Parece que el Tour no se va a mover mucho hoy. Te despistas del televisor y, sin darte cuenta, desvías tu vista al móvil. Entras en tu cuenta de Twitter. Echas una rápida ojeada a lo que se ha publicado recientemente, pero… Desde hace algún tiempo te acaban llegando las declaraciones de ese ciclista. Nunca has acabado de empatizar con él. Esta mañana ha vuelto a comentar algo. Te lo ha comentado algún amigo. Quieres cerciorarte. Si no lo encuentras de primera mano te metes rápidamente en su perfil. No es la primera vez, ¿verdad? Si la respuesta es si…ojo, primeros indicios de que quizás tengas un “odiador" en tu interior.
Efectivamente, el personaje en cuestión ha escrito algo que no te ha gustado. Y comienzas a gruñir. Reaccionas con frases tipo: “ya está el flipado éste…¡madre mía!". Y ahí queda, pasas a otra cosa y ya está. Bueno, en ese caso tu grado de “haterismo" es leve, no hay de qué preocuparse. Es imposible que nos gusten todos y a todos no podemos gustar.
Puede ser que, en cambio, que además de lo que haya escrito la persona (que te empieza a caer realmente gordo), hayas observado que alguien le ha escrito algo. Por curiosidad, entras a leer comentarios. Te producen una sonrisa algunos de ellos. Te sonríes al leerlos. Piensas que ya no eres el raro, por lo visto también hay gente a la que tampoco les hace gracia lo que escribe esa persona. Lo celebras para tus adentros. Bueno, después de todo, lo consideras normal, tampoco crees considerarte un “hater". La culpa será de él, que escribe tonterías. No tuya por “sufrirlas".
Parece ser que su tweet ha generado reacciones. Sigues leyendo comentarios, pero esta vez te percatas de uno que te ha hecho reir. Y decides dar el paso. Le das a un “me gusta". El que haya escrito el comentario sabrá que opinas como él. Ya sois “conocidos". Eres su cómplice. Y lo mejor de todo. Puede que el personaje por el que compartís ese recelo haya leído el comentario y que incluso haya intentado averiguar quién lo ha secundado con ese “me gusta". Sonríes maliciosamente al pensar que te has hecho visible a esa persona. Le siguen más de 30.000 personas, pero seguro que se ha fijado. Ojo, que el “haterismo" está palpitando en ti con cierta intensidad.
Otro comentario te ha hecho todavía más gracia. Anda que no se lo habrás dicho veces a tus colegas de la “grupeta". Como no te habrás atrevido a ponerlo. Le das al retweet. “¡Que se entere ese personaje de lo que vale un peine!", piensas con maldad latente. Síntoma de que el hater que llevas dentro empieza a tomar personalidad propia.
Más aún. Esta vez retuiteas con comentario, asegurándote de que la dirección del indivíduo al que ya se la tienes jurada está en el comentario. Ya te has hecho totalmente visible. Tu cuenta de twitter frente al tipo ese que se cree cualquier cosa por ser ciclista pro. Y encima consigues un “me gusta" y otro “retweet". Ese retweet, el primero de tu historial como twitero rebelde lo celebras como si hubiese ganado una etapa del Tour. Eres un tipo duro en las redes, un justiciero de twitter. El poder del “hater" está por encima de la persona.

Eres incapaz de quitarte el móvil de la mano. Chequeas twitter cada 15 minutos hasta que... ¡Bingo! Ese maldito tipo ha vuelto a escribir algo. ¡Menuda chorrada! La esperabas. Se va a enterar. Das me gusta a todos los comentarios en su contra que ya se han publicado, y añades el tuyo. Por supuesto, empiezas a interaccionar con el resto de “soldados de la causa justa". Ya os seguís mutuamente y gracias a eso tu cuenta ya pasa de los 37 seguidores. Eres todo un “influencer". Bueno, todos lo sois. Sobre todo @encunetandoqueesgerundio. Ese si que es un hater bueno. Le admiras. Y que te siga es un orgullo para ti. Le darás a “me gusta" a todo lo que ponga. Bueno, a veces hace comentarios un poco “sobrados", pero se lo perdonas, y también se lo secundas.
Decidís enarbolar una causa común. Optar por un slogan emblemático. Sois, “del lado oscuro". Se te ha ocurrido a ti, así que te emociona que te lo aprueben las otras 17 cuentas de twitter, radicalizadas como tú. Ya tienes el carnet de hater oficial. Tus tweets, con el paso del tiempo, aumentan de tono. Se escriben casi sin poner “comas", por la rabia que te da leer lo que pone ese “indocumentado". Incluso te refieres a tu “odiado" como “aprendiz" o “titiritero del ciclismo". Y te lo ríen. “Es que se lo merece", piensas. Tu cuerpo hierve pero nada es poco para satisfacer tu ira de “hater" hooliganesco.
Pasan los días, las criticas te hacen hasta perder horas de sueño. La crítica, que sea en tiempo real. La actualidad manda. No te das cuenta, pero le has llamado “bobito con menos watios que mi abuela". Has recurrido al insulto. Pero te lo perdonas. Ha sido sólo una vez y crees que era necesario que lo supiera, para que enmiende los errores que a tu juicio comete. Y la jaleada que has recibido ha valido la pena, eso te ha hecho aumentar tu cuenta en tres segudores más. Ya sois 47 almas los que, siguiéndote, apoyan tu casa hater.
Nunca te has percatado de que la persona a la que odias jamás te ha respondido, pero es normal, no sabría que decir ante tus razonamientos, cada cual más trabajado. Con datos no te puede pillar, porque te conoces su vida al dedillo. Cada carrera, cada resultado. “Menudo patán", piensas. Tu haterismo respira de tu epidermis.
Y el gran día se produce. Como cada cinco minutos, te has metido en su cuenta, para ver si ha publicado algo nuevo pero… no puedes acceder a ella. ¡Te ha bloqueado! Sabe que existes. Aunque nunca se haya dirigido a ti. Te ha leído, aunque fuera en silencio. A saber la cantidad de horas de sueño que habrá perdido rabiando por las cuatro verdades que le has escrito estos últimos días. Es la mayor recompensa que podrías recibir.
Rápidamente, lo comentas con tus compañeros de lucha, los del lado oscuro. A muchos no los ha bloqueado. Tú has sido lo suficientemente radical como para que se haya percatado en ti. Eres un líder. Un hater de primera.
Tu dedo se desliza arriba y abajo por la pantalla de tu móvil. De momento no hay mucho movimiento en el “lado oscuro". De pronto, la voz del locutor te hace levantar la vista al televisor. Ya está el personaje ese atacando. “Si se va a quedar", piensas. Pero el ciclista está abriendo distancia. Pasan los kilómetros. Que recital. Te emocionas. Gritas de júbilo cuando cruza la línea de meta, victorioso. Te precipitas hacia tu móvil para ser el primero en ponerle un mensaje en twitter por su victoria. Imposible. Te ha bloqueado.