"Cuando eres juvenil te piensas que lo sabes todo. Cuando pasas a profesional, te das cuenta de que no tienes ni idea".
La vuelta a casa siempre es agradecida. Tras varios días en Andorra, el cuidado de los padres son un bálsamo. No dejan de ser 19 años para un chaval que, aunque se encuentra en pleno Máster de madurez, el cariño de los suyos es el mejor oasis en una vida que empieza a ir deprisa.
En Vitoria-Gazteiz, no sólo están las atenciones de los aitas, también habrá tiempo para ir a echar un café en casa del tio Gorka, que también fue ciclista profesional, aunque el apellido de los Beloki lo monopolice Joseba, su padre.
Cuantas veces se le habrá preguntado a su aita por aquella caída en el Tour de Francia de 2003. Era un Beloki con una mirada fiera, capaz de tratar a Lance Armstrong como un igual. Pero en aquel descenso a La Rochette Joseba no sólo terminó con su sueño, quizás fue el inicio de su declive como ciclista, incapaz de recuperar su anatomía de tantas fracturas. Markel nunca lo ha hablado con él, aunque ha visto mil veces aquella etapa por Internet. Rabiando en silencio la desgracia de su aita.
Estaba predestinado a ser ciclista. Pero, como tantos niños, sus inicios estuvieron marcados por las preferencias de sus amigos: Fútbol, atletismo, pelota vasca... las modalidades eran abundantes. Sin embargo, Joseba estaba tranquilo. Sabía que los pequeños paseos en bici con su hijo iban a impregnarle del veneno suficiente para hacerle ciclista, por lo menos hasta donde él quisiera llegar.
Markel es cauto, sabe que las miradas puestas en él han llegado demasiado pronto. Que corre el riesgo de ser marcado como "hijo de", algo tan injusto como intrínseco a un futuro que se empeña en aflorar con premura. Siendo junior, los resultados en las carreras más importantes se prodigaban con mucha naturalidad, por eso su familia decidió que fuera un representante el que gestionara los contactos, para evitar que Markel sintiera una presión que no correspondía con su edad. Pero, tras los Campeonatos nacionales, el Education First hizo una oferta en firme por él. Querían conocerle. Markel, abrumado, acudió a la reunión junto a su familia. Esto iba en serio.
Tras la firma del contrato, Markel se dio cuenta de dónde estaba: Concentraciones con grandes estrellas del Ciclismo de los cuales, hombres como Rigoberto Urán o Andrey Amador le doblaban en edad. En apenas unas semanas se dio cuenta de que no sabía nada de un mundo donde tenía a su alcance una gran cantidad de medios a su disposición. Sobre todo para un objetivo, seguir progresando en las cronos, la modalidad en la que se quería especializar.
Lo que Markel no imaginaba, es que uno de sus sueños se iba a hacer realidad mucho antes de lo esperado. Durante una concentración del equipo en Girona donde acudió para preparar la Copa Bartali, el staff se reunió con él. Le dijeron que sus planes cambiaban, descartaría la prueba italiana por otra que le dejó sin palabras: Estaría en la Itzulia.
Correrla supuso estar con toda su familia y amigos en la salida de Vitoria, pero sobre todo, sentir uno de los momentos que los ciclistas nunca olvidan: El ánimo en primera persona. Dicen que en la Vuelta al País Vasco el público es sabio, que anima a todos los corredores por su nombre. El suyo, siendo corredor local, no fue una excepción. En cada puerto sintió como su piel se contraía con cada grito de ánimo. Él que venía de correr hace apenas un año en el campo juvenil donde la gente que se acerca a las cunetas suelen ser los propios familiares de los corredores.
El segundo regalo llegó apenas dos meses después, durante la disputa de los Nacionales de crono. Markel acudió sin expectativas, su intención era tan sólo disfrutar de su primera contrarreloj como ciclista profesional. Enrolado en un calendario variado, apenas había tenido tiempo de estar en casa y preparar la prueba a consciencia. Tan sólo se regaló una semana. Incluso decidió correrla desprovisto de datos relativos a los vatios o el pulso. Sabía que hombres como Lazkano, Romeo o Raúl García Pierna lo harían mejor que él. En cambio, fue uno sólo, David de la Cruz, el que consiguió que no subiera a lo más alto del podio aquel día.
Markel no lamenta nada, al contrario. Sigue mecido en un sueño que apenas acaba de comenzar. Arropado por un equipo que no le presiona y bajo la discreta tutela de un padre emocionado de ver que su apellido y el del tio Gorka sigue siendo nombrado en las carreteras.