Rafa Simón

Nelson Oliveira: el legado de Celestino

El portugués -ciclista fiel y generoso en el trabajo para sus líderes-, inicia su sexta temporada en el Movistar Team.

Rafa Simón

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Nelson Oliveira inicia su sexta temporada en el Movistar Team. Foto: Photo Gomez Sport.

“Cariño, yo estoy bien, pero no quiero que enfermes tú”, le dijo Jennyfer hace unas semanas. El virus ataca indistintamente. No pregunta a quién le viene mejor o peor. Ella había dado positivo, y Nelson y las niñas debían estar alejadas de ella.

Nelson no lo dudó. Confinaron una separación. Desde hace años, su familia es lo primero. Beatriz y María parecen crecer sin permiso, y él, con tanto ir y venir, se lo está perdiendo. No se permitiría que enfermaran ellas también. Su test, en cambio, fue negativo. El de las niñas también. Aun así, acudió a Pamplona para que el médico del equipo descartara efectos colaterales del virus en su cuerpo. Le diagnosticó prudencia. Entrenar suave. Por si acaso.

Por eso hoy la carretera, sin el sofoco de los vatios, parece agredirle menos. Aunque el viento que empuja los árboles que rodean Anadia, en el centro de Portugal, no parece molestarle. Se diría que pedalea absorto. Con la mirada flotante. Enredada en las líneas discontinuas de la carretera. Como si estuviera en una crono.

Oliveira, al frente del pelotón, en una imagen de la Vuelta 2020. Foto: Photo Gomez Sport. 

Nelson es reflexivo, de los que analiza en silencio el alboroto de su vida. La que diseño su padre, Celestino Oliveira, empeñado en que su hijo siguiera sus pasos. Celestino fue ciclista profesional a finales de los años sesenta, y estaba convencido de que su hijo tenía madera. Nelson no estaba muy contento con la idea de dar pedales, pero las primeras carreras con el Club Sangalhos eran prometedoras. En cadetes, ya era la rueda a seguir. De pulir su trayectoria se encargaron, primero Luis Enrique, y después los hermanos Fernando y Alberto Carvalho, en la escuela que llevaba el nombre del primero viendo que Nelson tenía habilidades especiales para la contrarreloj.

Sin embargo, fue el destino el que le empujó a Lugo, en la vecina Galicia española, donde corrió el último año de amateur antes de recalar como profesional en 2010 en el Xacobeo Galicia. Un equipo hecho a medida de los ciclistas de la región. Era el único portugués, pero el gallego y su lengua eran primas hermanas. Se amoldó rápido pero, según avanzaban los meses, primero su instinto y después sus compañeros, le avisaron del peligro: “`Rapacinho’ o equipo vai pechar seguro (el equipo va a cerrar seguro)”, le avisaron.

Y era cierto, las noticias desde arriba no llegaban muy positivas. Desvalido de recursos al no contar con representante, habló con su amigo Victor Carvalho, compañero de entrenamientos, para que le pusiera en contacto con José Acevedo, que por aquel entonces corría en el potente Radioshack. “José, dile por favor a Johan Bruyneel si me quiere dar una oportunidad”, le pidió. Meses después, tras la crono final del Tour del Porvenir de aquel año que ganó Nairo Quintana, Johan le regaló una oportunidad que Nelson firmó aun con el pecho exhausto bajo un maillot abierto en la misma línea de meta.

En 2012 y 2013 Oliveira corrió en el RadioShack.

Fueron los años que dibujaron a un ciclista prometedor, aunque embadurnado en la timidez de su modestia. Abrumado por crecer rodeado de estrellas. Nunca conoció a la mayor de ellas, Lance Armstrong, pero si la Vuelta a España. La primera de sus trece grandes, la edición de 2011, le explicó que valía para ir con la lengua fuera tres semanas. Que se aferrara a las enseñanzas de Sergio Paulinho y de Haimar Zubeldia. Y que se esmerara en llevar arropado al líder que tuviera en cada momento. Aquel año se hizo vital para Janek Brajkovic. Luego llegarían los Giros. Fueron carreras en las que, en cada una, el inglés entraba con calzador por su pinganilo, auqnue por fortuna, estaban los portugueses del equipo para echarle una mano.

Pero también se prodigó en lesiones. Autoras de las miradas esquivas de Bruyneel para no renovar su contrato. A cambio, el Lampre le ofreció la oportunidad de seguir trabajando para un compatriota, Rui Costa. Nelson se adaptó perfectamente a su compatriota. Nunca decidió que debía trabajar para alguien. Ser gregario. Simplemente siempre había un líder a quién apoyar. Y al él le gustaba hacerlo. Las oportunidades llegaban con cuentagotas. Pero supo exprimir la mejor de ellas, la más importante de su vida. Camino de Tarazona, la Vuelta a España de 2015 transitaba por su etapa décimo tercera.

Enrolado en una fuga numerosa, a falta de 30 kilómetros disparó la mejor de sus armas, aquella que los hermanos Carvalho le habían ayudado a pulir. Como si de una contrarreloj se tratara, disparó su fuerza sin mirar atrás. Bajo un día nublado. Atrapado en un esfuerzo extremo, arqueó su cuerpo para hacerlo lo más aerodinámico posible. "Dai ragazzo, un minuto", le lanzaban desde el coche para menguar su fatiga. De cortar los intentos de persecución se encargaron Valerio Conti y Rubén Plaza, compañeros de equipo que también rodaban en la fuga.

La victoria más importante de su carrera llegó en la 13ª etapa de la Vuelta a Eapaña 2015.

Aquella victoria tuvo hilo directo con el destino: “Nelson, tu misión en el equipo la dictaría el profesionalismo que atesoras cubriendo a nuestros mejores hombres en las grandes Vueltas. ¿Aceptas el reto?”, le lanzó Eusebio, Mánager del Movistar en el suave pero contudente tono de voz que le acompaña siempre.

Desde aquel sí, Movistar ha sido siempre su familia. Su trabajo en silencio. Su nómina de líderes a los que acompañar. Su admiración hacia Nairo Quintana, al que trató de apoyar, incluso como compañero de habitación en los intentos de asalto de Tour o Vuelta.

Pero también han sido años duros. “Eusebio, te pido que no me lleves al Tour, me duele mucho la rodilla y no estaré en condiciones. Seguro que otro compañero lo hará mejor”, le dijo un día. El quejido de su voz se lo produjo, de nuevo, el maldito adoquín de la París - Roubaix. Aquella carrera que amaba pero que le había mandado al suelo en cada edición que disputó. Antes le había propinado dos roturas de clavícula y, esta vez, una lesión en la rodilla que no acababa de tener un nombre hasta que identificaron una bursitis.

Nelson siempre ha sido honesto con su equipo, con sus compañeros. Siempre abierto a regalar su esfuerzo a los demás. Tan sólo, en sus 11 temporadas hasta ahora, se ha ofrecido pequeños ratos contra el reloj. Sólo ahí, en ese breve pero asfixiante intervalo de tiempo, se entrega a su propio esfuerzo. Aquel que ayudaron a labrar en él los Carvalho y que le supuso cuatro medallas de oro en los nacionales de crono de su país. Pudo haber una quinta. Una de bronce en el podio de un Mundial de 2017, en Bergen (Noruega), pero el último repecho final le castigó con una pérdida de siete segundos respecto a Chris Froome, bronce en aquella prueba.

Nelson no se reprocha nada. El ciclismo siempre le ha colocado el cartel de hombre fiel, pero atesora le mejor de sus premios: la confianza de todos aquellos para los que, en algún momento, han conseguido un gran resultado gracias a él.

"Cariño, ya estoy curada, he dado negativo", le dijo hace poco Jennyfer. Su mujer, su gran triunfo, ya se encuentra recuperada del maldito virus. Y sus dos niñas siguen creciendo. Son el reflejo de Nelson. Quizás ellas no sean ciclistas. O quizás sí. Eso dependerá de si el abuelo Celestino, orgulloso de su hijo, decide ampliar su legado.