La Vuelta celebra su noventa cumpleaños recuperando en el diseño de su trazado cuatro llegadas en alto olvidadas en sus últimas ediciones, y que sin ser ninguna de ellas la más alta, dura, empinada, ni larga, marcaron numerosos momentos para el recuerdo en lo referente a jornadas montañosas.
El notable incremento con el paso de los años de la red asfaltada, y sobre todo la llegada de gobiernos regionales y provinciales y el cambio de patrón en la financiación de muchas de las etapas, ha comportado que en los últimos tiempos crezca exponencialmente el número de escenarios visitados por la carrera. Así, lugares rescatados en 2025 como las estaciones invernales de Cerler, Valdezcaray, el Morredero y el Alto de las Guarramillas, conocido por todos como la Bola del Mundo, quedaron relegados a un olvido extendido en los cuatro casos por más de un decenio, y que en los casos de las subidas aragonesa y leonesa rozaba los veinte años.
Dentro de este contexto, pero fuera de nuestras fronteras, se podría pensar en añadir a la lista a la estación andorrana de Pal, que ha albergado metas de la propia Vuelta, del Tour y de la Volta, y a la que se regresa quince años después de la última ocasión en la que Igor Antón ganó en su cima, alzándose con un liderato que perdería tres días después en una recordada caída camino de Peña Cabarga. Tiempo atrás, y por partida doble, José María Jiménez fue el vencedor en la época en que parecía dominar a placer la montaña en esta carrera, y mucho más atrás, en 1985, fue escenario de una cronoescalada que se apuntó el colombiano Pacho Rodríguez por delante del escocés Robert Millar, líder de la general en aquel momento.
DE ESTE A OESTE
Dieciocho años llevaba la Vuelta a España sin ascender el Alto del Ampriu, nombre con que se conoce a la ascensión que arranca de la localidad de Benasque y culmina en la estación de esquí de Cerler, a la que se llegará al término de la séptima etapa. Tan sólo una jornada de la efímeramente revivida Vuelta a Aragón en 2018, sirvió para que el ciclismo profesional se acercara en todo este tiempo a un emplazamiento clave en las ediciones de finales del siglo veinte cuando se llegó en nueve ocasiones, más dos en la siguiente década, y que en los últimos tiempos parecía borrado de los planes de Unipublic en la provincia de Huesca.
Con una carretera notablemente mejorada respecto a la utilizada en sus inicios que resultaba tremendamente selectiva, la carrera buscará sucesor a Leonardo Piepoli, último ganador allí en 2007, y que tiene en la subida al pueblo de Cerler, concluida ocho kilómetros antes, uno de sus escenarios talismanes como corredor, habiendo obtenido allí tres éxitos en la Vuelta a Aragón en 2000, 2002 y 2003, que le permitieron además llevarse la general de esta ronda. Antes que el italiano, escaladores de la talla de Cubino -primer triunfador allí-, Parra, Delgado, Farfán, Ivanov, Rincón, Rominger, Jiménez o Laiseka se habían impuesto en esta subida, muestra de lo selectiva y complicada que siempre resultó.
Menos exigente, aunque igual de icónica en el ideario histórico de la carrera, es la subida a Valdezcaray, donde se terminará dos días después, y cuyo último final databa de 2012 con éxito para el australiano Simon Clarke. La estación riojana vivió un intenso idilio con LaVuelta entre los años 1988 y 1991, albergando consecutivamente cuatro finales.
En el primero de ellos, y con el desconocimiento propio de una época muy diferente en cuanto a información disponible sobre la dureza de las subidas, sorprendió sobremanera la amplitud del grupo cabecero en el que Sean Kelly se impuso, mientras que en los tres siguientes se optó por la fórmula de la cronoescalada, de la que en todos los casos saldría como líder el ganador fi nal: Pedro Delgado, Marco Giovannetti y Melcior Mauri.
TRACA FINAL
El Puerto del Morredero y la Bola del Mundo serán los dos últimos finales en alto en las jornadas 17ª y 20ª. Junto con la contrarreloj de Valladolid deben constituir el tríptico que sentencie la general individual. Si bien su bagaje a nivel numérico es escaso, con dos llegadas respectivamente, los dos lugares guardan cierta relevancia en el ideario de La Vuelta por los desafíos logísticos que su organización comportó, y cuya positiva resolución fue muestra del crecimiento de la carrera a todos los niveles.
En el caso de la cima berciana, que en 2025 se ascenderá por una vertiente inédita y que cuenta con Roberto Heras y Alejandro Valverde como dupla de triunfadores en 1997 y 2006 respectivamente, los problemas llegaron en la primera ocasión en que se visitó y trascendieron a lo meramente deportivo. Un pequeño pajar ubicado en la aldea de Corporales, por donde debían transitar los camiones con la infraestructura de meta, imposibilitaba su maniobra y el paso por una curva, poniendo en peligro la disputa de la etapa.
La situación se resolvió tras una complicada negociación entre la propiedad y Unipublic en la que tuvieron que mediar las autoridades. Parte del edificio sería demolido, previo pago de dos millones y medio de pesetas, aunque aprovechando lo urgente de la situación los propietarios llegaron a solicitar hasta diez millones.
La problemática de la Bola del Mundo, accesible por una empinada pista de hormigón que parte del Puerto de Navacerrada, fue de naturaleza muy diferente. La normativa que ordena los usos del Parque de la Sierra de Guadarrama en el que se encuentra lo catalogaba como lugar altamente sensible, protegiéndolo de la celebración de eventos como este por las afecciones que podría provocar a su conservación. Tras años de negociaciones, se logró el visto bueno de las autoridades para llevar hasta allí la carrera en 2010 y 2012, cumpliéndose uno de los sueños de Enrique Franco, su antiguo organizador y uno de los artífices del rescate y crecimiento de la prueba en los ochenta, aunque desgraciadamente para él la autorización llegó dos años y medio después de su fallecimiento.