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Ten Dam, el dichoso

Radiografíamos a uno de los ciclistas más carismáticos del pelotón internacional.

Fran Reyes

4 minutos

Ten Dam, el dichoso

La semana pasada llegó a los kioskos el número 353 de Ciclismo a Fondo. En la última de sus 146 páginas encontraréis la sección ‘Último kilómetro’, protagonizada en esta ocasión por Laurens Ten Dam, escalador neerlandés de Belkin. Pese a haber ejercido de gregario o segundo espada desde sus comienzos, no es el rol lo que le caracteriza sino cómo lo desempeña, siempre al borde de la agonía, babeando montaña arriba. Así se ha ganado el cariño y respeto del público que siente y agradece cada vez que puede.

A continuación podéis leer una selección del material que no se incluyó en la entrevista publicada en papel. Si lo leéis y os gusta, pensad que según nuestro criterio lo impreso es aún mejor y que, probablemente, el kiosko más cercano no esté a más de cinco minutos en bicicleta de donde estéis. Y, si no, podéis comprar la revista con este mismo dispositivo que estáis usando a través de AppStore, Zinio o Kiosko&Más.

La juventud. En el instituto mis amigos jugaban al fútbol, salían los sábados por la noche y se dedicaban a cazar chicas mientras yo me entregaba al ciclismo. Llegaban al colegio y se ponían a discutir de cuantas cervezas se habían bebido el pasado sábado y cosas así... Yo eso sólo lo podía hacer en octubre. Eso sí: me desquitaba. Salía de miércoles a sábado, tres o cuatro semanas seguidas.  Y entonces, de vuelta a la bici.

La última borrachera. Fue una cena con el exciclista Marc Lotz y otros amigos en Mallorca; la sobremesa duró un montón y, cuando salimos del restaurante mi mujer empezó a decirme: "Vas andando muy lento". Y yo respondía: "No, no... estoy bien, estoy bien...". Pero vamos: a la mañana siguiente no tenía dolor de cabeza, así que no fue una borrachera de verdad. La última de verdad fue la noche del último día que el escritor de mi libro y yo pasamos juntos;  nos fuimos a cenar y se nos fue de las manos. Llegué a casa a las 3.00 y a la mañana siguiente me dolía un montón la cabeza. Porque, ya sabes: durante el año tú te vas de cenas, te tomas una copita en las fiestas que organizan las carreras... Pero bebes poco y el cuerpo pierde costumbre.

Alejandro Valverde. Está concebido para competir en bicicleta. La primera vez que entrené con él fue en 2010, en Sierra Nevada; él estaba con Luisle, Rojas, Fran Pérez... y yo con Gárate y otros corredores de Rabobank. Quedamos para hacer cinco o seis horas juntos, toda la grupeta. En un momento dado, le llamaron por teléfono. Él estaba charlando, en plan: "sí, bueno, pues luego te llamo y te cuento..." Le preguntaron cuánto rato llevaba entrenando y, como no tenía reloj, miró el pulsómetro de Gárate. Y empezó a reírse: "¿Qué pasa, Juanma, que vas a 177 pulsaciones?" No lo decía con arrogancia, sino con espontaneidad, para hacer una broma. Gárate me contó que la gente de Murcia nunca deja de entrenar; que una vez se fue tres semanas de vacaciones allí y un día, en pleno invierno, se los encontró a todos entrenando a buen ritmo. De esa manera nunca pierden la forma física. Valverde está casi siempre más delgado que yo, y que cualquiera.

El equipo. Cuando me retire me gustaría tener un equipo ciclista, pero no de los grandes, quizá un Continental, para enseñar a los corredores jóvenes y ayudarles a desarrollarse como deportistas. No me gusta una sensación que tengo al estar en un equipo grande: al haber seis directores, con algunos de ellos no coincides prácticamente nunca, si acaso en las concentraciones. No te da tiempo a construir una relación personal con ellos, y eso me parece básico para que aporten algo a tu carrera.

Altruismo. Aprendí de mi mánager Joao Correia que es muy importante dar cosas a la gente sin esperar nada a cambio, simplemente por la buena sensación de regalar y ofrecer. Es básico para ser feliz. Mi gran objetivo no es tanto pedalear como darme a los demás.

Mejor que el fútbol. Lo que mola del ciclismo es que el día antes de una Amstel Gold Race hay una cicloturista masiva, con cinco mil personas recorriendo la ruta de la carrera. Cuando hay una final del Mundial de fútbol, la gente no se junta para jugar partidos once contra once en estadios de césped.

Libertad. No, nunca siento necesidad de evasión. Me atrae la libertad de coger la caravana e irme uno o dos meses sin saber cuándo volver, claro. Pero a la par me gusta mucho mi vida de ciclista de entrenar, competir y cuidarme; aunque tenga unas exigencias, soy tan feliz con ella que me siento libre viviéndola.

Bibliófilo. Tengo una estantería llena de libros de ciclismo en mi salón. El que más me ha gustado es 'Éramos jóvenes e inconscientes' de Laurent Fignon. Este invierno leí el libro de Sean Kelly y la biografía de Bradley Wiggins.  Tengo pendiente 'Domestique', de Charles Wegelius.

Ganar a cualquier precio. También leí en su día 'The secret race', de Tyler Hamilton. En la época de los acontecimientos que se narran en el libro yo estaba muy lejos de la élite, apenas había salido de Holanda y Bélgica para competir. Todo lo que leí me sonó... a mafia, a salvaje oeste... Como que en aquella época Hamilton, Armstrong y compañía se sentían invencibles y creían poder hacer lo que quisieran. Fue estremecedor conocer las prácticas médicas que se realizaban; me pasa como con el libro de Rasmussen, que no entiendo cómo las personas podían poner en riesgo su salud tan alegremente.

Me gusta Bradley Wiggins. Tiene un gran talento y un palmarés acorde. Su único problema es que no puede vivir eternamente como un robot, pensando sólo en la bicicleta; lo hizo un año, estuvo concentrado a tope, pero no puede repetirlo ni tiene la capacidad de, por poner un caso, Valverde, que naturalmente está concentrado en la bicicleta. Este año claramente no va a ganar el Tour, ni a intentarlo, está mucho menos delgado que cuando lo ganó. Es un poco tímido y puede parecer arrogante, pero no lo es.

Denis Menchov. Aprendí mucho de él. En mi primer Tour, 2008, compartí habitación con él. Hacía todos los días exactamente lo mismo. "Para ser un buen corredor de grandes vueltas, tienes que ser estable y seguir una rutina", me explicaba. Tras la etapa, llegaba al cuarto, apagaba el aire acondicionado y se ponía una camiseta térmica para evitar un resfriado... ¡en julio! Cada noche se tomaba dos platos de pasta, pero nada de verdura porque temía coger una enfermedad del agua del grifo con la que la lavaban. A las diez de la noche nos metíamos en la habitación, veíamos la repetición de la etapa y, cuando acababa, nos tomábamos un gofre y dormíamos.

Leído esto… ¿Merece la pena dar un paseo hasta el kiosko?