Ayer estaba escuchando durante la retransmisión del Giro a un conocido y popular comentarista de ciclismo sus opiniones, al hilo de la carrera, sobre el cicloturismo y las ciclo-rutas, manifestando que en pruebas del estilo de la QH todos saben a lo que van, desde el primero hasta el último, y es que de lo que se trata es de ir a tope, y que nadie se engañe, que eso es lo que se busca; por otro lado, su compañero de retransmisión ex-profesional de prestigio a más señas, en un tono notablemente moderado, opinaba que no todos van de la misma manera competitiva. Incluso señalaba el peligro que supone tomarse una marcha con el tráfico abierto como una competición encubierta, ya que los participantes muchas veces ocupan en curvas ciegas el carril contrario, constituyendo ésto un riesgo patente para todos, participantes y vehículos. Abogaba porque se organizara una carrera con todas las garantías (tráfico cerrado, y presencia de jueces árbitros), para aquellos que pertenezcan a categorías de competición, y una verdadera cicloturista para el resto.
Lo que me llamó la atención sobremanera, fue la réplica del afamado comentarista, cuando argumentó que la cosa se parecía al caso de unas adolescentes que "eran subastadas en una discoteca; sabían lo que hacían e iban a ello y nadie les obligaba".
Son puntos para el debate. La verdad es que la comparativa con las adolescentes subastadas me ha hecho reflexionar como jurista, porque incluso lo que para mi es una salvajada que pone en peligro la integridad moral de unas o unos menores de edad, para otros se trata de una reacción exagerada de las instituciones, porque "todos saben a lo que se va".