Rafa Simón

Fabio Aru: la retirada del campeón humilde

Quizá haya sido una retirada prematura, pero también muy madurada. Tras unos años de lidiar con problemas físicos, el ganador de La Vuelta 2015 cuelga la bicicleta.

Rafa Simón

4 minutos

Fabio Aru en una imagen de la pasada Vuelta a España (Bettini Photo)

Desde hace semanas, despertarse y ver a Valentina al otro lado de su cama, le aliviaba. Incluso los llantos a media noche de Ginevra, su pequeña hija de dos años. Son placeres cotidianos. Simples. Quizás difíciles de comprender para muchos aficionados que, más que un padre, veían a un gran ciclista dejarlo todo para recluirse en todo aquello.

En su vivienda familiar de Lugano, ubicada en Suiza, Fabio es feliz. Ha encontrado la paz que otorga pasar el tiempo en familia. Con salidas en bicicleta combinadas con otras a pie sin más objetivo que mantener la forma. Alejadas de la presión por conseguir unos resultados que, los últimos años, le arrojaban al llanto en noches que no terminaban nunca. Todo ha cambiado. A pesar de haber recibido ofertas para continuar, sus objetivos son otros. El último griterío que escuchó mientras se retorcía sobre su cabra camino de Compostela comienza a quedar lejos. Observa a Valentina. Sonríe de nuevo. Son meses para reflexionar.

A cambio, cada rincón de su casa empuja al pasado. A recordar el Fabio que buscaban los fotógrafos. A destapar al chico que se dedicó a la bicicleta porque amaba estar al aire libre, descubrir sitios nuevos, desafiar las colinas de Cerdeña. Sus inicios fueron en Mountain Bike. Imposible no recordar cuando, avergonzado, pidió un autógrafo a su ídolo, Julien Apsalon. Este le regalo una gorra firmada que aún guarda en un cajón.

Pero su destreza en la bicicleta le llevó a la carretera. Sus resultados como amateur atrajeron el interés del Astana, que lo reclutó en 2012. Su primer encuentro con el equipo Kazajo fue durante una concentración en Calpe, en el mes de diciembre. Su timidez le hacía hablar bajito. Su cultura ciclista, le pedía respeto por los veteranos. Aún recuerda impresionado la fuerza con la que Vinokourov apretaba al resto de compañeros en los entrenamientos. El año anterior se había caído en el Tour y lo notaba impaciente por volver a su versión. Ahora, en cambio los jóvenes han cambiado la forma de mirar a los más experimentados.

De Astana se llevó las enseñanzas de su compañero Paolo Tiralongo. Aquel tipo sonriente que siempre le pidió que fuera paciente. Que aprendiera a entrenar en altura, a colocarse en el pelotón.

Siempre aceptó estar al servicio de los grandes líderes. De Vincenzo Nibali o de Michele Scarponi. Nibali era un campeón. Michele era especial. Su muerte dolió mucho por dentro. Era un tipo que le enseño que los jefes de fila deben de ser agradecidos con sus gregarios.

Pocos años después le llegó el turno a él. En 2014, el Giro le abrió las puertas de la gloria. Primero, con su primer triunfo parcial en Plan de Montecampione. El año siguiente, la ronda italiana le obligó a manejar el vértigo, colocándole como gran adversario de Alberto Contador, su otro gran referente. “Me has hecho sufrir de lo lindo”, le dijo el de Pinto al finalizar aquella edición del Giro. Fabio agradeció sus elogios. También fue dura la carrera para él. La salud no le respetó del todo, por eso, aquel segundo puesto tuvo más valor.

Pero, su gran exhibición, llegó meses después, durante la disputa de la Vuelta a España. Vincenzo Nibali fue descalificado en una de las etapas iniciales por agarrarse al coche de equipo tras verse envuelto en una caída. En aquel momento, su labor cambió. El equipo le pidió liderar. Luchó en cada etapa por dejar atrás a Tom Dumoulin, pero el holandés parecía no tener fisuras. Nunca creyó en la victoria. No hasta la penúltima etapa. En plena sierra madrileña, con dos hombres en fuga, él y Mikel Landa atacaron en el último puerto. Al descolgarse Dumoulin, sus compañeros se descolgaron de la fuga y esperaron la llegada de Aru. “Está cediendo, está cediendo!”, le gritaban por el pinganillo. El día siguiente, Fabio pudo subir al cajón más alto del podio de Madrid.

Fueron días de gloria. De elogios. Pero, lo que desconocía, era que el ciclismo, en su versión más cruel, estaba a punto de llamar a su puerta.

En 2018, Fabio decidió cambiar de aires y firmar por el UAE Emirates. El fichaje, a ojos de todos, tenía el claro objetivo de seguir viéndole ganar. De seguir destapando aquel corredor que los tiffosi italianos querían, de nuevo, tener en lo más alto.

Pero, a cambio, llegaron las decepciones. La falta de resultados. Las lesiones. La más grave, un problema con una arteria de su pierna que los médicos tardaron un año en detectar y que le llevó a estar fuera de forma durante dos años. En el equipo le veían trabajar, no podían achacarle nada. Pero la ansiedad le visitaba con demasiada asiduidad. Durante dos años fueron muchas las noches en las que lloró desconsolado bajo el abrazo impotente de Valentina.

Fabio pactó con la paciencia. Decidió darse otra oportunidad. Encontró el Qhubeka, un equipo donde el valor humano estaba por encima de todo. Aun así, a pesar de encontrar el golpe de pedal en la Vuelta a Burgos de 2021, seguía sintiéndose vacío.

Valentina, me has oído quejarme muchas veces. Esta vez es la definitiva. Tras la Vuelta a España todo habrá acabado. Quiero recuperar el tiempo perdido con vosotras”, la dijo una noche. Fabio cumplió su palabra. Habló primero con el equipo. Semanas después lo difundió a los medios. Fue entonces cuando Qhubeka le hizo el mejor regalo.

Tras la disputa de la última etapa de la Vuelta, la contrarreloj que terminaba en Compostela, todo el staff y el resto de sus compañeros esperaron en la misma línea de meta a que Fabio terminara. Cuando llegó, sin apenas tiempo de soltar su bicicleta, se abrazó a ellos emocionado. El Fabio ídolo se iba. Todo había acabado.

Meses después, a sus 31 años, todo esto es un recuerdo. Quizás muchos no lo entiendan. Valentina sí. Su marido siente alivio. Ella conoce al verdadero Fabio. No sólo el ganador de aquella Vuelta a España. También el otro. El humilde. El frágil. El que sufrió. El que sentía que se perdía el tiempo de estar con su familia. Que le faltaban momentos como el de ahora. Despertar con ella. Acudir a cambiar de pañal a Ginevra, que lleva un rato quejándose amargamente.

Fabio lo tiene claro. Son meses para pensar. Ha rechazado ofertas para seguir corriendo, pero estudia otras para seguir ligado al ciclismo. El deporte que le dio la gloria, idiomas, que le abrió la mente, pero que también le hizo sufrir. El ciclismo le hizo ídolo. La vida, humilde.