No saben ganar de otra manera. O lo hacen solos o no lo hacen. Da igual qué carrera sea, qué rivales haya y qué tiempo haga. Les da absolutamente todo lo mismo. Son de otra pasta. Pero de otra pasta de verdad. No entienden el ciclismo de una manera que no sea al ataque. Únicamente saben correr en cabeza, como si siguieran disputando carreras de categorías inferiores, en las que todo vale, en las que la lógica del ciclismo no impera y sí la locura. La misma locura que ahora ha llevado un grupo de elegidos al ciclismo de los grandes.
No estaba en el momento clave, en La Redoute mítica, Tadej Pogacar, caído en el kilómetro 85, pero su espíritu sobrevolaba sobre el grupo de los mejores. Quedaban poco menos de 40 km a meta y se hacía raro que aún no hubiera ocurrido nada entre los mejores. Hasta ese punto nos han llevado estos chicos, que rápidamente nos han hecho olvidar el aburrimiento del pasado, en el que casi nunca pasaba nada, para acostumbrarnos a lo bueno, a que ocurra algo prácticamente siempre, a que las carreras salten por los aires a decenas y decenas kilómetros del final.
En esta ocasión, el Soudal-Quick Step, en una primavera complicada, cogió el volante del coche que le pertenecía por el abandono del gran rival y puso a sus corredores en cabeza, incluido un desconocido Julian Alaphilippe, que se quedó demasiado pronto. Los compañeros de Remco Evenepoel fueron subiendo puntitos de velocidad hasta que su líder hizo que saltara todo por los aires en los metros finales de La Redoute.
Por su cima, allá por lo más alto de La Redoute, solamente pasó Tom Pidcock (INEOS Grenadiers) con opciones de algo. No estaba a rueda de Evenepoel, pero sí a unos metros, los mismos que salvaría en la bajada con su habilidad sobre la bicicleta en un día complicado, de lluvia y, claro, suelo mojado.
Mientras tanto, por detrás, mano a mano, Giulio Ciccone y Mattias Skjelmose, el dúo del Trek-Segafredo, con unos cuantos segundos de ventaja sobre el siguiente grupo, en el que se encontraba Ion Izagirre (Cofidis) y también Ben Healy (EF Education-EasyPost), que no estuvo en el momento clave y que no se cansó durante el resto de la jornada en intentarlo una y otra vez. Luego, se juntarían todos y se volverían a separar. Y otra vez a juntarse, y otra vez a separarse. El tira y afloja para luchar por el podio se mantuvo hasta el final.
Pasaban los kilómetros y Pidcock le negaba los relevos a Evenepoel, que ya no pararía. A menos de 30 km de que todo terminase, Remco pisó un poco más el acelerador y el británico explotó. Motor roto y el campeón del mundo desatadado. Nada ya le frenaría hasta meta, hasta conseguir su segunda Lieja. ¿Se les ocurre una manera mejor de ganar la Lieja que con exhibición y vistiendo el maillot más bonito del planeta?
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