Olga Marina siempre se encargó de que su hijo durmiera cada noche en casa, de que estuviera localizado. Por su parte, Luillyis le ofreció la oportunidad de tener una habilidad por si alguna vez vinieran mal dadas.
Ambos tuvieron la gran suerte de que a Orluis le guiara la obediencia. De que se alejara de los suburbios y que solo frecuentara las carreteras de Nirgua, una pequeña localidad venezolana que mira de cerca al Caribe, para surcarlas a gran velocidad montado en su bicicleta, soñando que algún día ganaría una Vuelta nacional a su país, aunque Francisco Pazos, uno de sus directores deportivos, siempre le dijo que ganar una Vuelta al Táchira, equivalía a siete de esas.
Con el tiempo su sueño se cumplió y llegó a ser Campeón de su país y en Táchira pronto ganó una etapa, lo que le supuso un pasaporte mínimo pero valioso para cruzar el charco y demostrar su valía en Europa en un modesto equipo amateur español de Madrid donde llegó a facturarse parte de su estancia trabajando como transportista en bicicleta. En tan sólo unas carreras, su inteligencia en las llegadas rápidas no pasaron desapercibidas entre modestos equipos continentales, que le llevaron del rugoso y frío asfalto del pavés belga, a las tórridas carreteras asiáticas de China y Japón.
Allí, su destreza le regaló victorias y, su timidez, el abrigo de personas que cuidaron de él. Una de ellas fue Paco Mancebo, eterno ciclista de piernas tan arrugadas por el sol como tatuadas en mil y una batallas. Con él convivió en Japón. Un día, tras la disputa de una de las etapas de la Vuelta a Asturias a la que acudió con su equipo japonés, el Matrix, invitado por la organización, el abulense se puso en contacto con el Caja Rural, que también participaba en la prueba. Fue conciso. Les dijo que en el venezolano tenían corredor.
Desde aquel escueto consejo silbado con mano horizontal sobre la comisura de sus labios han pasado muchos años. De ellos, Orluis disfrutó de cinco en el equipo navarro, porque le hicieron caso a su amigo.
Al principio, aprovechando su punta de velocidad, trabajó como lanzador de Jon Aberasturi o Matteo Malucelli, los hombres rápidos del equipo, pero, el 5 de abril de 2022, todo cambiaría. “Vamos a descolgar a Amezqueta de la fuga, el equipo va a apostar por ti en la llegada”, le silbaron por radio. En plena disputa de la Itzulia, una de las pruebas más importantes del calendario para el equipo, la responsabilidad iba a recaer sobre él. Aquel día tan sólo pudo finalizar en quinto puesto ante hombres más experimentados como Julien Alaphilippe, vencedor de etapa aquel día, pero sus directores supieron agradecer el esfuerzo.
Desde entonces, su confianza fue creciendo, y con ella, la de un país que le vigila allí donde corra, especialmente durante la disputa de la Vuelta a España, aunque eso implique trasnochar por la diferencia horaria.
En 2023, tan sólo la inesperada rueda de Geoffrey Souppé en medio de un sprint caótico le privó de una victoria de etapa en la que llegó a creer, pero que, a cambio, destaparía un premio mayor, sobre todo cuando, semanas después, el día que celebró la victoria de la General de la Vuelta a Croacia entrando a pie con su bicicleta tras una dura caída en el sprint final de la última etapa en la que el puestómetro decidiría si sería suya o de Alexander Kristoff. El ciclismo le tenía reservada la respuesta a todos los sacrificios que había realizado hasta el momento.
“Orluis, tenemos ya sobre la mesa el interés de Movistar, pero debemos mantener su atención el año que viene”, le dijo su representante.
Apenas un año después, durante la primera concentración en Gorraiz, tuvo su primera conversación con Eusebio Unzúe, máximo responsable de la escuadra española. Con su habitual voz pausada, el dirigente navarro le dijo que había sido un fichaje reflexionado, fruto de varios años de seguimiento. Que se esforzara en encontrar la confianza para creerse un ganador, y que el equipo le daría el apoyo que necesitara.
En 2025, Orluis ha disputado dos grandes Vueltas y, de nuevo, ha estado a punto de volver a ganar una etapa en la Vuelta a España, aunque esta finalmente le otorgara dos segundos puestos, uno de ellos ante Mads Pedersen.
Correr al más alto nivel le genera un cierto miedo a fallar, aspecto que lleva trabajando desde hace meses. Pero cuenta con muchas caras conocidas que le apoyan. Esta Nairo Quintana, un ídolo que ahora incluso es compañero de habitación o Jefferson Cepeda, con quien llegó desde el Caja Rural.
Y luego está su familia, la que ha formado y que deja en Andorra cada vez que debe competir. Y la de Nirgua. Olga Marina tuvo bien claro que su hijo no frecuentaría la calle. Que no sería un villano. Gracias a sus cuidados hoy, a la entrada del pueblo, todo el mundo puede verle en un cartel gigante, orgullo el pueblo que le vio nacer.
