Julen Amezqueta: el talento navarro que crece en Italia

Rafa Simón

Julen Amezqueta: el talento navarro que crece en Italia
Julen Amezqueta: el talento navarro que crece en Italia

Julio es un mes duro para la juventud navarra. Sobre todo la primera quincena. Los San Fermines pasan factura. A partir del día 15, es como si las cuadrillas desaparecieran de las calles. Enmudeciendo las tardes del Tour. Las tertulias. Miguel  Indurain ya hace tiempo que sólo es una comparativa al buen ciclismo, el que atrapaba de verdad. Quizás estén recogidas en las “bajeras”, los locales donde muchos chicos navarros se reúnen para charlar o jugar a la consola.

Estella no es una excepción.  Recibe a Julen muda. Nublada. Pero él no puede vivir sin ella. Sin el sonido perenne del rio Ega, siempre fértil, que pinta de fresco la campiña que rodea el pueblo. Base de la agricultura local.

El silbido de la cremallera de su mochila al abrirse se disipa rápido entre el silencio  que gestionan las montañas que cubren el pueblo. Lo raspan de nubes, pero lo protegen del viento.

Apenas un día para ver a su familia, a los amigos que se dignen a salir de su letargo y compartir un rato de vivencias, de recuerdos.

Pudo no haber llegado ninguno. En 2014, lamentando falta de oportunidades, Julen se planteó colgar la bicicleta. Sin embargo, Javier García, mánager del Cafés Baqué, una de las estructuras más longevas del ciclismo amateur, se empeñó en que recalara en su equipo. Le vistieron de ilusión. Le rodearon de buenos amigos, de esos que, pase lo que pase, se quedan para siempre muy dentro.

El año siguiente fue meteórico. Sus resultados se dispararon, tanto que destapó la curiosidad del seleccionador nacional de la sub23. Le regaló el debut más deseado. Disputar el Gran Premio Miguel Indurain. En su propia localidad. Había trabajado duro para estar allí. Muy duro. Ese día el pueblo pintó en cada esquina su nombre. Familiares, amigos, vecinos. Todos estaban allí. Lo corearon como si hubiera vencido. Lo llevaron en volandas ante la Virgen de Puy. Ese día, se emborrachó de deseo. De sufrimiento. De pasión por un oficio. Supo que sus dudas habían quedado atrás. Quería más. Llegar a la élite.

Pero 2015 también fue cruel. Le golpeó con la muerte de su abuelo. Sintió que con él, se le había ido la chispa. Las ganas. Por eso, sólo tras el empuje de sus allegados, del equipo, aceptó disputar la Volta do Futuro, la prueba por etapas más importante dentro del campo amateur en Portugal, que se disputaba sólo dos días después del fallecimiento de su “aitona”. Su triunfo fue incontestable. Y quizás, con el empuje que le regaló su abuelo, con ese triunfo, Julen recibió la llamada más importante de su carrera.

“¿Estás bromeando?”, le dijo a su representante. El Willier Triestina, por aquel entonces denominado SouthEast, le ofreció una plaza como “stagiaire”. “Se ci fai vedere come sei bravo, rimanerai (si nos muestras tu bravura, te quedas)”, le dijeron. No defraudó. Ese mismo año, a finales, firmó el inicio de su carrera profesional. Con tan sólo 21 años.

 

Desde entonces, la precocidad de su talento, le ha regalado lo más selecto del calendario italiano. Dos años de vivencias. Tan distintos el uno del otro.

El primero, el más bonito. Puro. De cambio y asimilación. El marco del primer cuadro de recuerdos. Una Milán- San Remo.  La del estupor. “¿Estás preparado para 300 kilómetros al rojo vivo?”, bromeó su director por teléfono. Ese día, había trabajado de forma leal para Andrea Fedi, jefe de filas del equipo para el GP Industria, que finalizó segundo. Trabajó junto a él para que no le faltase de nada. Ni agua ni protección contra el viento o los cortes. Luego, exhausto, se dejó caer. Desde el coche valoraron su entrega.

La víspera apenas pudo dormir. Las vueltas en la cama del hotel eran continuas. Por un lado, los nervios, por otro, las dudas del principiante. “¿Habré cenado poco?, ¿serán los avituallamientos suficientes?”, se preguntaba en cada giro, en cada tirón, desesperado, de las sábanas de una cama que le ardía en ansiedad.

 Desde la salida, se ofreció al regalo. Como si extendiera la mano para recoger la llave de un diario para anotar, con la piel de gallina, cada vivencia. Ver a los clasicómanos pasar continuamente a su lado le abrumaba. Majestuosos. Imperiales. Siempre escoltados por sus compañeros. Inmutables al esfuerzo que Julen ya comenzaba a pagar con el paso de las horas. Por pura modestia sintió que casi ridiculizaban su estela, la que apenas estaba empezando a forjar.

Luego, vino el Giro del centenario. La gran empresa de conocer los límites de su cuerpo en tres semanas de esfuerzo. De calor mediterráneo. De frio alpino. De puertos imposibles. Ante la incertidumbre, su cuerpo se reveló camino de Pinerolo, en la etapa 18 del Giro. A pesar de su juventud, de tantos días de competición, se filtró en la fuga del día. Durante muchos kilómetros, sus ojos se acostumbraron a ver pasar como si fueran eslabones de la misma cadena a Mateo Trentin, a Gianluca Brambilla, a Moreno Moser. Una y otra vez, en cada relevo continuo que describen las escapadas en grupo. Marcadas por el calor. Por el traqueteo de las ruedas de perfil al silbar el aire.

Pero lo mejor no estaba Ahí. En meta estaban sus padres. El verdadero motor de su carrera deportiva. Lo mejor que le pasó aquel día. Quizás nadie le había pedido una fuga. Quizás, la escapada, era para ellos. Para honrar su apoyo. Y el de su abuelo.

El segundo año, en cambio, lo describe una veteranía anticipada. La del joven que crece rápido. Que ya estudia sus errores. Menos nervios. Más instrucciones. Poco a poco, tras cada carrera, ya no le dicen tanto el “hasta donde llegues”. Empieza a ser importante para el equipo. Un poco más de carga para Julen. Un chico de Estella, de costumbres llanas. Un chaval que, aunque corra Giros, aunque ahora sea feliz porque por fin, ha llegado a la élite del ciclismo, no pide mucho a la vida.

Esté donde esté, un paseo por Estella, con “la cuadrilla”, le llena. Porque, quizás hace muchos años, en una tarde de domingo, tras ver una etapa del Tour, quizás del Giro, su abuelo también le habló de Induráin. De que Julio, tras los San Fermines, no era silencioso. Como hoy. De trabajar duro. De ser constante. Como un martillo pilón. De desear en silencio. En pura modestia. Que quería ser profesional. Su abuelo, seguramente, al irse, le dio un gran regalo. La Volta do futuro. Un nombre que encierra incertidumbre. Porque es el presente lo que debe de trabajar. Y luego, ya se verá. Tiempo al tiempo. No dejan de ser 23 años, aunque ya tenga 2 Giros. Como Induráin.

 

Rafa Simón

@Rafatxus