Rafa Simón

Jelle Vanendert: el espejo del Bingoal

El veterano ciclista belga, especialista en pruebas de un día, cumple su 16ª temporada como profesional en el Bingoal-Wallonie Bruxelles tras once en la estructura del Lotto

Rafa Simón

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Jelle Vanendert: el espejo del Bingoal

“¿Salimos ya a entrenar, Jelle?”, pregunta de nuevo Laurens. “Cojo la gabba y salimos,¿vale?”, insiste. “Tranquilo, relájate y pon bien el dorsal, anda. Falta casi una hora para dar la salida”, le responde con una calma silbada en un francés de marcado acento flamenco que impacta con los nervios de su joven compañero.

Desde el autobús del Bingoal, un ventanal ofrece el ir y venir de ciclistas junto a un corrillo de periodistas buscando declaraciones de las grandes figuras del ciclismo, lo que no deja de alterar a Laurens. El  otro, en cambio, es el que despierta la curiosidad de Jelle. El que da a la ría de Bilbao en el punto que encara Las Arenas con Portugalete, entrelazadas por un curioso Puente Colgante que traslada coches y personas de un lado a otro. Al observarlo no puede evitar reflejarse en el cristal. Como un espejo. Describe un semblante tranquilo. Ausente al ajetreo de los micrófonos que hace años buscaban sus declaraciones allí donde competía. Fuera el ambiente es gris. El verano en Getxo a veces lo asume una permanente cortina de fina lluvia. Extremadamente parecida a la de su Neerpelt natal, en el Limburgo belga.

Allí donde, años atrás, se ponía tan nervioso como Laurens cuando, desde sus trece años, con la bici que le había regalado su padre, empezaba a competir sin más presión que la de divertirse. Con los años, la inercia de sus facultades hizo que el TopSport Vlaanderen, equipo encargado de reclutar jóvenes talentos de la Bélgica flamenca se interesase por él. Fue un tiempo corto, pero suficiente para que se diera cuenta de lo más importante. A qué se iba a dedicar. Como buen flandrien, las pruebas de un día le despertaban gran interés. Tanto que apenas tuvo que esperar unos meses para demostrar que estaba hecho para ellas. En 2006, con tan sólo 21 años, la edad de su compañero Laurens, Jelle desafió al resto de prometedores corredores flamencos hasta imponerse en el GP Waregem.

Vanendert junto a Evenepoel en la Vuelta a San Juan 2019, última temporada que corrió en Lotto-Soudal. Bettini Photo

Sus resultados no pasaron desapercibidos para la Française des Jeux que, en 2008, le reclutó para reforzar al equipo en las clásicas. Sin embargo, las lesiones hicieron de aquel año una de sus peores experiencias como ciclista. Pero, entre tanto infortunio, hubo alguien que se fijó en él.

Philippe Gilbert descubrió en Jelle a uno de los hombres que necesitaba para conquistar las grandes clásicas belgas. Le inculcó la tranquilidad que hoy transmiten sus grandes ojos oscuros. Y, a pesar de un año aciago, le regaló seguir su estela. “Voy a firmar por Lotto, y quiero que me sigas”, le dijo un día. Jelle no dudó. Y Marc Sergeant, Mánager del equipo belga, tampoco: “Nos vamos a olvidar de 2008, necesitas empezar de cero y este equipo te lo ofrece, aprovéchalo”, le retó.

Jelle crecía observando a Philippe. Progresaba con tan sólo asistirle en cada clásica hasta que, con los años, según sus contratos con el equipo belga se iban renovando, fueron otros los que le asistieron a él. Dicen los que le conocen, que nunca habla de más, que no alardea de objetivos que no puede alcanzar pero que, cuando alguno lo tiene a tiro, dispara ataques tan certeros como triunfadores. En 2011 durante la disputa del Tour de Francia, tras finalizar segundo ante Samuel Sánchez en Luz Ardiden, decidió devolverle la moneda al asturiano. Su segundo puesto no le frustró. Sólo le hizo ver que él también podía conseguirlo y, unos días después, en la etapa con final en Plateau de Beille, alzó los brazos tranquilo, dedicándose unos segundos para resoplar orgullo.

Vanendert celebrando su victoria en Plateau De Beille, en el Tour de Francia 2011 

El año siguiente, resultó la confirmación a su talento. Ya era el jefe de filas para las clásicas Valonas. Y, además, su hermano Denis también formaba parte del equipo. Tenía todo lo que podía desear. Vivía junto a su hermano un sueño compartido. El de ser ciclistas profesionales. El sentimiento era tan fuerte que superaba con creces las derrotas más crueles. O el dolor de la incertidumbre cuando, el año siguiente, su cuerpo serpenteaba débil sin que ningún médico fuera capaz de encontrar el parásito que limaba su talento.

Nunca se lamentó por no ganar ninguna de las clásicas que se había marcado. Supo entender que había sido uno de los hombres más fuertes en aquella Amstel de 2012 aunque el último chepazo de Gasparotto le privase de la victoria. Y que la diferencia entre alzar los brazos o ser el primero en felicitar al ganador apenas lo separaba la suerte. Era féliz. Tenía a su hermano. Y con Gilbert aprendió a ser flandrien.

Y, aunque nunca se obsesionó con vencer de nuevo, tuvo que esperar hasta 2018 para volver alzar los brazos. Fue en una de las etapas del Tour de Valonia. Dicen que las victorias encierran un porqué. Algunas despiertan un sentimiento de rabia en sus vencedores. Un filtro entre la justicia poética del premio merecido y el trabajo que llevan consigo. La de Jelle trajo alivio. Explicaciones al trabajo que no sacan las televisiones.

Un podio de mucho nivel para el belga, el de la Flecha Valona 2018, junto a Alaphilippe (1º) y Valverde (2º). Bettini Photo

Pero la aventura con el Lotto llegaría a su fin. Jelle se sintió atraído por el proyecto del Bingoal, destinado a dar cobijo a jóvenes talentos belgas de origen francófono. El proyecto vecino al del TopSport Vallanderen. Firmar por ellos supondría correr carreras siempre bajo la condición de una invitación. Sin grandes sueldos. Pero con un staff tan cercano como entregado. Un equipo que, pese a sus 35 años, sigue creyendo que puede aun conseguir una gran victoria en las Ardenas. Que puede dedicar sus últimos años de ciclismo a que, chicos como Laurens Huys puedan aprender de su tranquilidad.

Sus grandes ojos no dejan de seguir el ir y venir del bamboleo del Puente Colgante. De pronto, es requerido. “Jelle, alguien quiere hablar contigo”, escuchó de la parte baja del autobús. Aun sin quererlo, su calma se vio alterada por el ventanal opuesto. El de los micrófonos que siguen buscando aquel hombre tranquilo que un día venció en Plateau De Beille. “Un segundo. Le coloco el dorsal a Laurens y estoy”. Un tipo tranquilo. El espejo del Bingoal.