En la región de Bolzano, ubicada en la Italia fría y alpina, la mayoría de los habitantes piensan en alemán, a años luz de la picaresca que se vive en la otra punta, la de la Italia que sale en las películas. Carlos, albergado en uno de sus pueblos, parece observar con la perspectiva de un bolzanino, adaptando el cálculo y la templanza de un discurso sentido en su mirada parda. En cambio, tan sólo es su dureza mental la que recubre de normalidad unos recuerdos que, por momentos, parecen transportarle poco a poco a la nostalgia de una vida que galopa más rápido de lo que quisiera.
Al ciclismo llegó porque la Vuelta se acercó a la puerta de su casa, en San Lorenzo del Escorial, poniéndole una contrarreloj a Abantos frente a él. Embrujado por el ir y venir de coches con bicis en las bacas y de finos ciclistas apretando los dientes, años después se convirtió en uno de los juveniles de referencia de su generación en España.
Al terminar la temporada de junior y tras un día de entrenamiento en la piscina, se encontró con cinco llamadas perdidas de Julio Izquierdo, Mánager del Burgos-BH. “Estoy en Madrid. ¿Conoces el ´Bar Manolo`? Está en Moncloa. Te veo allí en una hora”, le espetó con su estrujante voz. Carlos, aun con el pelo mojado, condujo raudo hasta allí sin conocer exactamente la razón. Al llegar, Julio le extendió un bolígrafo y el que iba a ser su primer contrato profesional por tres años. "Vamos, que lo tengo que enviar a la UCI ya", le reclamó con insistencia. Estaba a punto de comenzar una carrera tan trepidante como inmaculada.
Con apenas 18 años, su adaptación al ciclismo profesional fue tan lineal que sus primeros resultados llamaron la atención de Johan Molly, ojeador y parte del staff del Quick Step, que le invitó a un training Camp con el equipo belga. Poco tiempo después se ofrecieron a pagar su sueldo durante el segundo año a condición de que rompiera su contrato con el Burgos-BH en el tercero. Julio no sólo aceptó sino que fue el mismo quien, tras una participación del equipo en una Kermesse en Kortrijk, llevó a Carlos al hotel de concentración del Quick Step para que cerrara los flecos finales con Patrick Lefevere, su homónimo en el equipo flamenco, mientras él se quedaba esperando en el coche.
Carlos vivió con los ojos de un niño lo que significaba compartir habitación con Tom Boonen, iniciarse en una Gran Vuelta como hombre de equipo en favor de Rigoberto Urán o incluso, sentirse casi como parte del treno de Marcel Kittel o Marck Cavendish, un auténtico líder.
A cambio, sabía que seguir en aquel equipo significaba dejar de apostar por la que sentía que iba a ser su especialidad: hombre de apoyo en las grandes Vueltas. Su salida, tras tres temporadas y media, la precipitó Giuseppe Acquadro, su agente por aquel entonces, quizás por un malentendido con Lefevere, llevándole a la firma con el Orica GreenEDGE en pleno mes de mayo en vez de a finales de temporada.
Fueron los años en los que empezó a forjarse como hombre de confianza de los grandes líderes. Por sus piernas pasaron trabajos en favor de los hermanos Simon y Adam Yates o de Esteban Chaves. Sin embargo, dos años después, cuando la renovación estaba hablada, Movistar tocó su puerta.
Carlos siempre se dijo que sólo iría al equipo español cuando Unzue, su Mánager, lo quisiera, no cuando fuera él quien reclamara acudir, por lo que no pudo negarse.
La escuadra navarra le descubrió el Tour, la carrera que ama, la que cierra el país durante un mes. Al primero que disputó (2019) acudió lesionado tras una caída en los Nacionales unas semanas antes. “¿Pero qué haces estirando?, anda vuélvete a la cama y descansa todo lo que puedas”, le decía Mikel Landa, su compañero de habitación al verle tumbado en el suelo. En aquella edición no sintió miedo a la carrera, pero si que se vio como un lastre para el equipo, viéndose incluso incapaz de levantarse a veces de la cama por culpa de los dolores que aquella pierna infectada le causaba.
Los tres siguientes, consecutivos, refrendaron su honor. Además, aportó mucho esfuerzo en favor de Nairo Quintana o Enric Más, tipos exigentes consigo mismos y con sus compañeros. Movistar Team le dejó el regalo añadido de haber coincidido con Alejandro Valverde, un tipo tan sencillo que era capaz de mezclarse con el resto sin necesidad de señalarse los galones.
Pero, si de todo aquello rescata un día, uno en el que el protagonismo le señalara a él, fue sin duda aquella fuga en el Criterium du Dauphiné 2022 en la que su compañero Muhlberger le acolchó los contraataques hasta que tan sólo Roglic, cuando arrancó del grupo de favoritos, le persiguió hasta hacerle agonizar. En el último kilómetro, cuando el esloveno casi le tenía atrapado, acudió a lo más íntimo, lo más visceral, para encontrar fuerzas: peleó fuerte por Esther, su chica, y por sus tres niños, a los que dedicó su victoria.
Carlos siempre había pensado en la paternidad para cuando se retirase pero, con los años, se dio cuenta que su familia era su razón de ser para cuidarse cada año. Para encontrar la motivación de recuperarse de las fatalidades, como hizo tras aquella caída en la Vuelta a España que le tuvo dos semanas ingresado en un hospital. Aquel día escaló los Lagos de Covadonga sin saber que la caída que había tenido en el descenso de un puerto previo mientras perseguía al grupo de favoritos le iba a hacer desmayarse en el Hospital. Aquel día se asustó de verdad. Tuvo suerte de que la hemorragia interna que se había producido no se hiciera más extensa. A cambio, había visto la cara más fea del ciclismo por primera vez. Se dijo a si mismo que nunca más se jugaría la vida a cualquier precio.
“Ni a un café me invitaste aquel día”, bromea Julio Izquierdo cada vez que le ve. Carlos se ríe al recordar a Julio esperando en aquel coche. Luego retorna al relato. A la necesidad de abandonar Movistar en búsqueda de nuevas motivaciones. Acuciado por la vuelta a su espíritu multicultural, aquel que le enroló en Quick Step primero y en Orica después, y que de nuevo le guiñó el ojo cuando el Lidl-Trek quiso contratarle.
La vida galopa deprisa para un hombre que empezó en el ciclismo profesional de adolescente y que ahora ya supera la treintena. En su nuevo equipo ofrece la madurez que hace años fue prematura y que ahora ayuda a dosificar el ímpetu de los más jóvenes. Esta vez sus servicios serán en favor de Mattias Skjelmose, el danés del que confía sea referente en un futuro cercano, y de Tao Geoghegan Hart, el británico que el equipo ha firmado en su afán por apostar por las grandes Vueltas. Con un poco de suerte le apoyará en el Tour de Francia, el destino que soñó con el primer contrato firmado en el “Bar Manolo”.