Pinchazo de Sastre
Se perdía Sastre en la lluvia camino de la comercial Cava dei Tirreni, el pueblo que aglutina todas sus tiendas de ropa en el Casco Antiguo. Entre callejuelas perdido y a escondidas, al igual que Matthew Goss, resultante vencedor de la loca 'volata' en la que se adelantó a Julian Dean y desdobló a Filippo Pozzato mientras Evans y Vinokourov, en la otra esquina, el del otro Giro, se disputaban la llegada matándose por las bonificaciones. Segundos de más que añadir a la diferencia del kazajo, que no rascó premio alguno, con Cadel Evans, el que cada día que pasa se luce más favorito para este Giro. Segundos estos que le caen a Sastre cada día. Abultados en minutos, casi dos los de hoy, el día que llamaba a la transición, a la mudanza tranquila de la enajenación holandesa, el salvajismo épico del barro de Montalcino y la armonía angustiosa del Terminillo para poner rumbo al sur, al sol y el cielo azul, a las nubes blancas y las carreteras llanas. Nada de eso.
Lluvia y cuestas , sinónimo de ahogo para el apacible abulense de hematoma sangrante a las espaldas que asustó incluso a los servicios médicos del Giro. "Hoy me he encontrado un poco mejor de los golpes y sobre todo con ganas". Se mide por sensaciones Sastre, no hay más remedio. Los números los tiene desechados y camino de Cava dei Tirreni volvió a comprender por qué. Sonaba la corneta entre las piscinas surgidas por la tromba descomunal que levantó huellas de agua cuando el pelotón, plácido, decidió dejar de jugar con Giampaolo Cheula, Michael Barri, Mikhail Ignatiev y Stamsneijder, los cuatro valientes destinados a la orca de la neutralización. Veinte kilómetros para el final, acababa el calvario de un día frío y húmedo cuando el pelotón aceleró, esperado, y Sastre, de imprevisto, vio su rueda trasera bajar de volumen. Agujereada, como su Giro de Italia. Entre cambio y vuelta a empezar, con la presteza del toque de queda delantero, Sastre se hundió en el agua de Cava dei Tirreni.
Basso y Evans retrasados
"Hay que nadar a contracorriente", recita desconsolado. Le tocó remar cuando sacó de rueda Edward King que tiraba de él. Se defiende por ello Sastre que "todo el tiempo que llevo perdido es por cusas ajenas a mi preparación física". Tiró abandonado el abulense mientras por delante, el ritmo del HTC-Columbia y el empuje del Astana rompía el pelotón en dos. La garra de Vinokourov y el férreo control de los azulones kazajos dejaban a Cadel Evans, Ivan Basso, Scarponi y Garzelli anegados por segundos, eternos, penosos en los que Evans no dudó en hacer de sus pedaladas la coraza de garantía para esquivar la bala mortífera de Vinokourov y Nibali. Con la ayuda de Valerio Agnoli, otra vez poderoso, el segundo grupo enganchó para llegar compacto a las callejuelas de Cava dei Tirreni.
Allí volvió a rugir Evans con su nuevo pasaporte, el del hombre atacante, nueva figura que le tiene entronado y al que Vinokourov no tardó en demarrar por la vía rápida. La izquierda, tópico de sprinters. Se amontonaron estos por la esquina lenta y entonces aceleró Jjullian Dean con Farrar pegado a su dorsal y a la vista perdida de Greipel, desaparecido. De esa defunción se aprovechó Matthew Goss, último lanzador del alemán. Adelantó a Farrar, inmutable. No disipaba las peligrosas piernas musculadas de Greipel, sin peligro aparente pues. En lo que tardó en descifrar, un dorsal se le colaba por delante, el de Matthew Goss, el gregario lanzador que un día jugó a ser ganador. Y venció.
</font />