Asmara huele a verano de interior. A pesar de estar a más de dos mil metros de altura, la ciudad debe levantar la mirada para ver el mar Rojo. Dicen que esa ciudad no parece pertenecer a Eritrea. Ni a África. Que mezcla la vanguardia modernista de la Italia que llegó para colonizar con la tradición del pueblo africano.
Henok Mulubrhan es un poco así. Ha sufrido el asedio de la mala suerte, pero lo cuenta suave, en un tono extrapolado a cada penuria vivida. Quizás la herida ya esté curada, o que simplemente, ya no importe.
Su parsimonia invita a la calma, a preguntar despacio. A cambio, su mirada es robusta, vital. Como cada monumento de la ciudad que resistió una invasión. Espejo de una vida que empieza a dispararse en favor de una trayectoria que ya empieza a ser ascendente.
Al igual que aquellos colonos, él también ha llegado de Italia. Desde hace años vive allí, en Lucca, en un pequeño apartamento junto a Natnael Tesfatsion, otra de las jóvenes promesas del país y actual corredor del Lidl-Trek.
Natnael tuvo una trayectoria encarrilada, Henok no. Mulubrhan tuvo que irse a Europa con apenas 18 años para formarse como ciclista en el Centro que la UCI tiene en Suiza. Se fue sin lágrimas en los ojos porque tanto su padre como sus cinco hermanos confiaban en él. Sabían que, al igual que Natnael, su trabajo haría que el Team Qhubeka, la gran salida africana al ciclismo, se fijaría en él. Eso ocurrió en plena pandemia, cuando fichó por su filial continental. Sin embargo, tras dos temporadas, cuando tenía garantizado su paso a la estructura del World Tour en 2022, el equipo desapareció.
Ese golpe dolió, aunque lo cuente tibio, empujado en un inglés que sigue desarmando en frases torpes. Afortunadamente le rescató un equipo con mensaje, el Bike Aid.
Desde entonces, su talento se hizo paso entre la adversidad que parecía querer atenazar una trayectoria prometedora. Se deshizo del lazo que anudaban los zapatos que le quiso regalar la mala suerte y se embarcó en un sprint en desigualdad de condiciones de un Campeonato de Africa al que acudía frente a hombres mucho más rápidos que él. Un último golpe de riñón alejó el manillar de Janse Van Rensburg lo suficiente como para proclamarse campeón Africano.
Tan sólo unas semanas después el Bardiani Italiano le fichó para correr con ellos lo que restaba de la temporada 2022 y la siguiente.
Henok agradeció con creces aquel fichaje. Ha vuelto a ser Campeón Africano esta temporada. Dice que la segunda victoria en Ghana fue más especial, aunque se guarda la razón. También ha cubierto el sueño de cualquier ciclista de su continente: ganar el Tour de Ruanda levantando los brazos en el muro de Kigali. Dicen los ciclistas occidentales que alguna vez han corrido allí que quien lo hace no olvida nunca aquel griterío. Aquella sensación de sentirse querido por una afición tan colorida como entregada.
Incluso ha llegado a disputar su primera gran Vuelta. Un Giro de Italia en el que sufrió bajo una lluvia que parecía perseguir al pelotón casi cada día hasta conseguir terminarlo. Aunque la batalla más rocambolesca fue la que cruzó con Eric Fagundez en el Tour de Qhinghai Lake, en China. Allí, tras lanzar un ataque en el último kilómetro aprovechó que, tras ser atrapado, el uruguayo se confió y lanzó los brazos al aire mientras él empujó su manillar con fuerza para conseguir que finalmente los jueces restaran el segundo que tenía perdido con el ciclista del Burgos-BH y le otorgaran la victoria final.
Demasiados logros para ser sostenidos un año más por un equipo de categoría UCI ProTeam. La llamada del Astana Qazaqstan Team era imposible de rechazar. Correrá con los kazajos a partir de 2024.
Es la primera vez que Henok sonríe. Es un tipo serio. De los que cuenta cosas bonitas con semblante serio. Como los soldados de Asmara que lucharon contra la ocupación. Tras Merhawi Kudus o Biniam Grmay, él ha sido el último guerrero de la ciudad en subir al World Tour.