Como todo gran desafío, siempre hay una razón detrás. Esta vez, decidimos enfrentar la Quebrantahuesos (QH) desde casa, en Madrid. Después de participar en varias ediciones y mejorar nuestros tiempos, buscábamos algo diferente. Fue entonces, durante una cena con mi gran amigo Rafa, cuando surgió la idea.
"Rafa, ¿y si hacemos la QH desde casa?", le propuse. Con una actitud digna de Robert De Niro en El Padrino, me respondió: "Ese reto es bueno, sí señor, muy bueno". Así, en febrero, comenzamos a darle forma al desafío. Se lo comenté a gente cercana, pero todos declinaron la invitación. Sabía que había una persona esencial para este reto: David Herranz. Un amigo experto en largas distancias. Lo llamé para que fuera mi "seguro de vida". Aceptó, pero con una condición: compromiso total. No valía echarse atrás a un mes del reto.
Llegó el momento de comunicar el desafío a nuestro círculo cercano, un paso delicado. A veces, en lugar de sumar apoyo, nos resta con comentarios la mayoría negativos: "¿Estás loco?", "Es una locura", "No estás preparado". Pero toca sobreponerse a ellos.
Preparación para el Gran Reto
Mi preparación se basó en el rodillo. Como decía a mis amigos: "Rodillo, rodillo y más rodillo". Realicé una salida de 365 km con David Herranz para evaluar mi estado. Para los que no somos profesionales, el rodillo es una herramienta perfecta. Lejos quedó la idea de que solo sirve para mantener el estado físico. De lunes a viernes, cada tarde a las 8, entrenaba en el rodillo con Rafa, y los fines de semana los dedicaba a la familia. Todo esto lo podéis ver en Strava, aunque no resulta muy atractivo.
A medida que se acercaba la fecha, quería hacer tiradas más largas, pero el tiempo no acompañó: lluvia en Semana Santa, en el puente de mayo y en junio. Sin embargo, logré algunas salidas entre semana, adaptándome a la bici y a las largas horas que iba a pasar en ella. Complementé con ejercicios para el tren superior por el largo tiempo que iba a estar encima de la bicicleta.
Siempre digo que no necesitas largas tiradas de ciclismo para enfrentar retos como este. Si puedes hacerlas y tienes tiempo, perfecto. Si no, hay que adaptarse. ¿Cuántos creían que se pueden hacer 666 km seguidos con un 80% de entrenamiento en rodillo? Seguramente pocos. Pero está claro que se puede.
Los contratiempos antes del día D
Ya tenía el entrenamiento hecho y siempre me repetía: "Ahora solo falta no ponerme malo, no caerme, no tener un percance". El último día que salí con la bici, justo a dos semanas del reto, planeaba hacer 300 km, pero la lluvia no lo permitió. En el segundo día, llevaba 170 km cuando empezó a llover. Iba con mochila y, después de haber hecho 140 km el día anterior, me dije: "Estoy listo, no hace falta mojarse".
Faltaba semana y media y todo iba perfecto, llegaba en las mejores condiciones posibles. Y entonces... me puse malo del estómago. Pensé que aún tenía tiempo, que el entrenamiento estaba hecho. Pero los días pasaban y no mejoraba. Salía con la bici y, donde antes iba cómodo, ahora sufría. No lograba mantener más de 220 vatios y mis pulsaciones no superaban las 160, cuando dos semanas antes llegaba a 192. Estaba claro que mi cuerpo no estaba pensando en montar en bicicleta.
La preparación
Todos los aspectos son importantes en un reto así, pero en este caso, la preparación fue crucial. Con la climatología tuvimos mucha suerte; la semana anterior y hasta el día antes hizo mal tiempo, con lluvias y temperaturas bajas. Estaba claro que las primeras horas en la provincia de Guadalajara serían frescas y la noche en el prepirineo también. Por ello, sería importante planificar bien la ropa que llevar.
Opté por una mochila de 10 litros, probando varias para encontrar el equilibrio entre peso y comodidad. Una muy ligera resultaba incómoda, hasta el punto de adormecerme los brazos. David se decidió por una bolsa en el cuadro. Mi cuadro, siendo talla 50 y con los porta botelleros, no permitía una bolsa. Tras varias salidas con la mochila definitiva y cargada como en ruta, tenía claro que mi decisión sería acertada.
El equipamiento
Llevaba una bolsa en el sillín con dos cámaras, unas herramientas y dos cartuchos de CO2, además de linternas delanteras y traseras. También llevaba un poco de cinta americana, siempre útil, enrollada al cuadro. En la mochila, ropa de verano ya que decidí salir de largo. Incluí manguitos, chaleco, dos maillots cortos y un culotte. Además, barritas y geles, aunque sabía que no los utilizaríamos mucho debido a mi estómago y a que en rutas de este tipo solemos parar a comer bien, tanto en restaurantes como en supermercados. También llevé un powerbank de 10,000 mAh con sus respectivos cables para cargar los distintos dispositivos.
La ruta
Ya teníamos la ruta planificada y David la había preparado cuidadosamente: 470 km con 4400 metros de desnivel antes de llegar a Sabiñánigo. Nos preocupaba el viento, ya que en rutas de larga distancia en una misma dirección, puedes enfrentarte a él durante todo el trayecto. El jueves a las 9 de la noche dejó de llover y a las 6 de la mañana partíamos hacia Sabiñánigo.
El día D
A las 6 de la mañana comenzamos. Elegimos esa hora para evitar hacer dos noches seguidas y minimizar el uso de luces. Aunque era junio, hacía frío. David optó por ropa larga arriba y corta abajo, mientras que yo decidí salir completamente de largo.
Desde las primeras pedaladas supe que no estaba en las mejores condiciones, aunque había mejorado. Nos dirigimos hacia Algete y, en la subida, ya tuve que pedirle a David que bajara el ritmo. El día era precioso, pero el viento de cara complicaba las cosas. A los 80 km paramos a desayunar un pincho de tortilla con una Coca-Cola. Ya tuve que ir al baño (empezábamos pronto.); mi estómago no estaba bien, pero todavía era temprano para tomar decisiones drásticas. Quedaban 400 km hasta Sabiñánigo, nuestro primer objetivo.
Reanudamos la marcha y el frío persistía. Cada repecho era un sufrimiento y pedí a David que redujera aún más el ritmo. Llegó un momento en el que dije: "David, me doy la vuelta, no voy a llegar". David respondió con un simple: "Anda, sigue. Eso no está en los planes". En ese momento me quede a rueda un rato y sus palabras me hicieron reflexionar sobre la amistad y el compañerismo en el ciclismo y como tu compañero no te deja rendirte, no te deja solo y te anima a seguir luchando y recordé la frase que David me dijo años atrás: "Keep Calm" (mantén la calma). Así, seguimos avanzando.
Llegamos a Atienza, km 130 de nuestra ruta, y tomamos otro pincho de tortilla y una Coca-Cola. Aproveché para mandar mensajes a amigos y familiares, necesitaba su apoyo. Decidimos cambiarnos de ropa y quedarnos de corto, con chaleco y manguitos arriba.
A partir de ahí, me empecé a encontrar mejor. Veía cerca los 200 km, la mitad del primer objetivo. El paisaje ayudaba y rodábamos a buen ritmo. Paramos a comer garbanzos con oreja, un plato que devoramos. Planteamos la tirada de la tarde: llegar a Tudela antes de las 9 de la noche. Este tramo era el más peligroso por el tráfico. Antes de llegar a Tudela, cambiamos de carretera y el viento a favor nos permitió rodar a 50 km/h apenas sin esfuerzo. Con 312 km recorridos, estábamos en las Bardenas Reales, con una media de 31.5 km/h en movimiento. Pensé: "No vamos tan lentos".
Finalmente, llegó la hora de cenar y prepararnos para la noche, poniéndonos de nuevo la ropa de invierno. Habíamos llegado a Ejea de los Caballeros km 350. Me preocupaba más el sueño que el frío, pero una luna llena nos dio un subidón de moral. Nos adentramos en el Pirineo, con temperaturas bajas y los tramos más duros por delante. Faltaban menos de 120 km para Sabiñánigo. Habíamos logrado mantener los tiempos previstos y mis ganas de abandonar habían desaparecido hacía ya tiempo.
La noche era fresca, sobre todo cerca del río. Nos encontramos con algún jabalí. En esta zona los repechos se iban haciendo cada vez más duros pero sabíamos que estábamos cerca. En las paradas, había que tener cuidado porque yo me destemplaba rápidamente; David me prestó una manta térmica que me ayudó mucho.
Después de alguna parada para reponer fuerzas reanudamos la marcha y, de pronto, vimos los Mallos de Riglos, esas montañas majestuosas iluminadas por la luna. La noche estaba siendo mágica, aunque también dura por la fatiga acumulada y mi mal trecho estómago. Gracias a David, que me dio una fajita de pan con jamón, pude seguir adelante. Finalmente, llegamos a Sabiñánigo, km 470 de nuestro recorrido. La primera parte del reto estaba hecha.
A las 3:30 de la mañana, necesitábamos descansar. Encontramos un cajero automático donde dormimos una hora. Metimos las bicis dentro, nos envolvimos en la manta térmica e intentamos descansar. Tuve suerte y encontré un felpudo mullido que me permitió echar una cabezada hasta que nuestro amigo Pedro nos llamó para darnos los dorsales y poder dormir 1 hora en una cama.
El despertar y la salida
Bueno, "despertar" es una forma de decirlo. La verdad es que apenas descansamos, pero esa cabezada nos supo a gloria. A las 6:15 nos levantamos rápidamente, desayunamos unos bizcochos y un par de tostadas, nos pusimos el dorsal, preparamos algo de comida para la ruta. Y, por supuesto, llevamos nuestra inseparable mochila, ya que tenía claro que seguiría llevando ropa larga. Este año no habíamos madrugado tanto y salíamos muy atrás, pero preferimos descansar un poco más a estar en una buena posición de salida.
El momento de la salida fue impresionante: habíamos recorrido 470 km y ahora estábamos listos para iniciar la Quebrantahuesos. Estar allí con mis amigos Pedro y David era increíble. Sabía que el reto se podía hacer; el sueño y el cansancio desaparecieron. Tardamos 25 minutos en pasar por la línea de salida.
Finalmente, salimos. Tras saludarnos los tres, tras pasar la salida, Pedro comenzó a tirar de nosotros. Me sentía como en Quebrantahuesos anteriores, subiendo a toda velocidad por la izquierda, adelantando grupos. Aun cansado, mis vatios aunque pareciera increíble habían mejorado y mi estómago parecía recuperado. Sin embargo, al llegar a los repechos de Canfranc, empecé a sentir hambre. Pedro y David continuaron a su ritmo, pero yo decidí parar a comer algo. Me dirigí a una gasolinera en Canfranc, donde compré una empanada, una napolitana de jamón y queso, dos Mars y unas gominolas, además de un abrigo por si tenía frío en el descenso porque no sabía si iba a llover en el lado francés.
Reanudé la marcha y me encontré mejor. Me enganché a un par de ciclistas, quienes, al enterarse de que venía desde Madrid, se sorprendieron y me ofrecieron rueda. Coronamos el Somport y comencé el descenso con seguridad. De pronto, la bici me hizo un par de extraños: la cadena o el núcleo de la rueda no iban bien. En una recta, cuando me puse de pie, la bici se descontroló y caí a unos 50 km/h. Fue tan rápido que no sé si se salió la cadena, pinché o qué pasó. Al tocar el suelo y romper el casco, pensé que el reto se había acabado. Tenía las dos rodillas ensangrentadas y un fuerte golpe en la cadera.
Dos ciclistas me ayudaron a incorporarme. Me tumbé un rato y pronto me encontré mejor. La bici solo tenía la rueda delantera pinchada y una maneta izquierda un poco tocada, Empecé a comer rápidamente para evitar una bajada de azúcar. Un ciclista que me reconoció y sabía que venía de Madrid me pidió una foto, lo cual accedí con humor. Me abrigué con la chaqueta que menos mal había comprado en la gasolinera y, tras arreglar el pinchazo, continué. Una pareja del País Vasco me ayudó animándome y tirando de mí. Aunque dolorido, seguí adelante. No tenía bidones, así que debía parar en fuentes y enfrentar el temido Marie-Blanque.
En esos momentos solo Pensaba en llegar al Portalet, donde me esperaba mi familia y poder abrazarlos, era lo que me motivaba a seguir. Subí el Marie-Blanque con otra pareja de ciclistas. Me preocupaba no tener agua, pero en el avituallamiento pedí dos botellas y proseguí. Los voluntarios como siempre fueron increíbles, animándote con gran intensidad. Llegando a los últimos metros del Marie-Blanque, pedí un bidón a unos aficionados. Bajando, me sentía seguro a pesar de la caída.
Nos empezábamos ya adentrar en el Portalet con sus 28 km de ascensión. La primera parte la subí con otro ciclista de Donosti, quien me ofreció un gel. Todos se volcaban conmigo al saber que venías desde Madrid. Subí con él hasta la presa, pero tuve que parar a comer.
Al reanudar, me encontré con Carmen, una ciclista de Alicante. Hablamos sobre frases épicas para motivarnos. Por fin llegamos a lo alto del Portalet, donde tuve uno de los momentos más especiales: el abrazo con mi familia. Aunque verme con las rodillas ensangrentadas fue duro para ellos, mi sonrisa les tranquilizó. Después de retomar fuerzas, inicie el descenso. Las altas velocidades y la baja temperatura enfriaron mis músculos, aumentando el dolor y siendo uno de los momentos más duros de la prueba prefería subir que bajar.
Sabía que el corte en la Hoz de Jaca era a las 4:30 h. Tras subir el Portalet, recordaba las veces que lo había hecho con los grupos de cabeza, y ahora me tocaba luchar por no quedar fuera de control. Llegué al control de la Hoz de Jaca a las 4:35 h, y un Guardia Civil nos indicaba que siguiéramos hacia abajo. Había que completar el reto pasando por la Hoz de Jaca, así que me dirigí al policía y le dije: "Perdona, déjame pasar, estoy haciendo un reto y vengo desde Madrid en bicicleta". Se quedó un poco extrañado, como es normal, así que le mostré mi cuentakilómetros, que marcaba 620 km. Al verlo, me dijo: "Anda, pasa".
Le di las gracias y proseguí. No había nadie por el camino. Cuando faltaba menos de un kilómetro, vi unos coches parados y una ambulancia. Al acercarme, vi el coche escoba y justo antes de coronar, pasé al último ciclista que había superado el control anterior.
En ese momento, todo cambió. El pueblo, como saben todos los que hemos hecho la Quebrantahuesos, estaba animando a tope. Éramos los últimos, pero recibimos seguramente una de las ovaciones más grandes del día.
Meta y Reflexión
Nos quedaban los kilómetros finales y sabía que me uniría algún grupo. En este tramo, por casualidades de la vida me encontré con la pareja que me había ayudado tras la caída y finalmente llegamos a la meta, donde me esperaban David y Pedro.
Habíamos logrado nuestro objetivo. La aventura desde Madrid a la Quebrantahuesos fue una experiencia única, llena de desafíos y compañerismo. La amistad, el compromiso y la determinación nos llevaron hasta el final, demostrando que, con la actitud correcta, cualquier reto es posible.