Rafa Simón

Lluis Mas, fuga de altura

El blog de Rafa Simón

Rafa Simón

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Lluis Mas, fuga de altura

“¿Pensabas que hoy no venía, eh?". La respuesta relincha. Rumiada en una mandíbula dispar, como si mascara retorcida. Él sonríe, golpeando suavemente el cuello de su yegua. Lluís, su hijo, trata de imitar a su padre con la palma abierta, sosteniendo con inseguridad pequeñas briznas de hierba.

En Randa, en pleno corazón de Mallorca, la vida también se mastica despacio. Las horas pueden pasar suaves, envueltas en una brisa que es agradable todo el año. Lluís, ahora que se ha mudado allí, tiene más tiempo de, aunque sea un ratito, escaparse a su huerto antes de llevar a su hijo al colegio. Dar de comer a su caballo, a sus patos, y de cerrar los ojos. Hasta envolverlos en fina paz.

Hace tan sólo dos días, en la península, se retorcía entre chepazos por las escarpadas rampas del Acebo, reptando por una Asturias que hospedaba sequedad en tonos vivos. Con el maillot abierto, salino, enganchado en un pedaleo quejoso, sacado de punto, pero espoleado por el orgullo de un trabajo que, por fin, se había convertido en el que siempre había querido desempeñar. No era para menos. Por el “pinganillo" le llegaban buenas noticias. Mikel y Richard no tendrían problemas para rematar un gran trabajo de equipo.

Años atrás, para Lluís, el ciclismo no era nada de eso. Ajeno a algo serio. Se colgó su primer dorsal con 19 años. Sin excesiva pasión. Su debut en el modesto Burgos fue descafeinado. Como una tarde nublada. Las carreras no le decían mucho. Apenas se preocupaba de mantener un buen peso. Fueron tres años en los que, tan sólo su gran capacidad física, era capaz de suplir la carencia en su cuidado diario. La desidia le invitaba a abandonar la disciplina. Lo tenía fácil. Su padre le esperaba con el camión, para echar una mano en la empresa familiar. De colmo, tras una gran actuación en el Mundial de contrarreloj, ningún equipo de envergadura llamó a su puerta.

Fue María, su chica, quien le planteó las cosas claras. Sólo iba a ser joven una vez. El camión, iba a estar ahí siempre. Lluís, decidió cuidarse. Entrenar con cabeza y, sobre todo, especializarse. Las carreras cada vez exigían ciclistas más completos. Sabía leerlas bien. Intuía que corredores buscarían una fuga ese día. En qué momento. A veces, se adelantaba y las comenzaba él. Otras, dejaba atrás al pelotón para atraparla. Se dio dos años más. O escapaba hacia un futuro mejor, o se entregaría a otra cosa. María tenía razón. Lo tenía dentro.

Juanma Hernández, Mánager de Caja Rural le dijo que necesitaba un hombre como él. Completo. Capaz de coger una escapada con la mirada. De liberar a sus compañeros de presión. De cubrir a un líder o de asistirle con bidones. A cambio, le ofreció la Vuelta a España. Poner al gran público de su parte.

Las escapadas siguieron multiplicándose. Hasta llenar un armario entero con maillots de diferentes clasificaciones secundarias. Pero, la Vuelta a España le regaló notoriedad. Reconocimiento. La adrenalina de una victoria que estuvo a punto de rozar camino de la Covatilla. Pero también le fracturó la cadera. Fue en el descenso posterior a un final de etapa en San Andrés de Teixido. Camino del autobús. “Pero a donde van esos Mitcheltton, que la etapa ya ha terminado", bromeó con su compañero David Arroyo cuando estos les pasaron como un rayo. Segundos después, en una curva, su rueda trasera patinó con una mancha de aceite hasta hacerle perder el equilibrio. Cayó por un barranco, golpeándose con todas las piedras que su cuerpo encontró por el camino.

Fueron seis meses de silencio. De María aguantando tristeza y quejas. De verse en las caricias del pequeño Lluís, que no dejaba de mirar en los ojos apagados de su padre. Estaba tan pálido. No era el de la foto del salón, donde salía mirando para atrás, levantando los brazos delante de Cavendish que, sorprendido, fue incapaz de alcanzar a un hombre que saltó a ciegas, por instinto, porque Carlos Barbero, al que tenía que lanzar a la salida de esa curva, le dijo que no le esperara, que había sacado un hueco. Y eso que Lluís, había pedido ser segundo lanzador. Porque se sentía cansado. Llevaba, toda esa semana, como no, cogiendo fugas en todas las etapas. Aquel día seguro que hizo feliz a su abuelo Guillermo, y eso que siempre le decía que los brazos sólo se levantan un metro después de cruzar la línea de meta.

Volvió en la exigente Vuelta al País Vasco. De nuevo, sin esperar a las sensaciones, buscó la fuga el primer día. Allí, en Euskadi, el cansancio se nota menos, porque el público, con sus ánimos, empuja al corredor hasta donde sus piernas no le dejan llegar. Por eso consiguió subir Arrate por segunda vez, para terminar la Itzulia.

Sin embargo, los años, las carreras, seguían pasando ante su curvada musculatura. Muchas en fuga. Pero la felicidad, no era completa. Para correr las mejores carreras del mundo hacía falta dar el salto al World Tour. En 2018, se sintió con la confianza para hacerlo. A la vieja usanza, sin intermediarios. Sin pensárselo, descolgó el teléfono: “Eusebio, este año acabo contrato con el Caja Rural. Si crees que encajo con el equipo, ya sabes donde estoy". Eusebio no le supo dar una respuesta. Que ya hablarían tras la Vuelta a España.

Eusebio Unzué, Mánager del Movistar, cumplió su palabra. Le devolvió la llamada, para decirle que, esta vez sí, su nombre estaba anotado.

En ese momento, Lluís dio sentido al empuje de su mujer. Al dinero invertido por sus padres. Todo el aprendizaje obtenido en el Burgos y Caja Rural le está llevando a que, tras cada carrera, en la intimidad del autobús, Alejandro Valverde le dé las gracias por su trabajo. A trabajar codo con codo con el hombre al que más quiere parecerse: Imanol Erviti. Porque nadie trabaja como él. Imanol le enseño lo que más deseaba como ciclista. Las entrañas de Flandes. Le explicó la importancia de cada tramo adoquinado. Le dijo que en la Plaza de Amberes no hablara. Que honrara con silencio el griterío del público. Que la salida era sagrada.

Tampoco reprochó que el equipo no le llevara a correr su gran sueño: La Paris-Roubaix. A cambio, le ofrecieron descanso para que, los golpes de riñón de Mikel y Richard sigan teniendo sentido en Italia. Serán tres semanas en los que, por primera vez en su vida, trabajará para que sus compañeros aspiren al triunfo final de una gran Vuelta.

Presión añadida que tan sólo la paz de Randa, reflejada en la mirada de su hijo, sabe calmar. El sosiego le invita a abstraerse. Tan lejos de los terribles Alpes. Serán tres semanas sin tomar el café con los amigos. De charlar de nada y de todo. Sin pasear a sus perros por el monte, para prepararlos para la temporada de caza. Últimas horas de calma. Una escapada a la vida cotidiana antes volver a empaparse en pasión ciclista.