Rafa Simón

Ángel Madrazo, “el Gorrión” sólo llora hasta las 12

Con el codo fracturado a consecuencia de una reciente caída, asume que la temporada está prácticamente perdida. Pero los años le han hecho ver que al infortunio hay que mirarlo de frente. Esta es la historia del carismático ciclista cántabro del Burgos-BH.

Rafa Simón

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Ángel Madrazo, en una imagen de la reciente Vuelta a Asturias. Foto Luis Ángel Gómez Sprint Cycling Agency

Madrazo, se llora hasta las 12 de la noche, a partir de ahí, día que lloras, día perdido”, le dijeron un día. Desde aquella vez, se lo aplica a rajatabla. Los años le han hecho ver que, al infortunio, hay que mirarlo de frente.

Carandía, englobado dentro del Municipio Cántabro de Piélagos, ayuda a relajar la mirada, aunque los montes que lo rodean no dejen ver el mar. A cambio, es un paraíso para él. Desde hace dos años vive allí, era el lugar perfecto para que sus niños pudieran ir al cole y Asun, su mujer, se pudiera desplazar al trabajo sin recorrer grandes distancias.

A Ángel nadie le llama así, todos le llaman por el apellido o “el Gorrión”, apodo que recibió como consecuencia de que su padre fuese a su vez conocido en su grupeta como “el Águila de Cazoña” en honor al barrio de Santander donde vivían.

Mira, todo esto es mi oficina”, exclama estirando el brazo bueno. Sin más pared que un viento suave. Con techo tintado hoy de gris plomizo, mañana de soleado. Tan amplia como un encadenado de subidas, tan relajante como un serpenteo paralelo a la costa. Tan ingrata como una mala bajada.

Madrazo, junto a Antonio Angulo, en una etapa de La Tropicale Amissa Bongo 2023. Foto: Gautier Demouveaux / La Tropicale Amissa Bongo.

Hace unas semanas, descendiendo por Mirones cogió un bache y se fue al suelo. Cuando se levantó, tenía el codo abierto, sangraba mucho, pero lo que le preocupó era que su compañero, que bajaba detrás de él, estaba inconsciente en el suelo. Rápidamente pensó en sacarse la bomba del bolsillo para metérsela en la boca para evitar que su amigo se tragase la lengua, pero tras tocarle la cara consiguió despertarle. Luego lo puso de lado y sólo se acordó de su codo cuando vio que su amigo respondía a sus preguntas. Afortunadamente, alguien les ayudó hasta que llegó la ambulancia.

Semanas después, con el brazo enyesado, Ángel asume que la temporada está prácticamente perdida. Igual que aquel año que se rompió el cruzado cuando corría en Movistar. Hace más de 10 años de aquello. Nunca olvidará como, en aquella cama, intentaba levantar una pierna que tardó mucho tiempo en obedecerle.

Si llegó a Movistar fue porque el equipo en el que inicialmente iba a correr, el Roast American Beef, no salió por los casos de positivo el año anterior de Piepoli y Riccó. Entonces le llamó Unzué, el Mánager General del equipo.

Sólo era un mocoso, un amateur ganador y de risa fácil rodeado de grandes estrellas. De todas ellas sacó las enseñanzas de Iván Gutiérrez o David López, los que más le ayudaron a integrarse. Xabier Zandio le regaló las confidencias del primer compañero de habitación. De Valverde o “Purito” alimentó su admiración. Hoy todos están retirados.

Ángel se ríe, acaba de recordar aquel día en el que tras un entrenamiento de cuatro horas en una concentración en la que se dividieron en dos grupos, los volvieron a juntar en una rotonda. Faltaban sólo cinco km para llegar al hotel. “Gorrión, vente conmigo que me sé un atajo y llegamos antes que el resto”, le dijo Purito. Pero ambos se perdieron, llegando al hotel tras siete horas y más de 200 kilómetros.

Tras cinco años en el equipo telefónico, firmó por el Caja Rural. Siempre tuvo claro que en el World Tour no cabían todos y que en todos lados hay gente buena. Y que no siempre salían las cosas: “Madrazo, se llora sólo hasta las 12…”, le dijo Eugenio Goikoetxea, uno de los Directores del equipo. Nunca olvidará ese consejo. Tampoco su primera victoria como profesional, la de Ordizia. Tampoco podrá correrla este año.

Ángel Madrazo celebrando, con los colores del Caja Rural, una victoria en la Estrella de Bessèges 2016.

C´est la vie, que dicen los franceses”, bromea. Él aún lo chapurrea. Lo aprendió tras dos años (2017 y 2018) en el Delko Marseille, un equipo francés al que su representante le animó a unirse. Allí había otros españoles, incluso Dani Díaz, un argentino de esos que viven su vida enrolado en la excitante aventura de no mirar nunca hacia atrás.

Sin embargo, hace cuatro años su vida dio un giro tras enrolarse en el Burgos-BH, empujado por su hoy compañero de equipo Jesús Ezquerra. Nada más entrar a formar parte de la escuadra burgalesa en 2019, fueron invitados a participar en la Vuelta a España por primera vez. Él ya llevaba tres, pero ninguna sería como aquella.

Desde el comienzo, haciendo valer su valentía por coger las escapadas, su gran seña de identidad, se hizo con el maillot de la montaña en la segunda etapa. Pero tres días después, en una larga fuga camino del Observatorio de Javalambre, desde el coche le dieron la noticia: “Chicos, llegáis a meta”. Sólo uno de los tres escapados conseguiría la victoria. Eran dos contra uno. Él y su compañero Jetse Bol frente a José Herrada.

En el último kilómetro no se lo pensó. Lanzó un último arranque con el que, agónico, consiguió llegar a meta vencedor. La rueda de prensa posterior a su victoria fue una mezcla de emociones desordenadas. Risas y llanto entonados bajo la bandera de un chaval que no se avergüenza en auto retratarse como un tipo simple.

Angel Madrazo en el podio de La Vuelta 2019 con el maillot de líder de la Montaña. Foto: Sprint Cycling Agency

Lo cierto es que su victoria caló entre la afición, que día tras día se agolpaba en torno a su autobús pidiendo fotos y autógrafos. Ángel sonríe al recordarlo. Dice que fue una victoria de todos a largo plazo, porque al equipo le siguió apoyando el sponsor y le siguen invitando a La Vuelta.

Pero Ángel asume que ya se está haciendo veterano, aunque dice que de alma joven va sobrado. Y de aventuras también. Luego se ríe. Se acaba de acordar de aquel Tour de Ruanda en el que, el día que cogían el vuelo de vuelta se apagaron de golpe todas las luces del aeropuerto. Y allí estaban él, Pelegri y Ezquerra muertos de miedo solos ante la incertidumbre.

Lo cierto es que sus compañeros, sobre todo los más jóvenes, le buscan para que les cuente de que va el ciclismo. Y él les dice que no se agobien, que días buenos hay pocos y malos, un montón. Que se lo digan a él. Este año no estará en La Vuelta. Tampoco correrá en Ordizia. Luego mira a su alrededor. A Asun. Y a sus niños. Joel, el pequeño, no se baja de la bici, igual que Paúl. El mediano es más de darle patadas al balón. Madrazo está contento. Se llora sólo hasta las 12.