundamental en la que casi ya no emplea esfuerzo. Atrás queda ya su primer masaje a Carlos Coloma. Fueron las primeras piernas profesionales que trató. Todavía se ruboriza al recordar los nervios que pasó, con sus manos resbalando sobre su propio sudor mientras trataba de destensar su musculatura.
Así es la vida de un fisio. Pruebas continuas. Buen hacer que pasa de boca a boca. Labor de “freelance" en "training camps", alguna vuelta por etapas, hasta dar con la continuidad en un equipo profesional. A tiempo completo o parcial. Jesús ha tenido suerte. Su buen trabajo le ha llevado por varios equipos. Acaba de realizar la Vuelta a España con el Dimension Data. Y, desde hace años, cuenta con la confianza de la Federación Española. Ya es su cuarto Mundial.
Por eso, aquel domingo, Jesús, como el resto de compañeros, sabía perfectamente lo que tenían que hacer. En una sala del hotel, mientras los corredores dormían, aprovisionaron las neveras. Rellenaron botellines. Aglutinaron las barritas. Personalizadas para cada corredor. Según sus gustos. Tras ello, acudieron a la línea de salida. Un rato después, llegaban los corredores de la Selección. Jesús no subió al autobús. Para las instrucciones finales tan sólo debían permanecer los ciclistas junto al Javier Mínguez, el seleccionador. Sólo Carlos Escámez, el auxiliar personal de Valverde y mano derecha, tenía permiso para estar en esa reunión.
Al terminar, Jesús permaneció atento a las últimas instrucciones. Todo giró en torno a la equipación que llevarían. La temperatura podría cambiar. “Parecéis mi mujer", bromeó algún corredor. Luego, antes de partir en coche por la autovía rumbo al “box 2", el avituallamiento ubicado en el repecho de la prueba, desde la ventanilla, no pudo evitar observarle.
Alejandro estaba calmado. Concentrado, pero calmado. Dicen que ahí reside su secreto. En que la bicicleta es un juego para él. Un entretenimiento que le apasiona. Un deporte en el que jamás ha puesto una excusa. El que le ha ganado, es porque ha sido mejor. Y si ha habido algún fallo, es porque “somos humanos". Nunca le ha visto responder con una mala palabra a nadie. Alguien debió percibirse de todo aquello. “Avisad a Loren (chef del equipo), que guarde cava para la cena, nos vemos en el Podium", avisaron. Todos parecían predecir algo. Alejandro, el “Bala", seguía calmado.
Luego, en el box 2, llegaron los nervios. En un Mundial donde no hay pinganillos, las instrucciones, por pequeñas que sean, son importantes. En cada paso, Jesús, al ofrecer comida o botellines a los corredores, debía ser preciso: “Herrada, sigue así, detrás está costando cogeros" ó “Omar, esta bolsa es para ‘el Bala’, dásela".
Todo fue eléctrico. Pero funcionó. Tras la última vuelta, Valverde iba bien colocado. Jesús incluso se permitió dar sus últimos bidones a Kudus y a Ben King, corredores a los que asiste regularmente en el Dimension Data y que hoy corrían abanderados con Eritrea y Estados Unidos. Tan sólo cuando apareció Herrada, descolgado tras haber realizado su trabajo, en cuanto le hizo un gesto pididendo agua, le indicó rápidamente que era Joseba quien le asistiría unos metros por delante.
Ya sólo quedaba conjurarse con ellos. Con esas cinco personas con las que compartía la misma vocación. Llevaban una semana codo con codo. Además de Anguita, uno de los mecánicos, estaban “Auxi", Joseba, Luis, Esteban y “Rayito". Todos auxiliares de diferentes equipos durante la temporada. Cinco historias compartidas en la cuneta de cada prueba, por todo el Mundo. Cinco amigos encargados de asistir al ciclismo en la sombra, ya sea ofreciendo un botellín, conduciendo un coche al aeropuerto, o haciendo horas extras por la noche para descargar las piernas desgastadas de un corredor que a duras penas pudo salvar un fuera de control ese día. Personas casi anónimas que se desviven por cada uno de sus ciclistas. Confidentes bajo la luz de un flexo. Cada uno en su equipo: BMC, Caja Rural, Education First, Aqua Blue. Hoy, todos a una. Con la selección. Destinados al "Box 2". Una vivencia que también se repetía, con otros componentes, en el "Box 1".
Por eso, ante la pantalla gigante del Box, cuando vieron que Alejandro Valverde, a pesar de que se apresuró a comandar el trio que se adentraba en meta, conseguía levantar los brazos ante Romain Bardet, se abrazaron. Muy fuerte. Gritaron de puro júbilo. Ninguno podrá negar que, ese día, se emocionaron hasta llorar.
Puede que no lo pensaran en aquel momento, que la alegría no les hiciera razonar que el éxito de Alejandro, residió en su mensaje. En que, aunque ya no fuera un chaval, había perseguido ese sueño durante más de una década. Hace un año, el Doctor Esparza le ayudó a reconstruir una rodilla que amenazó con no articularse más. Raquel fue la readaptadora que junto a un equipo de fisios, le ayudó a rehabilitar.
Y ellos. Los auxiliares. Son las pequeñas perlas. Ellos trabajaron en la sombra del Mundial que ganó Alejandro. Se encargaron de tareas que no se ven. De las que nadie habla. Pero que, en la intimidad de una celebración, cuando a Alejandro se le empieza notar cansado por primera vez, entonces se olvida de que es Campeón del Mundo para, recordarle a un tal Jesús, que a ver cuándo se ven en Murcia.